"Soy caótico y vago"
El ajedrecista noruego Magnus Carlsen, de 19 años, habla sobre su ascenso al número uno del ranking mundial, su colaboración con Gary Kaspárov, sus jóvenes fans y su debilidad por la música de rap sombría.
Pregunta. ¿Qué coeficiente intelectual tiene usted?
Respuesta. Ni idea. No quiero saberlo. Podría suponer una sorpresa desagradable.
P. ¿Cómo dice eso? Con 19 años, encabeza el ranking mundial del ajedrez. Tiene que ser increíblemente inteligente.
R. Precisamente eso sería lo espantoso. Claro que es importante que un jugador de ajedrez sepa concentrarse bien, pero también puede ser un lastre que sea demasiado inteligente. Estoy convencido de que el inglés John Nunn nunca fue campeón mundial porque era demasiado listo para serlo.
"El ajedrez no puede convertirse en una obsesión. Si no, se corre el peligro de extraviarse en el universo del juego"
P. ¿Cómo es eso?
R. Nunn empezó con 15 años a estudiar matemáticas en Oxford; era el estudiante más joven desde hacía 50 años y con 23 se doctoró en topología algebraica. Tenía una cantidad tremenda de cosas en la cabeza... Sencillamente, demasiadas. Su inmensa capacidad para aprender y su constante sed de conocimiento le apartaron del ajedrez.
P. ¿En su caso es distinto?
R. Así es. Soy un tipo completamente normal. Mi padre es más inteligente que yo.
P. Ya. ¿Cuántas jugadas puede calcular por anticipado?
R. Depende de la situación de juego. A veces, 15 o 20. El truco es valorar correctamente la situación al final del cálculo.
P. A la edad de 13 años, 4 meses y 27 días se convirtió en gran maestro y jamás ha habido un número uno más joven que usted. ¿De qué depende esto si no es de su inteligencia?
R. No digo que sea completamente estúpido. Pero mi éxito tiene sobre todo que ver con que tenía la posibilidad de aprender más con mayor rapidez. Acceder a la información se ha hecho mucho más fácil. Los jugadores de la Unión Soviética tenían antes una gran ventaja, porque en Moscú disponían de un enorme archivo en el que se ordenaban cuidadosamente incontables partidas en fichas de datos. Hoy todos estos datos pueden comprarse por 150 euros en un DVD: en un disco se almacenan 4,5 millones de partidas. También hay más libros que antes. Y también, claro está, he empezado a trabajar con el ordenador antes que Vladímir Krámnik o Viswanathan Anand.
P. ¿Cuándo exactamente?
R. Con 11 o 12 años. Me preparaba con un ordenador en los torneos y jugaba por Internet. Hoy los niños aún empiezan antes a utilizar un ordenador, aprenden las reglas directamente en la pantalla. Desde ese punto de vista, yo ya me he vuelto anticuado. El progreso técnico produce jugadores punteros cada vez más jóvenes.
P. ¿En el ajedrez moderno es una ventaja ser joven?
R. Cuando se es un jugador joven, se tiene mucha energía, mucha fuerza, una gran motivación. Pero es frecuente que los jugadores jóvenes no defiendan igual de bien las posiciones ni se sobrepongan igual de bien cuando las tornas se les ponen en contra. La experiencia es esencial. Lo más importante es el reconocimiento de pautas: la capacidad de reconocer motivos y figuras típicas sobre el tablero, rasgos característicos de las posiciones y sus consecuencias. Esto se puede aprender hasta cierto punto con entrenamiento, pero no hay nada más importante que la rutina de juego. Sólo tengo 19 años, pero seguro que ya tengo a mis espaldas miles de partidas al estilo clásico.
P. ¿Cuándo empezó con el ajedrez?
R. Debía de tener cinco años y medio o seis. Mi padre nos enseñó las reglas a mí y a mi hermana mayor, Ellen. A diferencia de Ellen, a mí no me interesó especialmente, se me daba mal y me cansé rápidamente. Hasta los ocho años no volví a ocuparme del ajedrez.
P. ¿Cómo fue?
R. Cogí un tablero y recapitulaba las partidas que mi padre me enseñó. ¿Por qué se hacía esta o aquella jugada? Descubrí por mí mismo los secretos del juego. Era fascinante. Al cabo de unos meses empecé a leer libros especializados.
P. ¿De dónde vino ese entusiasmo repentino?
R. No lo sé. Como tampoco puedo decirle por qué, cuando aún no tenía ni dos años, quería hacer rompecabezas de cincuenta piezas. ¿Por qué quería saber las marcas de todos los coches corrientes, con dos años y medio? ¿Por qué leía libros de geografía, con cinco? No sé por qué me aprendí todos los países de la tierra, con su capital y su población. Probablemente, el ajedrez sólo era una ocupación más.
P. ¿No hubo ninguna experiencia que fuera decisiva?
R. Vi cómo jugaba mi hermana Ellen. Imagino que me entraron ganas de ganarla.
P. ¿Y?
R. Después de la partida no volvió a tocar un tablero durante cuatro años.
P. ¿Cuándo empezó a jugar torneos?
R. Poco después. Mi padre dijo que si entrenaba un poco más podría participar en los campeonatos noruegos para menores de 11 años. Pensé que podía ser divertido. Mis resultados no fueron nada malos. Al año siguiente gané el torneo.
