Un tormento llamado Trovan
En 1996, la farmacéutica Pfizer suministró en Nigeria un nuevo medicamento a 200 niños. Once de ellos murieron y el resto aún padece las brutales secuelas del experimento
La industria farmacéutica cuenta con la mejor publicidad posible; fabrica medicamentos para salvar vidas y sobre esa premisa se generan todas las esperanzas de médicos y enfermos. A veces, esos sueños se cocinan en el cuarto oscuro de las grandes empresas. Unas doscientas familias de Kano, al norte de Nigeria, aseguran que su país fue en 1996 uno de esos laboratorios y que sus hijos fueron utilizados como cobayas humanas.
A principios de aquel año, una epidemia de cólera, meningitis y otras enfermedades asoló el norte del país. Pfizer, la mayor multinacional farmacéutica, envió a sus representantes a Kano, una ciudad amurallada y hecha en gran parte de arcilla y regida por las leyes islámicas. Los expertos de la compañía suministraron un medicamento llamado Trovan a unos cien niños de la ciudad para curarles la meningitis y un antibiótico de la familia de las quinolonas a otros cien.
"Después de la inyección mi hija fue dada por muerta hasta cuatro veces. Después se quedó muda y sorda"
La compañía trata de llegar a un acuerdo extrajudicial con las víctimas del medicamento
Los dos niños de Alhaji Garba Maisikeli tenían la enfermedad y recibieron la medicación. Días después de la visita de los médicos, este veterano periodista, que había trabajado para el canal de televisión NTA y para la BBC, se levantó y llamó a uno de sus hijos: "No me respondió. No oía, no hablaba. Estaba como dormido pero con los ojos abiertos". Maisikeli fue a ver a la gente de Pfizer. Le dijeron que los niños mejorarían en los días siguientes. La extraña pérdida de consciencia se agravó en ese tiempo. El periodista trató de hablar con los médicos nuevamente pero el grupo ya se había marchado. Sus hijos murieron; uno por la tarde y otro por la noche.
La indignación de Maisileki fue aumentando a medida que se conocían más casos. Decenas de familias empezaron a rondar las puertas de las mezquitas para pedir limosna y comprar medicinas que aliviaran los misteriosos dolores de los niños. "La mayoría perdían la consciencia. No se movían", dice Maisileki. En una ciudad como Kano, con más de tres millones de habitantes -la tercera más poblada de Nigeria, después de Lagos e Ibadan-, la historia tardó en saltar las murallas y llegar hasta los despachos del Gobierno de la capital, Abuja. Unos cuatro años. Pasado ese tiempo aún eran pocos los dedos que apuntaban a Pfizer y a los médicos que suministraron el Trovan como los culpables de las muertes de 11 niños y de las secuelas causadas en el resto.
Pero el diario estadounidense The Washington Post, una vez más, se enteró de la historia y puso a sus periodistas en el caso. Los resultados de un año de investigación sobre las pruebas de medicamentos en países del Tercer Mundo aportaron luz al caso de Nigeria. Supuestamente, Pfizer había ensayado un tipo de antibiótico en los niños de Kano sin haber realizado los test previos. Aquello fue corroborado además por uno de los médicos de la compañía, Juan Walterspiel. El especialista había enviado una carta a los ejecutivos de la empresa denunciando una violación de las normas éticas en el experimento. Fue despedido, según Pfizer, por otros motivos. El medicamento se aprobó poco después en Europa y Estados Unidos. La Unión Europea lo retiró a los tres meses porque causaba problemas hepáticos. En Estados Unidos se sigue usando aunque sólo como tratamiento hospitalario para infecciones muy severas.
Los titulares golpearon en los cuatro costados de un país superpoblado, unos 140 millones de personas, y la sociedad civil nigeriana, por lo general bastante dispersa y enfrentada en distintas etnias, salió a las calles. Tras las manifestaciones, en 2002, el Gobierno de Nigeria llevó a los tribunales a Pfizer. La batalla legal ha durado años y empieza a despejarse estas semanas si es que el acuerdo extrajudicial ofrecido por la compañía a las víctimas acaba de cuajar. Cincuenta y cinco millones de euros resolverían el asunto, según la cifra que barajan las autoridades de Kano, pero Pfizer ha desmentido que se haya llegado a un acuerdo.
La empresa insiste en su inocencia. Esta semana aseguraba en un comunicado que obtuvo la autorización del Gobierno de Nigeria para tratar de neutralizar el número de muertes, que Trovan ayudó a salvar vidas, con un índice de supervivencia entre sus pacientes del 94,4%, más de un 4% superior a la tasa de supervivencia de los pacientes tratados en el Hospital de Enfermedades Infecciosas de Kano que recibieron el tratamiento de referencia, ceftriaxona, durante la epidemia que mató a 12.000 personas en todo el país. Pfizer no se hace responsable de las secuelas y asegura que cuando la Organización Mundial de la Salud les pidió ayuda en 1996 para frenar la epidemia de meningitis que había en Nigeria ya había probado el Trovan en 5.000 pacientes.
Nada de eso convence a las familias de las víctimas. "Esto es muy simple", dice Maisileki, "vinieron, dieron el medicamento a unos niños que estaban enfermos y los niños se murieron o quedaron con secuelas". El periodista, impulsor de la cruzada de las víctimas contra la multinacional, cita de memoria los números de los pacientes según la documentación de Pfizer: "0015, sordo y ciego; 0018, daños cerebrales... Son muchas las evidencias. Sólo tienen que venir aquí y verlo con sus propios ojos".
