A ciegas
La frase más repetida, cuando aparece en las conversaciones el asunto de la crisis, es: "Nadie sabe nada". O sea, todos ciegos, como en la novela de Saramago. ¿Y si fuera verdad? ¿Y si nadie, dentro o fuera del Gobierno, tuviera idea de lo que está ocurriendo ni de las soluciones para remediarlo? Al principio, como en el Ensayo sobre la ceguera, alguien fue fulminado por su propia hipoteca mientras aguardaba a que el semáforo se pusiera verde. Así empezó la crisis, de forma aparentemente inopinada, ya no recordamos cuándo. Poco a poco, tanto los análisis como las predicciones fueron fracasando una tras otra. En este marzo anoréxico que nos acaba de dejar, comenzaría, si se acuerdan ustedes, la recuperación. Se dijo a ciegas, evidentemente, expresando un deseo más que una realidad basada en datos. Luego, los mismos ciegos hablaron del verano y más tarde de finales de 2009, cosa que al día de hoy parece una quimera.
Entretanto, íbamos caminando en fila india, cada uno cogido al hombro del de delante, guiados por un ciego que fingía ver. El otro día, en la tele, Rajoy se hizo el tuerto ante cien ciegos: ha descubierto su camino para llegar a rey. El mundo se va a llenar de tuertos durante los próximos meses. La desesperación aupará a cualquiera que prometa que ve. Pero no se lo crean, la experiencia dice que mienten. Nadie ve nada, nadie sabe nada. A ratos nadie quiere ver nada, nadie quiere saber nada. ¿Cómo es posible, si no, que en una situación objetivamente favorable para el pensamiento y la acción de izquierdas sea la derecha la que crece? Compañeros, no les reprochamos que no vean, sino que mientan a sabiendas. Si algo le falta a la izquierda, además de vista, es discurso. Necesitamos un discurso urgente sobre la ceguera, es decir, sobre la falta de conocimiento. Por ahí podría abrirse una grieta luminosa.
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