Paga el último
La casi totalidad de las estafas financieras por el sistema piramidal se amparan en la credulidad del público y la respetabilidad que adquieren los timadores. Los autores del libro repasan grandes casos, como el de Madoff o los españoles de Fórum Filatélico y Afinsa
Los angloparlantes lo llaman gullibility. Vendría a significar la tendencia a creer en algo sin hacerse demasiadas preguntas y, por tanto, a ser fácilmente engañado. Simpleza o credulidad, diríamos los hispanohablantes. Aunque no sería exactamente lo mismo. Credulidad como la de aquellos que, de espaldas a las enseñanzas de la historia, creyeron que las viviendas tenían alguna propiedad mágica que las distinguía del resto de objetos en el universo y que justificaba un permanente aumento de precios en cifras de dos dígitos. Sin atender a la historia ni al sentido común.
O como los primos dispuestos a pagar treinta y cinco euros por las pulseras holográficas que hicieron furor en España desde 2009 y que fueron ideadas en California en 2007. Según sus inventores, en las pulseras habrían introducido "hologramas con frecuencias que reaccionan positivamente al campo magnético del cuerpo. Todo tiene una frecuencia, al igual que los móviles, el wifi, las ondas de radio y cosas del estilo, y todas reaccionan entre sí. Hay frecuencias que reaccionan negativamente con el cuerpo, pero otras lo hacen positivamente. Hemos descubierto cómo meterlas en un holograma que, en contacto con el cuerpo, te proporciona equilibrio, fuerza y flexibilidad".
Tanto Fórum Filatélico como Afinsa recibieron numerosos premios, apoyos y menciones honoríficas
Madoff hizo creer a todo el mundo que había encontrado un algoritmo que le permitía no equivocarse en Bolsa
No, no se preocupen. No es que no entiendan lo anterior por falta de estudios o agilidad mental; la descripción de los inventores tiene el mismo sentido que una homilía de Fidel Castro. El responsable de las pulseras en España aseguraba en EL PAÍS, sin pestañear, que son una empresa "tecnológica". Tecnología desconocida para él: "Eso es secreto, como la fórmula de la Coca-Cola". Vale.
¿Dónde están los yates de los clientes?
Cuentan las crónicas que una persona de fuera de la ciudad acudió a comienzos del siglo pasado a visitar el distrito financiero de Nueva York. Cuando le mostraron el área de The Battery, el guía le enseñó, lleno de orgullo, algunos yates descomunales atracados en los muelles de la ciudad. Y le fue enumerando los nombres de los banqueros y de los brokers propietarios de las naves. El visitante, ingenuo, le preguntó: "Muy bien, pero ¿dónde están los yates de los clientes de esta gente?". Tocado y hundido. La anécdota dio lugar a la publicación de un libro del mismo título. La tesis del mismo es que la industria de los servicios financieros no existe para hacer ricos a los clientes, sino para liberarles del peso causado por el dinero en los bolsillos. Los brokers y especies similares pueden comprarse yates no porque, en la mayor parte de las ocasiones, sean genios de las finanzas, sino porque tienen la habilidad comercial de extraer comisiones a sus plácidos clientes. Y la moraleja es que si los clientes quieren comprarse un yate, más les vale hacer las preguntas y tomar las decisiones correctas. (...) Los euros no suelen venderse a cincuenta céntimos.
Más les hubiera valido tener eso en mente a los desafortunados inversores de Fórum Filatélico y Afinsa. Ambas compañías españolas fueron intervenidas en mayo de 2006 acusadas, entre otras faltas, de estafa. Invertían el dinero de sus clientes en sellos y prometían rentabilidades fijas, elevadas e independientes de los vaivenes del mercado. Estas tres condiciones deberían haber bastado para que los potenciales clientes echaran a correr. Pero no cayeron en la cuenta de que debía de haber truco. Resultó que las aportaciones de los ahorradores entraban por una puerta y salían por la otra para dar la prometida "rentabilidad" a los inversores más antiguos. Un esquema piramidal clásico. En este tipo de estafas piramidales, el promotor ofrece una rentabilidad determinada -entre el 6% y el 10% en el caso de Afinsa y Fórum Filatélico-, pero retribuye al inversor con el dinero que este ha invertido y con el capital de los nuevos inversores, no con las rentabilidades obtenidas tras invertir el capital. Por supuesto, se guarda una parte para sufragarse un sufrido estilo de vida lleno de bailarinas rusas y aviones privados. La cosa iría bien si el número de personas que se incorpora a la pirámide fuera infinito. Nadie perdería; pero, claro, esto es imposible. (...) Las autoridades cifraron el agujero de Fórum Filatélico y Afinsa en alrededor de cinco mil millones de euros.
