"Vamos hacia una recesión grave"
M ichel Rocard (Courbevoie, 1930), uno de los pensadores más lúcidos de la izquierda europea, disecciona la crisis de la socialdemocracia desde una mirada preocupada. Europeísta convencido, pide a la izquierda una profunda reflexión sobre el proyecto de la UE, por el que pelea desde 1994 en su escaño de eurodiputado en Estrasburgo. El ex secretario general del Partido Socialista francés, dos veces candidato a la presidencia y ex primer ministro del Gobierno de François Mitterrand, afirma hoy que, después de 58 años de militancia, se siente más socialdemócrata que nunca, aunque insista en que desde 1989, fecha de la caída del muro de Berlín, la izquierda está enferma porque no ha sabido analizar ni percibir las consecuencias de lo que pasó.
"Creo que el PSOE está más cómodo en la aceptación de la economía de mercado"
"España, como Francia, no puede prometer el pleno empleo a sus ciudadanos"
"Europa está dirigida en gran parte por gente que cree en las virtudes de los equilibrios de mercado"
"En caso de recesión de Estados Unidos, la primera víctima será China"
Pregunta. En casi toda Europa occidental, una corriente populista y conservadora ha arrastrado a muchas capas sociales situadas habitualmente en la izquierda. ¿Se debe a la crisis profunda de la socialdemocracia o a la falta de alternativa al modelo actual?
Respuesta. No me gusta la palabra crisis, que sale del vocabulario médico, y que en la evolución de una enfermedad describe el punto fuerte de ésta, después del cual, o bien se muere, o se vuelve al estado normal, que es la salud. La palabra crisis supone un desequilibrio temporal e implica el regreso a una etapa conocida. Pero no es lo que está ocurriendo. Vivimos una gran mutación social, y el debilitamiento temporal de la socialdemocracia traduce una insuficiencia de respuestas a esta evolución; pero no es una crisis, es una dificultad. El gran problema en nuestras sociedades contemporáneas es que hemos perdido la costumbre de reflexionar sobre largos periodos. Tras la II Guerra Mundial, mucha gente afirmaba que el capitalismo era, en gran parte, la causa de esta guerra, y no sólo la locura de Hitler. Se recordaba la gran crisis de 1929-1932, y lo que supuso de retorno de la desconfianza y del distanciamiento entre los países, basado en el proteccionismo por causa de esta crisis. La guerra permitió la victoria sobre las dictaduras nazi y fascista, y se supo reconstruir el capitalismo. Entre 1945 y 1975 hubo 30 años de pleno empleo en América del Norte, en Europa occidental y en Japón.
Desde 1975, y lentamente, hemos cambiado de sistema o pilotaje del capitalismo, y nos hallamos hoy en sociedades con crecimiento lento, con fuerte nivel de incertidumbre en la población activa y con crisis financieras repetidas cada cuatro o cinco años. Y nos encontramos evidentemente ante el inicio de otra gran crisis económica financiera.
P. Ante esta amenaza, ¿quiénes serán las primeras víctimas?
R. Desde 1945 y hasta 1980, el mundo no conoció más que quiebras nacionales, no crisis mundiales. Era el gran éxito del capitalismo regulado. Pero hoy, frente al pleno empleo pasado, nos hallamos con que tres categorías -los parados, los trabajadores en precario y los pobres- se convierten en las primeras víctimas. Tienen volúmenes variables de país a país, pero llegan en todas partes al 25% de la población activa. Es esta gente la que inquieta o desespera, provoca la subida de la extrema derecha y favorece la apatía democrática y el aumento de la abstención.
