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sin bajar del autobús
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un récord inalcanzable

Juan Tallón
Vista general del Whitewater Stadium.
Vista general del Whitewater Stadium.Jamie Squire (Getty Images)

El récord es un imposible que se alcanza. A veces es demasiado imposible y llegar hasta él exige más tiempo; puede que décadas. No importa, los días son largos y la única forma de hacer algunas cosas finalmente es que sea imposible hacerlas. Hay que saber esperar. La marca de Kratochvilova en los 800 metros o la de Sedykh en lanzamiento de martillo resisten en pie después de treinta años, como si la movida de los 80 también hubiese afectado al atletismo, pero ¿significa eso que son imbatibles? Todo cae. Hasta las hojas de los árboles. Javier Estrella cuenta que un día entró en el camerino de Miles Davis. Allí estaba el mito, acariciando la trompeta. “Miles, acaba de caer el muro de Berlín”, le dijo. Miles sonrió y preguntó, con una ironía que parecía salida de su instrumento, si acaso había caído solo. El maestro sabía que los muros nunca caen por su voluntad, hay que derribarlos. Algunas tareas requieren empecinamiento.

La esperanza de que algo imposible y luminoso pase,y se produzca una plusmarca, se aviva en todos los Juegos

La esperanza de que algo imposible y luminoso pase, y se produzca una plusmarca, se aviva en todos los Juegos Olímpicos. No hay palabra más connatural a ellos que “récord”. Van atados. Las medallas representan un bien tan poderoso y eterno que empujan a los deportistas hasta sus límites, y a veces, un poco más allá. Ese “poco más allá”, que casi requiere la intervención de una lupa, pues a menudo se reduce a milésimas o centímetros, es el récord. Este produce un estallido que caldea los Juegos, y lentamente se van convirtiendo en esa olla en ebullición que no se puede tocar, porque abrasa.

Hay récords de todas las formas, efímeros, longevos, sospechosos, épicos, incluso récords que después de batirse, de algún modo, nunca son superados, como el de Bob Beamon. Flotan en el aire. También hay récords que están más allá de su marca, como la hazaña del cubano Alberto Juantorena en Montreal 76. Obtuvo dos oros en dos pruebas, como son los 400 y los 800 metros, que sólo él ha ganado en unos mismos Juegos. Tal vez nadie, ni aunque pasen mil años, consiga repetirlo. Juantorena ganaba porque era el más rápido y porque se movía con una belleza inexplicable. Su zancada, mezcla de atletismo y soneto, te hipnotizaba como un reloj pendulante.

Dos meses antes de aquellos Juegos sólo iba a correr los 400. Un día apareció su entrenador con la idea de que participaría también en los 800. Ese reto amenazaba sus opciones. “Nos arriesgamos a no ganar nada”, alegó Juantorena, que también se apellidaba Danger. “Es bueno que te den por muerto antes de la salida”, respondió el entrenador. “En el momento que te sitúes por delante y no desfallezcas, el shock será doble para los otros”. La estrategia pasaba por reventar a los rivales en el primer cuatrocientos, y acabar con los sobrevivientes en el último doscientos. Venció. Y batió el récord del mundo. Pero la historia estaba a medias. Cinco días después volvió a la pista para ganar la final de 400 y hacer lo que nadie hizo, ni antes ni después. A veces un récord también es un cómo.

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