Los promotores de la estafa invirtieron con ahínco en su reputación. Esta les permitió generar la confianza necesaria para que más de trescientas mil personas creyeran que estaban invirtiendo en una compañía decente con empleados y gestores honestos. No podían imaginar que estaban tratando con una compañía poblada por trileros. Tanto Fórum Filatélico como Afinsa recibieron numerosos premios, apoyos y menciones honoríficas. En 2005, el entonces ministro de Justicia entregó al presidente de Fórum Filatélico el premio Máster de Oro a la Alta Dirección. En 2003, una cadena de radio concedió a Fórum Filatélico un premio al mejor producto de inversión. Ni más ni menos. Posteriormente, una prestigiosa consultora concedió a Fórum Filatélico el premio Best of European Business 2005. No sabemos en qué medida, pero parte de la responsabilidad del desastre cabe atribuirla a la credulidad, desinteresada o no, de aquellos que hicieron creer al público que el modelo de Fórum Filatélico y Afinsa constituía una alternativa razonable de inversión.
Generalmente, en este tipo de asuntos siempre hay alguien que da la alarma. Pero no se hace caso. Mientras dura el festín, los aguafiestas son condenados al ostracismo. También sucedió así en el caso de Fórum Filatélico y Afinsa. Tanto la Organización de Consumidores y Usuarios (en 2004) como Barron's, la prestigiosa revista norteamericana (en 2005), dieron la voz de alarma sobre el timo. Pero ni caso. Barron's informó de que a los inversores se les remuneraba con el dinero procedente de nuevas inversiones. Poco más se puede decir. Pero eso no fue todo. Un periodista de dicha publicación norteamericana llevó dos juegos de sellos a una entrevista con un alto directivo de Afinsa. Quería saber cuál era la valoración que la compañía daba a ambas colecciones. Uno de los juegos de sellos había sido emitido en Bulgaria en 1980. El otro, en Finlandia en 1920. El reportero le preguntó al directivo de Afinsa por el valor de mercado de los sellos que le presentaba. El directivo le contestó que eran demasiado recientes como para invertir en ellos. Que él no los compraría. Le dijo que en el mercado de los sellos abundaban las personas sin escrúpulos con ganas de aprovecharse de la gente de buena fe sin conocimientos suficientes de filatelia. Que tuviera cuidado. Después de la homilía, el directivo le preguntó al reportero dónde había comprado los sellos. "Se los he comprado a Afinsa -contestó el reportero-. Por seiscientos euros cada juego. Esa es la valoración que les ha dado Afinsa". Silencio. Superado el estupor, el directivo salió del paso como buenamente pudo: "Una trampa estupenda. Voy a enterarme acerca de cómo hemos valorado de esta manera estos sellos". Memorable. Como memorable fue el caso del proveedor de sellos de Afinsa que de desempleado pasó a millonario y en cuyo domicilio, tras un tabique recién levantado y que todavía olía a pintura, la policía encontró 10 millones de euros en billetes de quinientos. Así lo relató la prensa en su momento.
Ponzi, el original
Hyman P. Minsky, reconocido economista norteamericano, definía un fraude piramidal, o de Ponzi, como aquel que promete extraordinarias rentabilidades a los inversores que se apuntan temprano, retribuyéndoles con el dinero de posteriores inversores. Los elevados retornos actúan como la miel para las moscas, de tal manera que si el delincuente tiene éxito inicial, los inversores originales actúan como agentes comerciales, y el dinero de los nuevos es utilizado para pagar a los antiguos. Al igual que en las epidemias, el número de gente infectada sigue creciendo.
Los fraudes piramidales son también llamados fraudes o pirámides de Ponzi en honor a Charles Ponzi, autor del caso clásico. Acontecido en Estados Unidos en los años veinte del pasado siglo, Ponzi convenció a aproximadamente diez mil personas para que se desprendieran de nueve millones y medio de dólares. Hoy serían entre cien y doscientos. Una chuchería comparada con Madoff o Stanford. Ponzi prometía rentabilidades del 50% en noventa días. Para dar prueba de sus habilidades, en ocasiones ofrecía esta rentabilidad en la mitad de tiempo. Equivalente a un 400% anual. Difícil resistirse, claro.