Tras esos números que Maisileki suelta en una conversación telefónica apresuradamente, hay dramas con nombres y apellidos que han tardado años en mostrarse. Firdausi Madaki, una niña incapaz de moverse por sí sola, con la mirada ausente mientras es abrazada por su madre, recibió el medicamento durante la pandemia. Rabi Nuhu Bello Gaya, otra de las víctimas, recibió la inyección de Trovan cuando tenía dos años. Desde entonces la dieron por muerta hasta en cuatro ocasiones. Su padre, Malam Nuhu Bello, contó su historia así al diario nigeriano Daily Trust: "El día que le administraron la inyección empezó a sentir dolores en el hospital. La trajimos inconsciente a casa y minutos después concluimos que había fallecido. Un poco más tarde nos dimos cuenta de que su corazón latía y esperamos a ver qué ocurría. Eso ha ocurrido tres veces más. Antes de la inyección podía hablar. Después se quedó muda y sorda".
Otro caso. Anas, de 16 años, también fue tratado con Trovan cuando tenía cuatro años. Su padre, Malam Mustapha, describe la enfermedad como un tormento diario. "A veces le duele el cuerpo, aunque no sé muy bien de dónde viene. Se ve en su cara, en los gestos que hace de repente. Cada vez que ocurre, su madre tiene que cuidar de él y yo tengo que salir a pedir limosna para comprar las medicinas que le calman un poco. Son muy caras".
Casos así en familias del Primer Mundo serían tragedias. En Nigeria, un país donde un hospital puede llegar a ser un lugar peligroso, historias como la de Firdausi, Rabi o Anas se convierten en condenas que llevan a las familias a la calle y a la mendicidad en cada camino o carretera del país.
Nigeria sigue mostrando todas las contradicciones que salen de la paradoja sobre la que el país se sienta desde décadas. Es inmensamente rico en recursos. Es la segunda potencia gasística detrás de Rusia y año tras año se mantiene entre los diez productores de petróleo más importantes. Pero la mayoría de los nigerianos no ve nada de eso. Según el último Informe de Desarrollo Humano, el país sigue ostentando los puestos de cola en varias clasificaciones. Es el 158 en la lista de los 177 países más desarrollados; la esperanza de vida al nacer es de 46 años; sólo el 48% de la población tiene acceso a fuentes de agua que se puedan beber.
También es uno de los países con más corrupción según la ONG Transparencia Internacional, aunque ha mejorado en los últimos años -147 en una lista de 179 países-. La corrupción es una forma de vida que atraviesa todos los estamentos del país, desde el Gobierno al ciudadano que tiene que usar el ingenio y el engaño para progresar o simplemente llevarse algo a la boca. Si uno le pregunta a un nigeriano qué le dice el número 419, el interpelado esbozará una sonrisa y explicará que ésa es la cifra que aparece en el Código Penal sobre el fraude.
Hay quienes han dicho en Nigeria que todo el asunto de Pfizer se trataba de un 419 más, un intento de defraudar a una compañía millonaria dispuesta a poner dinero para quitarse el problema. La lista de los 200 afectados recogida por la Asociación de Víctimas del Trovan ha sido puesta en duda por algunos periodistas nigerianos que acusaban a su presidente, Maisileki, de haber promovido el engaño. Los periodistas dijeron que algunos de los niños que padecían las extrañas parálisis y otras secuelas de la enfermedad ya sufrían esos padecimientos antes de 1996.
Otros reporteros nigerianos indagaron en las historias de esos periodistas y concluyeron algo distinto: que en Nigeria es fácil dar pábulo a la propaganda. Contaron que algunos representantes de Pfizer habían invitado a los periodistas a banquetes, les habían dado regalos y agasajado hasta conseguir que los artículos dieran un giro a la historia para ponerse a favor de sus intereses.
Pero el caso Trovan ha supuesto además una nueva relación entre los países que dan la ayuda y quienes la reciben. La confianza se rompió, especialmente la que se tenía en las farmacéuticas y en quienes administraban sus medicamentos. En 2005, el ambicioso plan de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para erradicar la polio del mundo chocó con los islamistas radicales en Kano. La sharia (la aplicación integrista de la ley musulmana) convirtió el Estado en un hogar para el virus de la polio. Los mandatarios se opusieron a la vacuna y encargaron estudios que fueron cocinados en laboratorios locales con peregrinos resultados. Uno de ellos fue que la vacuna estaba contaminada por estrógenos y, por tanto, limitaba la fertilidad de las mujeres y la expansión del islamismo. Aquello debió convencer a la población de los territorios del Norte, que recibió a los médicos a pedradas en muchas aldeas, adonde no llegó la vacuna.
Algo parecido pasó en otros países africanos. La lucha contra el sida fue la que se llevó la peor parte. En 2003, en la Conferencia sobre Sida en África de Nairobi (Kenia), el caso de Nigeria fue una constante. Y en Botsuana, en 2005, varias iniciativas para tratar de reducir la mortandad del sida se encontraron con la oposición de la población local. Muchas organizaciones tuvieron que trabajar duro para evitar los recelos surgidos después de aquella historia. África tarda en recuperarse del efecto Trovan.
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