P. ¿Le han dado una formación sistemática, como la que tuvieron todos los antiguos niños prodigio rusos?
R. No. No soy un pensador disciplinado. No me va la organización; soy caótico y tiendo a la vagancia. Mi entrenador se dio cuenta y generalmente me deja practicar lo que me apetece.
P. ¿Es un genio descuidado?
R. No soy un genio. ¿Descuidado? Quizá. La cosa va así: si me siento bien, entreno mucho. Si me siento mal, lo dejo estar. Trabajar conforme a un horario no me divierte. El aprendizaje sistemático me mataría.
P. ¿Cómo aguantó entonces la clase de matemáticas?
R. Cuando tenía 13 años, mis padres me dieron un año de vacaciones de la escuela. Viajaron conmigo y con mis hermanas por el mundo y nos daban clase mientras íbamos de un sitio a otro. Fue maravilloso, mucho más eficaz que estar sentado en la escuela. Entiendo que para un profesor es un problema tener que ocuparse de 30 alumnos. Pero el ritmo tan lento me resultaba frustrante. Nunca he echado de menos la escuela.
P. Durante mucho tiempo ha sido el cazador; ahora es la presa. ¿Es consciente?
R. Claro. La presión ha aumentado; todos quieren vencerme. También noto la creciente responsabilidad de marcar la pauta del juego porque mis adversarios evitan hacerlo. Se han vuelto más cautelosos que hace un año.
P. ¿Y cómo se adapta?
R. Hasta ahora, sin problemas. Sigo durmiendo mucho y bien. Me dan pena los jugadores que se pasan toda la noche en vela, rumiando sus partidas. Hay colegas que en un torneo prolongado caen en una auténtica depresión. Me gusta jugar al squash o al tenis para desconectar, veo series de televisión en DVD.
P. En enero, durante el Torneo de Wijk aan Zee, vivió tres semanas en un lugar que parecía una ciudad fantasma, en un hotel desolado. Tiene usted 19 años... ¿No le da la sensación de estar perdiéndose su juventud?
R. No.
P. ¿Nunca sale a tomar algo por las noches?
R. Raras veces. Prefiero quedarme chateando con mis amigos por Internet o jugar al póquer por la Red.
P. ¿Por dinero?
R. Hombre, claro. ¿Por qué si no?
P. ¿Gana?
R. Si me tomo en serio una partida, sí. Cuando no, a veces puedo perder. Pero no pasa nada. Lo importante es que tengo una vida más allá del ajedrez.
P. ¿Por qué?
R. El ajedrez no puede convertirse en una obsesión. Si no, se corre el peligro de caer en un mundo paralelo, de perder el contacto con la realidad, extraviarse en el universo infinito del juego. Uno se vuelve loco. Entre torneo y torneo procuro tener tiempo suficiente de volver a casa, ocuparme de otras cosas. Salgo a andar, a esquiar, a jugar al fútbol con el club.
P. ¿Tiene algún club preferido?
R. El Real Madrid, los galácticos.
P. Muchos futbolistas se entonan con música antes de un partido. ¿Hace algo parecido antes de sentarse ante el tablero?
R. Claro que sí. Cuando tengo un estado de ánimo sombrío antes de una partida, escucho música sombría.
P. ¿Cuál, por ejemplo?
R. No creo que la conozca... Una canción de Lil Jon. Es una canción de rap tonta, pero me viene bien, me relaja. Escucho música en Internet, pero no me descargo canciones. Todo legal. Puede que eso a muchos les parezca aburrido, pero creo que es importante.
P. Lleva un año colaborando con Gary Kaspárov, quizá el mejor jugador de todos los tiempos. ¿Cómo es esa cooperación? ¿Kaspárov es el maestro, usted el discípulo?
R. No. En lo que se refiere a los puntos fuertes de nuestro juego no estamos muy alejados. Hay muchas cosas en las que él es mejor que yo. Y al revés. Kaspárov puede calcular más variantes, pero mi intuición es mejor. Yo sé inmediatamente cómo evaluar una situación y qué plan se requiere. En eso soy mejor que él.
P. ¿Qué le puede enseñar él?
R. Tiene una cantidad enorme de ideas sin explotar para las aperturas. Y tiene un valor incalculable que él ya haya jugado contra la mayoría de mis rivales. Kaspárov percibe cuál es su estado de ánimo, cómo iniciarán una partida. Yo no puedo hacerlo.
P. ¿Cuánto tiempo va a trabajar con él?
R. Nuestra cooperación ha llegado ahora a la siguiente fase. Uno de nuestros grandes objetivos era que yo alcanzara el número uno. Lo hemos conseguido mucho antes de lo que planeábamos. Ahora hemos decidido que en el futuro seré responsable de todas las decisiones profesionales antes y durante un torneo, sin la guía permanente de Gary.
P. ¿Van a dejar de colaborar?
R. No. Nos mantendremos en contacto; sigo teniendo siempre abierta la posibilidad de consultar regularmente con él. También me entrenaré con él. Insisto: los últimos 12 meses han tenido un valor incalculable para mí, y seguiré escuchando sus consejos.
P. Viswanathan Anand, el actual campeón mundial, teme que usted vaya a dominar la escena durante años. Ha dicho que ya es hora de que conozca a una chica. ¿Qué hay de ese tema?
R. De vez en cuando recibo algún correo de jóvenes fans.
P. ¿Les contesta?
R. Depende.
P. ¿De qué?
R. Eso es privado y confidencial.
© Der Spiegel. (Traducción de Jesús Alborés).
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