El hombre que pinta los bosques
Como todos los días a media mañana, y acompañado por sus dos escoltas, Agustín Ibarrola (Basauri, 1930) ha terminado su largo paseo por uno de los montes cercanos y por la ladera del Basoberri. En ese segundo lugar se encuentra una de las emblemáticas obras del artista vasco: El bosque pintado de Oma, en donde los árboles contemplan al visitante desde su altura a través de mágicos ojos pintados de vivos colores. Miradas que los vándalos radicales intentaron apagar en varias ocasiones. Pero la cita no se desarrolla en este lugar. Es más abajo en el valle, en el caserío Kurtzeñe de la pequeña aldea de Solokoetxe. De mostacho cano y sempiterna txapela calada, Ibarrola muestra con orgullo el caserón donde se instaló hace 35 años y que restauró con mimo y paciencia, hasta convertirlo en su hogar y estudio favorito. A sus casi ochenta años, incansablemente, el artista trabaja sin cesar, como lo ha hecho toda su vida, incluso en su época de cárcel durante la dictadura franquista. "Los que provenimos de familia obrera, tenemos arraigado un sentido de disciplina y un amor por el trabajo bien hecho", dice. Con ello sigue poniendo en práctica sus dos constantes: la búsqueda personal y artística de la libertad y la relación entre arte y naturaleza. "Trato de establecer una relación entre la cultura contemporánea y la cultura milenaria de mi pueblo, que es donde busco las raíces".
Sus gigantescos lienzos, ordenados minuciosamente contra las paredes y en el mismo suelo de la nave principal de su estudio, contrastan con las obras expuestas en el segundo piso, en donde maquetas y pequeñas esculturas de bronce o zinc le servirán para elevar a escala su definitiva obra en una calderería de Barakaldo. En una habitación continua, Ibarrola ha catalogado gran parte de sus famosas serigrafías, o pinturas en papel, madera o tela. La obra acumulada en este estudio-museo refleja esa enorme vitalidad que el artista transmite en su conversación, llena de inspiración, ideas y proyectos. A Ibarrola se le enciende la mirada al hablar de los grandes retos que le aguardan en las próximas semanas, como la gran exposición patrocinada por algunas empresas y el Ayuntamiento de Madrid con ocasión de sus 80 años, y que se distribuirá en varios lugares de la capital, en espacios abiertos o cerrados en función de la obra y de su material, antes de fin de año. Una selección de cuadros, rocas pintadas, hierro o grabados elaborada para un merecido reconocimiento que todavía las autoridades vascas no se han prestado a ofrecerle.
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