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Reportaje:

La Generala no tiene quien la entierre

La portuguesa que simuló ser militar durante 20 años muere en la soledad

María Teresinha Gomes bien pudo decir que vivió dos vidas. Una, como mujer fue tranquila y triste, porque el hombre de su vida murió prematuramente. A partir de ese momento, Teresinha empezó su segunda existencia. Que fue fantasiosa y valiente, pero también acabó mal. Con el mal de amores, le dio por hacerse general del Ejército portugués. Se encargó un traje militar en un sastre de la plaza del Rossio, compró unas medallas de latón y se convirtió en Tito Gomes, en el general Tito Aníbal da Paixão Gomes.

Maria Teresinha Gomes encargó un traje militar y unas medallas y se convirtió en el general Tito

Teresinha fue el general Tito (nombre de su hermano mayor, que murió con pocos meses, antes de que ella naciera) durante casi 20 años y los vecinos siempre la creyeron. Con ese aspecto tan respetable masculino, se hizo pasar por militar, por abogado, y hasta por funcionario de la embajada estadounidense y agente de la CIA. Vivía como si fuera un matrimonio normal con la enfermera Joaquina Costa (aunque dormían en cuartos separados). Cuando las cosas vinieron mal dadas, la Generala aprovechó su autoridad y su labia para sacarles los ahorros a vecinos y conocidos. Los invertía, decía, en el extranjero, y prometía altos intereses. La farsa acabó en 1992, cuando Teresinha fue detenida y luego juzgada por usurpación de identidad y estafas.

Ahora, La Generala ha muerto a los 74 años de forma tan misteriosa como vivió y no tiene quien la entierre. Su cuerpo fue encontrado en avanzado estado de descomposición el pasado día 1, en la casa aislada de la aldea de Carambancha de Cima, al norte del Tajo, donde vivía con su segunda compañera, María Augusta (sobrina de Joaquina), desde hace 15 años. La policía ha investigado, pero descarta un posible homicidio. Si ningún pariente reclama el cadáver, Teresinha tendrá un entierro de caridad pagado por la Santa Casa de Misericordia.

No tendrá funeral de Estado ni honras militares, pero la Generala fue toda una celebridad en su país a principios de los años noventa. Ahí está la foto del juicio. Tribunal de Boa-Hora, Lisboa, 1993. María Teresinha parecía el mismísimo general Della Rovere. Fue un juicio muy mediático y teatral. Los abogados la llamaban Teresinha; los testigos, "señor general" u "hombre bueno". El juez atendió la petición de la acusadora pública, María José Morgado (hoy fiscal especial anticorrupción), y dictó la pena de tres años de cárcel (que luego dejó en suspenso). Joaquina, la enfermera, se alegró en público de la condena, declaró que no sabía ni siquiera el verdadero sexo de Teresinha y la dejó para siempre. La Generala, por su parte, dijo en su defensa que sus padres le habían dado una educación pésima y represiva: "Las mujeres eran ciudadanos de segunda, no tenían libertad alguna".

Antes de vestirse de general por primera vez en un carnaval de 1974 (la noche que conoció a Joaquina Costa), Teresinha ya había hecho sudar a la policía. Nacida en Funchal (Madeira), a los 16 años se fugó de casa y se marchó a Lisboa. Sus padres denunciaron su desaparición, luego la dieron por muerta. Fue buena estudiante y una mujer de cultura que se expresaba con gran propiedad. Tras oír su condena, tiró de poesía y patria: "Mi vida sólo acaba cuando el corazón deje de latir. Entonces mi cuerpo deja de existir. Por eso quiero ser cremada y soñaba con poder llevar la bandera [de Portugal] envuelta en los pies".

Los vecinos de Carambancha de Cima han contado que Maria Teresinha, a quien llamaban "el tío", tenía pánico a quedar a luz pública. Había cubierto las ventanas con chapas de zinc para no ser vista/o, rara vez salía y poco antes de morir supo con horror que su caso había sido rescatado en un programa televisivo sobre los mayores estafadores portugueses.

Personaje literario, feminista adelantada a su tiempo, ser libre, la Generala alimentó la imaginación de muchos portugueses. El dramaturgo extremeño Manuel Martínez Mediero, siempre atento al estrambote ibérico, promete una pieza de teatro sobre ella. Quizá utilice estas frase-epitafio de Fernanda Ribeiro, vecina de Carambancha: "Si la mataron o se suicidó son cosas que nunca sabremos, porque siempre fue una persona cuya vida fue un misterio y que no permitía preguntas indiscretas".

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