Retratos del desempleo
Mujeres, parados de larga duración, inmigrantes y jóvenes. Ésta es su historia
El paro ha crecido de forma vertiginosa desde hace dos años. España ostenta el récord de desempleo en la Unión Europea, lo que le ha valido sobrenombres como la fábrica de los parados. La lacra no ha afectado a todos por igual. De entre toda la marea de datos, estadísticas, cifras sueltas y retratos de colas a la puerta del Inem, EL PAÍS pone nombres y apellidos a cuatro colectivos de los más golpeados por el desempleo entre los 4,1 millones de parados: mujeres, desempleados de larga duración, inmigrantes y jóvenes.
» LAURA PEÑALVER. El perfil de las mujeres en paro es el de una persona de entre 25 y 54 años, y que pierde su empleo tras haber trabajado en el sector de los servicios. Uno de esos rostros es el de Laura Peñalver, de 36 años. Llega esta mañana con cara de sueño, quizá porque ha estado acostumbrada durante años a trabajar de noche: era técnica de una sala de bingo, o lo que es lo mismo, vendía cartones y cantaba las bolas. Su sueldo no llegaba a los mil euros, pero con las propinas superaba los tres mil. En agosto fue despedida, dice ella que porque se pasó de lista y presionó a la empresa a cumplir el convenio. En febrero tendrá un juicio por despido improcedente, pero mientras tanto manda currículos y estudia montar una franquicia. El panorama está muy negro, no hay trabajo para nadie.
El desempleo entre los menores de 25 años es del 40%. Los inmigrantes no están mejor: 1,1 millones de desocupados
Los años de crecimiento han provocado un cambio sustancial en la población activa española: las mujeres se incorporaron en masa al mundo del trabajo. En 1993, cuando España sufrió la última crisis seria, la tasa de actividad femenina era del 36,3%, es decir, poco más de una de cada tres mujeres trabajaba o podía y estaba dispuesta a hacerlo; hoy, incluso en medio de la gran recesión, la tasa alcanza el 51,5%. La llegada de destrucción de empleo en los servicios se ha cebado con las mujeres, que al fin y al cabo es la rama en la que se emplea mayoritariamente la mano de obra femenina. El paro femenino ha llegado al 18,1%. Como Laura, muchas ya no cantan bingo.
» JULIO CÉSAR RODRÍGUEZ. Este ecuatoriano con nombre de emperador romano ha trabajado como una mula: mozo de almacén, camarero, repartidor y albañil. En su último curro, en Excavaciones Sur, fue feliz, ganó un buen dinero y ahorró 36.000 euros. Compró un piso grande, en la calle de los Hermanos García Noblejas, en Madrid, para las diez personas que forman la familia. Tenía que pagar 900 euros al mes de hipoteca. Su cuñado le avaló. El cuento de hadas de la construcción se acabó, la empresa quebró en 2006... y Rodríguez se quedó en la calle. En él confluyen dos características que pesan en el mercado laboral español: es inmigrante y parado de larga duración.
Julio César no puede pagar la hipoteca y ya tiene fecha de desahucio: el 2 de enero, dentro de una semana. Lo peor es que su cuñado, el avalista, va a perder también un apartamento que lleva años pagando religiosamente en la plaza de Castilla.
En España hay más de un millón de parados inmigrantes y la tasa de desempleo llega al 27,5%. De larga duración, como es el caso de Julio César (en torno a un año desempleado o más), suman 94.000. Sin trabajo no hay contrato, sin contrato nadie le da un préstamo y así hasta la ruina. A Julio César, que como a muchos de los parados que han hablado para este reportaje le cuesta dormir, las deudas le ahogan. Sólo le queda esperar al 2 de enero, sentado en su sofá, a que llegue la orden de desahucio. "Me va a tener que sacar la policía a la fuerza. No tengo donde ir. Lo siento por mi familia", explica. No piensa, ni por asomo, volver a su país. Cree que sería humillante regresar sin un euro en el bolsillo.
» JUAN ANTONIO HURTADO. Una horda de encofradores y ferrallistas en paro asaltaron las obras del metro de Málaga hace meses. Se quejaban de las grandes empresas constructoras que subcontratan compañías portuguesas. Lo hacen en las obras públicas para abaratar los costes. Al frente de la protesta estaba Juan Antonio Hurtado, de 40 años, convencido de que allí se empleaban a obreros que superan las 40 horas semanales: asegura que llegan a 65. Los vecinos del barrio de la Unión vieron el barullo y bajaron a apoyar a los revoltosos. No había ningún sindicato detrás de estos antiguos empleados de la construcción. Sólo estaba la rabia contenida durante meses de desempleo.