P. ¿Cómo reconstruir una alternativa que ilusione frente a este capitalismo desordenado, como lo llama usted?
R. Lo que he descrito es el resultado no de la mundialización, sino de la globalización no regulada. La globalización es mezcla de la apertura de fronteras físicas, de la aceleración en el mundo entero, de la aceleración absoluta de la velocidad de todo transporte, y, en primer lugar, de la formación que recorre con velocidad de la luz todo el planeta. Pero también de los productos, los servicios, las personas, y la ausencia de regulación de todo ello. La globalización está acotada por las hipótesis absurdas y peligrosas del señor Milton Friedman, que dice que el equilibrio de los mercados es óptimo, y que, si quiere usted por razones sociales mejorar los mercados con la intervención pública con subvenciones, reglas o tasas, logrará más perdedores que ganadores. Y eso no funciona. En nombre de ese dogma nos vemos regulados por Estados que no quieren intervenir contra el fraude o su prevención. La mitad de la liquidez internacional de hoy está gestionada en paraísos fiscales.
P. ¿Y cuál sería la respuesta?
R. Antes de llegar a lo que podemos hacer y ayudarnos a encontrar una respuesta, debemos explicar por qué la socialdemocracia se ha visto desbordada y cogida a contrapié. La socialdemocracia mundial había sido largo tiempo fiel a la libertad, es su elección de 1920: "No haremos como los comunistas". Pero fiel también a una visión, a un análisis de la economía alrededor de las propuestas de Marx. Estamos en un drama por causa de la propiedad de los medios de producción y de intercambio, y hay que cambiar esos postulados por la propiedad colectiva de los medios de producción y de intercambio, y por una administración de la economía de hecho. Esto no funciona. Es en el periodo del capitalismo eficaz de 1975 cuando la socialdemocracia se ve obligada a renunciar a su base de la doctrina económica de antes de la guerra. Ya lo hicieron los suecos en 1932, cuando el partido socialista fue el primero en apuntarse a la economía de mercado. Los alemanes lo hacen en 1959, y los españoles, de forma muy visible -con una fuerte crisis interna en 1979-, con la dimisión de Felipe González, diciendo: "Yo no soy marxista".
P. Pero no todos los partidos socialistas europeos dieron ese giro.
R. Dos partidos, el portugués y el francés, no supieron optar por esta elección y se quedaron en una ambigüedad que les ha costado mucho. Hay que saber que la Internacional Socialista y su sucursal de los partidos europeos se alinean sobre la economía de mercado desde 1950. Aunque la socialdemocracia se ha visto capacitada para contestar a la crisis y desempeñar un papel importante en la consolidación del capitalismo regulado, sobre todo desarrollando la protección social, ha perdido, sin embargo, una parte de su carta de identidad. La desaparición en esta carta de las nacionalizaciones y de la economía administrada ha debilitado su imagen. Era necesaria porque esta imagen era falsa y mala, pero ha perdido en visibilidad, en claridad.
Segunda observación: en todo este asunto, la socialdemocracia y el mundo entero no han logrado diferenciar suficientemente entre la economía de mercado y el capitalismo: la economía de mercado es bimilenaria, mientras que el capitalismo es sólo bicentenario. Éste nace de un matrimonio entre dos invenciones: la máquina de vapor, que permite hacer trabajar a muchos hombres juntos alrededor de una sola fuente de energía, y la sociedad anónima, que es una invención financiera, primer medio en asociar a muchos capitalistas juntos para un mismo proyecto. Entonces, el capitalismo toma un desarrollo arrasador porque es formidablemente eficaz. Ha tenido, como el mercado, la virtud de poner a todo el mundo en el tajo para el desarrollo económico, en vez de esperar las decisiones del Estado. Pero aporta la gran dimensión, el capitalismo necesita del mercado, aunque existe un antagonismo fundamental. Se puede imaginar un mercado sin propiedad privada de los medios de producción e intercambio. Ése era el sueño de Tito, en el que sólo cabrían empresas municipales. Se puede imaginar un mercado hecho sólo de cooperativas. Es lo que pensaba Marx. La autodeterminación de los trabajadores se da porque pasan contratos entre ellos, y entre las unidades de producción. Así es como la economía nazi estaba estrechamente regulada por negociaciones permanentes entre el Estado y las grandes empresas o trusts que tomaban todas las decisiones. Éstos dejaban poco espacio al mercado, que sólo regulaba el detalle.
