Caín & Abel
Llegado el momento, Caín mató a Abel. Tenía que pasar. El agricultor mató al ganadero y gracias a ese crimen metafórico la economía dio un gran paso adelante y comenzó a evolucionar. Abel era un pastor trashumante cuyas ovejas iban arramblando con todo lo que pillaban y atrás sólo dejaban pastos y cosechas esquilmados. Por el contrario, Caín era partidario de asentarse en un valle feraz para dominar y cultivar la tierra. Frente a Abel, un señorito reaccionario bien visto por Dios, Caín era un progresista con gran sentido de la historia. Esta pelea a muerte, que se inició en las puertas del paraíso, aún no ha terminado. Gran parte de las películas del Oeste no han hecho sino recrear ese mito. Y ahora el mito de Caín y Abel se ha trasladado al mar. Los pescadores de altura, explotados por sus armadores y patronos, se juegan la vida en busca de caladeros en aguas internacionales y cuando los encuentran ya no se van hasta dejarlos agotados. Mientras unos marineros compatriotas estén secuestrados por los piratas somalíes, hay que hacer pronto, sin enredos leguleyos, lo que hacían en estos casos los frailes mercedarios: pagar el rescate y asunto arreglado. Pero una vez liberados, aunque en este momento suene mal, alguien tendrá que decir que es absolutamente bochornoso el espectáculo que dan los barcos de pesca españoles, franceses y japoneses, unos países ricos, felizmente sobrealimentados, en apariencia tan civilizados, despojando frente a las costas de Somalia, una región llena de miseria, de la única riqueza que bulle en sus aguas. Cuando ya no quede un solo pez, se irán, no sin dejar allí instalada la pobreza para siempre. Por supuesto, faenan en un mar libre, pero hasta que el mar no se someta a un cultivo racional, estas flotas pesqueras ejercerán el oficio de Abel, el trashumante, el esquilmador de la naturaleza y los piratas somalíes serán los seguidores del bueno de Caín, de nombre maldito, aunque fue el primer defensor del progreso económico con una quijada de asno. Los antiguos filibusteros, bucaneros y corsarios llenaron un día de aventuras románticas nuestra imaginación juvenil. Puede que estos piratas somalíes no sean tan fascinantes. Sólo tratan de sacar una mínima tajada a cambio del despojo de sus mares.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.