Testigos de hormigón
Un grupo de expertos intenta salvar fortines de la Guerra Civil
Hay un patrimonio colectivo en España que forma parte de la memoria y que, hasta ahora, ha sido desdeñado por ignorancia o desidia. Lo componen las fortificaciones militares construidas velozmente durante la Guerra Civil. Sólo la Comunidad de Madrid cuenta con un millar. Pese a haber transcurrido 70 años, unos 500 se mantienen indemnes. Su importancia es o bien histórica, por su situación junto a campos de batalla como Brunete y el Jarama, o bien técnica, como una fortaleza de traza toroide, como un donut, en Colmenar del Arroyo, conectada a cuatro nidos de ametralladoras como iglús.
Tras 70 años, unas 500 fortificaciones se mantienen indemnes en la Comunidad de Madrid
Los mejores zapadores militares y albañiles civiles participaron en la construcción de esos fortines, como muestra la excelencia de su hechura a base de hormigón armado, ladrillo y, en ocasiones, roca viva.
El Grupo de Estudios del Frente de Madrid (Gefrema), dirigido por profesores del colegio madrileño Nuestra Señora de Lourdes, a cuya cabeza se halla Antonio Morcillo y que dispone de asesores militares como Jacinto Arévalo, pugna desde hace años por proteger esas fortificaciones. Su propósito es, primero, el de identificarlas, ya que a veces se encuentran aún semicamufladas sobre el terreno o, incluso, dentro del agua: así ocurre con un blocao, garita para cuatro o cinco fusileros, de grandes proporciones, cuya parte alta y mirilla asoman por encima de la superficie del río Jarama, a la altura del espolón que forma el río Manzanares frente a Rivas-Vaciamadrid.
Una vez identificadas, las fortificaciones han de ser consolidadas y adecentadas con el propósito -dice Luis de Vicente, del Gefrema- de integrarlas en circuitos didácticos que expliquen al público qué vieron los combatientes desde sus atalayas. El sistema de fortificaciones pertenecía a un trazado de defensas que salpicaba incluso el paisaje urbano, como es el caso de dos grandes casamatas de hormigón del parque del Oeste, frente a la avenida de Séneca, en la Ciudad Universitaria de Madrid; los fortines del parque de la Cuña Verde, en el barrio de Aluche, habitados hasta hace apenas un lustro, o bien en la Colonia Camarines, junto a la carretera de A Coruña, que el Gefrema logró salvar de la piqueta durante la reciente construcción de una urbanización.
En la Comunidad de Madrid, sólo entre los altos de Somosierra, en el vértice norte de la región, y la localidad de Robledo de Chavela, próxima a San Lorenzo de El Escorial y no lejos del linde con la provincia de Ávila, con una longitud de unos ochenta kilómetros, son más de 600 los enclaves fortificados que aún hoy perduran en pie, explica Jacinto Arévalo. "Lo más preocupante es que al no tener aún un siglo de edad, carecen de protección patrimonial, por lo que cualquiera podría derruirlos, pese a su altísimo valor histórico y testimonial", comenta Luis de Vicente. Se trata de fortines, observatorios, casamatas artilleras, pozos de tirador, nidos de ametralladoras... en parajes poco visibles que facilitaban la instalación de unidades militares en posiciones para el control visual y del territorio batido por su armamento. El emplazamiento de un cañón ligero, operativo entre 1936 y 1939, prosiguió sin ser descubierto hasta casi un lustro después de finalizar la contienda: ocupaba una galería de unos ochenta metros, excavada en una roca enorme que jalonaba la ribera del Manzanares.
Una persiana con cañas y barro lo ocultaba tras disparar. Un pastor, de nombre Tito, reveló años después su enclave. La cueva sería empleada luego para cultivar champiñones.
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