"Aún nos deben justicia a nosotros, los indígenas"
La cita con Félix Díaz es en la porteña 9 de Julio, esquina con la avenida de Mayo, comparada tantas veces con la Gran Vía. Al lado del monumento al Quijote, Díaz y otros 54 indígenas de la etnia toba qom llevan cinco meses acampando en precarias tiendas de lona, plástico y cartón. Esperan que los reciba la presidenta de Argentina, Cristina Fernández Kirchner, para que les solucione el conflicto por el que la provincia norteña de Formosa, gobernada por uno de sus correligionarios, les quitó 1.300 hectáreas. El 23 de noviembre, la policía desalojó a los qom que protestaban con un piquete en una carretera nacional desde hace cuatro meses. En la refriega murieron un indígena y un uniformado. Dos días después, otro indígena, un pilagá que iba a viajar para apoyar a los qom, fue atropellado por policías, cuenta Díaz. Por eso, el 1 de diciembre este líder de la comunidad La Primavera y los otros 54 completaron los 1.360 kilómetros que los separan de Buenos Aires. El lunes bloquearon la 9 de Julio e iniciaron una huelga de hambre.
La etnia toba qom acampa en Buenos Aires para reclamar sus tierras a Kirchner
Antes de esta decisión, en el improvisado cámping urbano, Díaz, de 52 años, presenta a su mujer, Amanda, con la que tiene cuatro hijos, dos de los cuales han viajado con ellos. En los 300 metros que separan las tiendas del bar Pichín, ella camina unos pasos detrás de él. Él elige milanesa de pollo con puré. Ella le comenta algo en toba y él pregunta qué es la milanesa napolitana (la que lleva queso, jamón y tomate encima). Amanda la escoge. Ambos beben agua. "Nosotros no estamos acostumbrados a elegir la comida, no sabemos qué es bueno o malo", explica Díaz. "Comemos lo que venga. Vivimos de la caza, la pesca y la recolección de frutos, pero ahora nos falta el territorio. Sin él, uno no puede tener los alimentos necesarios", añade el cacique, abrigado para que su cuerpo acostumbrado al calor tropical de La Primavera no sufra por el otoño de Buenos Aires.
Díaz habla solo para responder preguntas y lo hace de forma pausada. Con la misma tranquilidad con la que come su plato. Recuerda que en 2007 comenzó el conflicto cuando el Estado formoseño se hizo con las hectáreas que reivindicaba como propias su comunidad, en la que viven 4.050 personas, según comenta Amanda, en una de sus pocas intervenciones. "Ahora estamos todos encimados", añade ella. Díaz admite que en 2008 él firmó un documento en el que reconocía esa cesión, pero advierte de que lo hizo bajo la amenaza de un juez, policías y funcionarios de que, si no, quedaría preso.
"Nosotros veníamos a Buenos Aires con muchas expectativas porque la Constitución reconoce las tierras ancestrales que tradicionalmente ocupamos las comunidades indígenas", señala Díaz, que no come postre ni bebe café. "Reconocemos que los últimos Gobiernos han hecho bastantes cosas favorables al sector popular y han podido ajusticiar a los genocidas de la época militar, pero esa justicia está pendiente con nosotros, los pueblos indígenas. Nos arrinconaron durante siglos en lugares inaccesibles, montes [arboledas], bañados [humedales] y lagunas, que no servían para la ganadería y la agricultura, pero que hoy son codiciados por la falta de agua", describe Díaz, cansado de vivir en Buenos Aires. "Aquí no me siento bien. Queremos nuestro monte para defender nuestra madre tierra y dejar al futuro de la humanidad recursos naturales sin contaminación".
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