P. Se abre el camino al monopolio.
R. El mercado sólo existe si hay verdadera competencia, y el capitalismo tiene una tendencia constante, y en todas partes, al monopolio. Esta tendencia ha trastornado la economía contemporánea. El capitalismo y sus reglas funcionaban con tres reguladores: la seguridad social que salía entonces de las crisis, la tercera parte del ingreso de las familias que permitía a los parados no morir de hambre, y quedaba un pequeño poder adquisitivo para reactivar el mercado en casos de crisis; las políticas keynesianas, de lucha contra las variaciones internacionales, y la política de sueldos altos. Fue Henry Ford el que para salir de la crisis de 1929 acuñó esta frase: "Pago a mis asalariados para que compren mis coches". Había entendido eso. El capitalismo de 1945, tras la guerra, generaliza esos tres principios, y alrededor de ellos todo va bien.
P. Sí, pero, al parecer, la época de bonanza ha terminado, y muchos ciudadanos consideran esa globalización como una amenaza.
R. En este nuevo desequilibrio de la última década hay otra víctima, que es el accionista que se considera mal remunerado porque la retribución de los asalariados es fuerte. Desde entonces vivimos la revancha de los accionistas, que han tomado el poder en todas partes y gritan: "¡Quiero más dividendos". Y el nuevo sistema, todo para los accionistas y lo menos posible para los asalariados, es una triste realidad. Ahora, y en todos nuestros países, tras esos largos periodos, la parte de los salarios sobre el producto nacional está en clara disminución. Representaba un 70% de media en Europa hace treinta años, y ahora está en un 58% del PIB. Eso explica el trabajo temporal precario, el paro y la casi imposibilidad de disminuirlos. Pero lo más revelador es el trabajo temporal. Los países que más lo aceptan tienen menos paro que los otros, como España.
P. ¿La recesión es entonces inevitable?
R. Lo que creo profundamente es que hemos entrado en una crisis que no sólo es financiera y que va a afectar a la economía. Por ejemplo, en caso de recesión americana, la primera víctima será China, que vive en gran parte de sus exportaciones hacia Estados Unidos. Vamos hacia una recesión que será grave porque la parte del producto nacional que va hacia los salarios, los ingresos de la seguridad social y los recursos bajos es demasiado débil, y ya no favorece el consumo. La liquidez de hoy se compromete hacia lo inmaterial y lo especulativo y el juego. Todo ocurre porque el apetito de ganancia de capital de las capas medias-altas ha roto el sistema. Quiere decir que hay que encontrar regulaciones internas e internacionales para reencontrar una gran política keynesiana de lucha contra los créditos, para reencontrar una garantía dada a la seguridad social respetada y potente, así como a los servicios públicos puestos hoy en entredicho en el momento de la búsqueda del provecho. Y por eso lo que creo es que la solución y la herramienta es la socialdemocracia. Tardaremos al menos diez años en lograr la unanimidad de la socialdemocracia mundial. Alrededor de este diagnóstico, pero sobre todo alrededor de las soluciones, no existe otro cuerpo político posible.
P. ¿Pero cuál puede ser el papel de Europa en ese frente, en esa solución a la crisis?
R. Actualmente, Europa está dirigida por fuerzas cómplices del sistema. Y no es cuestión de que Europa busque corregir todos sus negativos efectos. Europa está dirigida en gran parte por gente que cree en las virtudes de los equilibrios de mercado, y que no se dan cuenta de que van contra un muro. Pero Europa tiene la ventaja de ser enorme, es la primera economía mundial, es el primer exportador e importador del mundo. Y si Europa se da una mejor orientación de las regulaciones puede cambiar las reglas de juego mundial. Ninguno de nuestros países lo puede hacer solo, ni la misma Alemania. Por eso, después de 58 años de militancia, soy más socialdemócrata que nunca, y por eso estoy convencido de que debemos entendernos.
