De rodillas
En España casi todo comienza y termina con una misa. Si un día se celebrase un Congreso de Ateos, no debería faltar el cardenal Rouco. La Constitución española tiene como viga maestra la imparcialidad de la Justicia y la igualdad de todos ante la Ley. Pero, como en la época del arzobispo Vélez, autor de El preservativo (de la fe), la primera autoridad judicial ha de arrodillarse ante el poder religioso en la llamada Misa de Apertura Judicial. Es algo que se repite en otros ámbitos, que impregna todo el Estado, e incluso el sistema de enseñanza, y que debiera llevarnos a tener la vergüenza de enunciar como primer artículo constitucional la paradoja de Epiménides: "Todos los cretenses son unos mentirosos". Por supuesto, Epiménides, poeta y filósofo, era cretense. Me cuentan la historia de un párroco que comentó con amargura desde el púlpito: "¡Este pueblo ha perdido la fe!". Y entonces, de entre los fieles, surgió una recia voz de apoyo: "¡De aquí no sale nadie hasta que aparezca!". Pues así estamos. No en un Estado laico, ni siquiera aconfesional, sino en un Estado de Espera por la Fe. La Iglesia, sus dirigentes, sus pastores y heraldos mediáticos, han llegado a hablar de "persecución" por el actual Gobierno. En los últimos años, los obispos se echaron a la calle, convocando grandes marchas en los que El Enemigo era un diablo cejijunto y de orejas picudas con un asombroso parecido al actual presidente. En ese período, el Gobierno socialista incrementó en millones de euros la asignación directa estatal a la Iglesia católica, por encima del anterior Gobierno conservador. El Estado paga también unos 40.000 profesores de religión católica en la enseñanza pública y concertada. Mientras tanto, la Iglesia y su partido afín hacen todo lo posible para boicotear la enseñanza de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que es el núcleo central de Educación para la Ciudadanía. ¡Viva Epiménides!
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