"Quiero ser español"
Un atleta etíope que dormía en la calle sorprende con sus excelentes marcas
"A éste", decían sus colegas, "habrá que decirle cómo va la cosa, porque parece que no se entera". "No, no", les respondía Manuel Pascua, el entrenador. "Simplemente le vale con correr detrás y hacer lo que vosotros".
Se ha ganado la vida con los premios de las carreras en las que participaba todas las semanas
Pero no. A Alemayehu Bezabeh, el éste, no le valía con ir detrás de Luismi Berlanas y los hermanos Esteso, sus colegas, durante la prueba test a la que Pascua, mítico técnico de atletismo español, sometió el lunes a sus deportistas de medio fondo. Bezabeh, nacido en Etiopía hace menos de 22 años -la fecha exacta ni él la conoce: oficialmente, según un análisis radiológico practicado por especialistas de la Comunidad de Madrid tiene más de 18 años-, no sólo aguantó detrás de los tres las siete series de cuatro minutos dando vueltas a la pista del INEF en Madrid, poco más de 1.000 metros en cada tanda, intercaladas con descansos de dos minutos en la que les tomaban muestras de sangre del índice para medir su nivel de ácido láctico, síntoma de fatiga y de puesta a punto, sino que, ya en solitario, se marcó un kilómetro más, levantando señales de admiración entre el personal que lo observaba.
"Jopé", se admiraba el médico del Consejo Superior de Deportes que organizaba los análisis. "Después de toda la prueba ha hecho un kilómetro en 2,33 minutos. Es tremendo". "Y eso no es nada", ratificaba José Antonio Bodoque, fisioterapeuta de atletas, señalando a sus enormes zapatillas. "Lo ha hecho con unos tochos finos. Y le teníais que haber visto el domingo, en la milla de la Ballesta. Reventó la carrera desde los primeros metros y ni Casado, ni Higuero, los mejores españoles, pudieron hacer nada".
En pocos minutos, un mito nació en las pistas donde se entrena la crème de la crème del atletismo español. Un mito fino, delgadísimo, piernas de fibra sin gemelos, embutido en una camiseta negra que, muy apropiadamente para un etíope, lucía el nombre de Bikila. "Es tremendo", dijo Pascua. "Alemayehu me llegó en junio con una fractura de estrés en la tibia. Y se le curó corriendo. Tiene un callo terrible. No sé cómo aguantó el dolor".
Quizás lo aguantó por pura necesidad. Por hambre. Durante más de un año, Alemayehu, que ahora vive en Vicálvaro, compartiendo piso con unos compatriotas trabajadores, se recorrió media España participando en todo tipo de carreras populares, a veces dos y tres por semana. Estajanovista del atletismo por 1.000 euros al mes.
"Llegué en avión hace casi tres años", dice Alemayehu en su parco castellano, aprendido por obligación en el hogar de acogida de la Asociación Karibu, en el barrio de Delicias, en Madrid. "Vine a correr. Quiero ser atleta. Sólo eso". Por eso la lesión. Por eso la resistencia.
Llegó del país de los mejores atletas -Kenenisa Bekele, Haile Gebrselassie-, sin un duro, mucha ambición y más hambre. Durmió meses en el parque de Bravo Murillo, en Madrid, comió en los comedores de auxilio social, y sólo por una carambola acabó en Karibu, donde, visto que la Comunidad determinó que no era menor -tras mirarle por rayos X la muñeca decidieron que tenía 18 años y un día-, el padre Antonio Díaz, guiado por la máxima de que hay que buscarse la vida como sea, le tramitó una solicitud de asilo político. Allí le pusieron en contacto con otro atleta etíope asentado en Madrid, Fedaku Bekele, quien le llevó a su club, el Bikila, el bien llamado -Abebe Bikila es la leyenda del atletismo etíope, campeón olímpico del maratón de Roma-, le devolvió a la vida.
Ahora espera lograr el permiso de residencia. "Y, después", dice esperanzado, "quizás consiga la nacionalidad española, con lo que podré salir a correr al extranjero". Y con lo que hará un gran favor al atletismo español, pues su calidad es tal que puede convertirse en uno de los mejores atletas del mundo.
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