El momento más bajo
El Vaticano tiene mucha razón en no permitir que Robert Schuman, uno de los padres fundadores de la Unión Europea, sea declarado santo o incluso beato. Es cierto que Schuman fue un católico ejemplar, pero, como acaba de decir la Congregación para las Causas de los Santos, de momento no se le puede atribuir ningún milagro. Y tal y como están las cosas en la UE, no es razonable pensar que algo así pueda suceder en un futuro cercano.
Schuman, el ministro francés nacido en Luxemburgo y criado en la frontera alemana, el hombre que parecía tranquilo pero al que consumía la voluntad de crear los mecanismos necesarios para impedir nuevas guerras en Europa, no es un personaje a tono con estos tiempos. No era, por ejemplo, ni remotamente mediático, sino un hombre al que le convendría la definición de "templado" que hace Antonio Muñoz Molina de su último personaje, alguien a quien no le gustaba dejarse llevar por enormes sentimientos nacionales ni ideológicos. Puso toda su energía y toda su inteligencia al servicio del movimiento europeo y seguramente algunos cristianos crean que se puede hablar de "la santidad de su política", pero desde luego no hizo, ni tuvo la intención de hacer, ningún milagro. Es más, su vida da a entender que siempre desconfió y huyó de ellos y que se encomendó mucho más al trabajo gris, pesado, nada brillante ni llamativo, pero terriblemente eficaz, de los acuerdos comerciales y fronterizos, de los pequeños pasos que crean confianza entre los pueblos. Schuman esperaba, y lo dijo con insistencia, que el camino del Tratado de Roma fuera largo y que no tuviera retorno. Es decir, que, además, no tuvo siempre razón, así que los europeístas católicos tendrán que conformarse con pensar que "san Schuman" fue un hombre simplemente venerable, es decir, digno de respeto por sus cualidades.
La UE va mal: falta solidaridad en la zona euro, Schengen retrocede, se renacionalizan los discursos políticos
El día en el que Schuman hizo, junto a Jean Monnet, su propuesta para crear una comunidad del acero y del carbón, el 9 de mayo, se considera el Día de Europa. Probablemente la última celebración, la semana pasada, ha marcado el punto más bajo de la historia de la UE, como apuntó, en las celebraciones de Florencia, el profesor Joseph Weiler. "La falta de solidaridad a la que se está asistiendo en la crisis de la zona euro, el retroceso en el Tratado de Schengen, parecen indicar que se ha llegado a un límite", advirtió.
No es el único que está preocupado por el desarrollo de los acontecimientos. Jacques Delors recordó a los actuales dirigentes europeos que sus predecesores creyeron absolutamente que Europa tenía que hacer progresos. "¿Y hoy? ¿Y ellos? Alguien me puede decir: 'Pero, señor Delors, se han evitado las cosas peores'. Quizá. Pero no solo necesitamos bomberos. Hacen falta arquitectos". El expresidente de la Comisión reprochó a Alemania que no impulsara en su momento el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, sino que se apoyara solo en una pierna, la estabilidad monetaria. "Fue algo hipócrita", lamentó.
La renacionalización de Alemania a expensas de Europa fue también el objeto de un reciente debate en el que participaron el filósofo Jürgen Habermas y el político Joschka Fischer, entre otros. Los dos coincidieron en una cosa: les daba risa (textual) la idea de que Alemania, Francia o el Reino Unido, por sí solos, sean capaces de tener un papel significativo en la actual realidad global. La política alemana, dudosa, está haciendo un gran daño y permitiendo la "renacionalización" del discurso político en muchos de los países miembros de la UE. "No se trata de cambiar la infraestructura de las esferas nacionales", propuso Habermas, "sino de abrirlas unos a los otros". Pocos días después, el Gobierno de Dinamarca llegó a un acuerdo con la extrema derecha para anunciar el restablecimiento de controles fronterizos a ciudadanos de otros países miembros. Schuman no tiene ninguna posibilidad de llegar a ser santo.
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