El dato es duro: 97.000 personas buscan empleo desde hace más o menos un año. En el caso de los ferrallistas de Málaga, en torno a 4.000 no cobran ningún tipo de prestación.
Ante la situación, Hurtado, cerca de convertirse en parado de larga duración, se juntó con otro grupo de descontentos, en CC OO les dejaron hacer las reuniones, y pusieron en marcha la Asociación de Ferrallistas y Encofradores en paro, un colectivo con una media de un año y tres meses sin trabajo. "Sólo sabemos trabajar, no tenemos ni idea de protestas, pero el instinto nos ha hecho quejarnos. Estamos muy quemados", explica. Él, como otros miles, se podía dar el lujo de rechazar trabajos, las obras se multiplicaban hace años y casi no se daba abasto. De ahí, de la abundancia, se ha pasado a paralizar las que estaban en marcha. No es raro ver obras a medio hacer llenas de grúas inservibles y sacos de cemento esparcidos por el suelo.
» ZAIDA Y VÍCTOR GUTIÉRREZ. Ya hace unos meses que Víctor Gutiérrez no patea la calle de Alcalá dejando su currículo en los establecimientos donde veía carteles pidiendo personal. Se ha desanimado. "Visto que no me llamaban, lo dejé". Entraba a cualquier comercio o negocio donde veía que necesitaban trabajadores. Pero no ha tenido éxito. Víctor, de 20 años, perdió su trabajo de mantenimiento en un gimnasio en enero. Desde entonces, ha buscado empleo en las oficinas del paro, en Internet, por el tradicional (y más efectivo, según las estadísticas) boca/oído y en las empresas de trabajo temporal. Sin resultados.
"Estar en paro es lo peor que puede haber", se lamenta. "Un año casi sin saber qué hacer. Todos los días igual, en casa. Te levantas y piensas que esto ya te ha pasado el día anterior. Eso te amarga".
No hay estadística de paro en la que España no merezca un capítulo aparte por lo negativo de sus cifras en la Unión Europea. Pero si hay alguna en la que se gana una dudosa mención de honor es en el apartado dedicado al paro juvenil. Entre quienes tienen menos de 25 años la tasa española se dispara hasta casi el 40% frente al 20% de la zona euro. Un dato intolerable que ha llevado al Gobierno a reaccionar: sobre la mesa del incipiente diálogo social pondrá un plan para combatir el empleo juvenil cuando arranque 2010.
Apenas unas calles más allá de donde vive Víctor, en el madrileño barrio de San Blas, Zaida ocupa su tiempo de igual forma: busca empleo. Lo hace desde octubre, cuando fue despedida del hospital donde trabajaba de administrativa. Lo hacía por las tardes. Por las mañanas va a la Universidad Rey Juan Carlos. En septiembre, intuyendo que su empleo caducaba, se matriculó en Empresariales.
Al calor del crecimiento económico y la burbuja inmobiliaria, el fracaso escolar se ha convertido en un grave problema educativo. Muchos jóvenes que ni tan siquiera acababan la educación obligatoria encontraban pronto trabajo. Al fin y al cabo, el modelo de crecimiento de la última década demandaba mucha mano obra. Pero esa abundancia laboral tenía un problema, que ahora, con la recesión, se ha puesto de relieve: los trabajos (en la construcción, en servicios de poco valor añadido...) eran muy precarios y su estabilidad, nula. Ahora, muchos de estos jóvenes tienen que enfrentarse al futuro sin empleo y con la necesidad de reciclarse para volver a integrarse en el mercado.
Víctor, que dejó el colegio en cuarto de ESO, es consciente del problema. Está pensando volver a estudiar y en sacarse el carné de conducir. "A mí la informática se me da bien", dice. Cuando se publican los datos del paro, esos que dicen que hay casi 900.000 jóvenes sin empleo (uno de cada cinco parados), Víctor se deprime: "Lo primero que pienso es: 'Yo estoy entre todos esos".
La sensación de Zaida no es muy distinta. Siente temor. Ella conoció la época de la abundancia. Antes de entrar en el hospital estuvo en cuatro supermercados, dos zapaterías y una pizzería. Pero ahora lo ve difícil. "Me está dando miedo", dice.
Tanto Víctor como Zaida han cambiado sus hábitos, sus costumbres. "Antes salía los viernes y sábados por la noche. Sí, he renunciado a cosas. Salgo menos. Esta temporada todavía no me he comprado ropa", explica ella. Jóvenes con un futuro oscuro.
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