P. ¿Y cuál puede ser el papel de España en esa aportación de ideas para ese cambio?
R. Como el de Francia, desdeñable. No tenemos el espacio para corregir las pesadas tendencias que nos llegan desde el mundo entero, de la India, de China, y hay que reconocerlo. Se es políticamente serio cuando no se prometen tonterías. España, como Francia, no puede prometer el pleno empleo a sus habitantes, eso depende de una regulación mundial.
P. Es conocedor de las últimas cifras en España.
R. Sí, y no es sorprendente; pero, desgraciadamente, España sola no puede hacer gran cosa, aunque ella no tiene nada que ver en las causas. Tiene factores agravantes como su sistema de créditos, mucho más incierto que el francés, o el sistema prehipotecario, también incierto en el inmobiliario, que no tiene Francia. Todos esperamos de España que tome conciencia de todo ello y que participe activamente en un esfuerzo internacional para lograrlo. Nadie se puede salvar solo, pero algunos países tienen una influencia y carisma intelectual o lingüístico que dan mucha importancia a lo que hacen en otras partes. Si España toma conciencia de lo que le estoy diciendo, arrastrará a una gran parte de América Latina, porque existe ósmosis. España es, por tanto, esencial en esta toma de conciencia que debe caminar hacia una ofensiva socialdemócrata internacional.
P. Cree usted entonces que España tiene que tener una mayor participación en Europa. ¿Cuál sería el papel de Zapatero como dirigente socialista europeo?
R. El papel de España ya es muy fuerte en Europa. La mentalidad colectiva española es más europeísta o internacionalista que la francesa. Jugáis mejor el papel europeo que nosotros. Lo veo en el Parlamento Europeo. España tiene delegaciones menos numerosas que Francia, pero se sirve mejor de ellas. Creo que el PSOE está mejor equipado intelectualmente y más cómodo en la aceptación de la economía de mercado que nosotros, los socialistas franceses. Evidentemente, los intelectuales españoles tendrán una mayor resonancia y escucha en Europa, y podrán hacer avanzar la reflexión colectiva.
P. Es el problema de una parte de la izquierda francesa que le dio la espalda a Europa durante muchos años, o esa izquierda más radical, la comunista, por ejemplo.
R. Es necesario que la izquierda comprenda que quien dice economía de mercado, dice solamente garantía de la libertad en la organización económica, y nada más, y que, por tanto, no describe la forma de retroceder del capitalismo. Es una gran obra. Cuando Karl Marx hizo una crítica del capitalismo y fundó el socialismo, su pensamiento era para un siglo. No tenía prisa. Estamos de nuevo en esta situación, con la gran diferencia de que nos hemos desembarazado de la apropiación colectiva de los medios de producción, porque no funciona. Desde el principio, siempre hubo una minoría en el Partido Socialista francés que se opuso a esa idea de Europa. Esa corriente fue más fuerte en los años cincuenta, pero siguió existiendo en tiempos de Mitterrand con la crisis de desconfianza hacia Europa, con dirigentes como Pierre Joxe. Y hoy, una parte significativa del partido utiliza Europa como responsable de nuestros males; vota a favor del no en el referéndum sobre la Constitución europea, que provocó el drama que sabemos, o se sigue oponiendo a la economía de mercado. Otros prefieren no definirse, y es lo más fácil. Sin embargo, tendremos la ocasión de aprobar una definición mucho más sensata y clara con ocasión de nuestro próximo congreso.
P. Algunos, incluso en la época de Pierre Mauroy, mostraron ciertas simpatías por el movimiento abertzale vasco cercano a ETA. ¿Qué opinión le merece el terrorismo vasco, el último de Europa occidental?
R. El terrorismo vasco es más un problema franco-español y de coordinación de ambas policías. Sigue siendo muy grave, pero no requiere un cambio institucional europeo. Quizá sí el terrorismo yihadista. ¿Seremos capaces de no degradar nuestras relaciones con los países árabes? Tendremos que saber distinguir entre el combate contra individuos fanáticos y terroristas islamistas y nuestras relaciones con los Estados árabes. Es muy delicado, pero fundamental.
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