En otra dimensión
Entre la excentricidad y el ridículo no hay más que unos cuantos pasos. Un trecho que, andado por el cineasta con mucha valentía, abundantes deseos por salirse de la línea marcada y excesivas ganas de epatar, le lleva a colocarse una venda en los ojos, escribir una extravagancia detrás de la otra y filmarlas según su particular estilo. Karra Elejalde ha realizado este funambulesco ejercicio y se ha caído del alambre. Torapia es, según su propia definición, una "a-narko-comedia", pero, a pesar de las cuantiosas dosis de narcóticos, sus muestras de anarquía sólo producen sonrojo y los elementos de comedia, perplejidad.
Elejalde, que ha disfrutado del éxito de público con Airbag y Año Mariano, dirige esta vez en solitario y escribe junto a José A. Ortega y Carlos Zabala. Un terceto que se ha colocado en una dimensión paralela por culpa de unos gags que no provocan más que estupefacción. Ejemplo: el personaje de Juan Diego, algo así como el capitán general del grupo que habita el psiquiátrico donde se ambienta la película, convoca a los locos para la escenificación de una corrida de toros que, supuestamente, les sirve de terapia (de ahí lo de Torapia). "¡Escuchadme todos, ensayo general sin manola!", les grita. En ese momento, uno de los dementes, que anda siempre sobre los árboles del jardín haciendo el mono (literal), comienza a masturbarse. "¡He dicho sin manola!", grita de nuevo Diego.
TORAPIA
Dirección: Karra Elejalde. Intérpretes: Karra Elejalde, Juan Diego, Javier Gurruchaga, Gloria Muñoz. Género: comedia. España, 2004. Duración: 110 minutos.
Éste es el nivel de muchos de los chistes del filme, que quiere emular al mismo tiempo los universos de Federico Fellini y Luis G. Berlanga (la comparación ya duele), como si la maestría de éstos hubiese consistido sólo en juntar a mucha gente en el mismo plano, más el surrealismo de Buñuel, como si su genio estuviese basado únicamente en construir secuencias al margen de la realidad.
Sin la potencia visual de gente como Terry Gilliam (que en Miedo y asco en Las Vegas intentó un ejercicio lisérgico parecido al de Torapia), Karra Elejalde no acierta siquiera a construir un guión con una estructura interna más o menos lógica (lo intenta, pero no lo consigue), y se pierde en una intriga criminal centrada en un collar de diamantes que no debería haber ocupado ni un tercio del metraje que se le asigna. Por ese tortuoso camino se llega a la estrambótica secuencia final de la corrida de toros, imposible de filmar hasta para el más creativo de los cineastas.
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