Madoff: el alumno supera al maestro
Hasta la fecha, la pirámide de Ponzi construida por Bernard Madoff es la mayor de la historia. Ponzi estafó, en dólares de hoy, entre cien y doscientos millones. Por las manos de Madoff pasaron, según las distintas estimaciones, sesenta y cinco mil millones. Pagó a sus clientes con el dinero de los que vinieron después. No invirtió ni un dólar de lo recibido. Una estafa estratosférica. Hizo creer a todo el mundo que había encontrado un algoritmo que le permitía no equivocarse nunca al invertir en Bolsa. Pero nunca invirtió. Ponzi habría estado orgulloso.
Bernard Madoff nació en 1938, el año en que la revista norteamericana Time designó hombre del año a Adolf Hitler. Fue educado en el arte de los negocios turbios por sus padres, que durante algunos años gestionaron un chiringuito financiero desde su propia casa.
En 1960 fundó su compañía de valores, Bernard L. Madoff Investment Securities. Se especializó en la compraventa de valores de compañías demasiado pequeñas o desconocidas para que los grandes brokers se ocuparan de ellas. Los valores con los que trataba eran llamados coloquialmente "valores centavo", puesto que este era habitualmente su valor.
Su primer golpe de suerte se produjo a finales de 1960, con la aparición en su vida de Carl Shapiro, un exitoso empresario textil. Tras comprobar que se trataba de un tipo despierto, Shapiro puso cien mil dólares en manos de Bernie. La inversión de Shapiro fue como maná. Sin embargo, su gestora seguía siendo pequeña. Madoff necesitaba a más inversores para hacer crecer el negocio. Y se le ocurrió una idea que resultó genial. Utilizaba una red de tentáculos para captar el dinero para él -en inglés, feeders; en español serían "alimentadores"-. Se trataba de conseguir colocar a agentes comerciales en entornos privilegiados y que consiguieran el dinero por él. Los primeros a los que recurrió fueron su suegro, apellidado Alpern, y dos jóvenes contables, Avellino y Bienes, que trabajaban con su suegro. Ninguno de ellos tenía licencia para captar dinero, así que el trabajo que realizaban para Madoff era ilegal. Prometían una rentabilidad del 18% anual y que los resultados serían los mismos subiera o bajara el mercado. No les resultó difícil conseguir clientes.
Alpern tuvo éxito, pero Frank Avellino y Michael Bienes tuvieron todavía más. A pesar de la imposibilidad de cumplir con las promesas, nadie parecía darle muchas vueltas al modelo de negocio de Madoff. Con el transcurso del tiempo, y con la ayuda de Carl Shapiro, Madoff movió su territorio de caza a donde estaba el dinero: Florida y los ricos residentes del Palm Beach Country Club, uno de los lugares del mundo con mayor número de multimillonarios por kilómetro cuadrado. Cuando, en la década de los ochenta del pasado siglo, Madoff llegó por allí, ya era una figura respetada de Wall Street y pronto se convertiría en presidente de NASDAQ. En Florida se convirtió en una figura de culto.
En los restaurantes, una cola de suplicantes le pedía que se hiciera cargo de su dinero. Madoff nunca hablaba de dinero en público, nunca alardeaba de éxito y nunca hablaba por teléfono delante de otras personas. Todo ello contribuía a engrandecer su figura delante de sus potenciales víctimas. Y el negocio seguía creciendo. En 1992, solo Avellino y Bienes, sus contables, habían captado más de quinientos millones de dólares para Madoff. La estrategia de venta seguía siendo la misma: 20% pasara lo que pasara en los mercados. En 1992, un inversor desconfiado se puso en contacto con la SEC, que demandó a Avellino y Bienes. Sospecharon de la existencia de una pirámide de Ponzi. Pero para sorpresa del organismo regulador, durante los días siguientes Avellino y Bienes devolvieron cuatrocientos cuarenta millones de dólares a sus clientes. A la SEC no se le ocurrió pensar cómo era posible que dispusieran de tal cantidad de dinero, teóricamente invertida en el mercado, en un plazo tan breve de tiempo. Tampoco pensaron en investigar a Madoff. Al fin y al cabo, se trataba de un personaje reconocido en Wall Street. Pero las pruebas de la estafa ya estaban por todas partes.
En aquella época, The Wall Street Journal llamó a Madoff para ver cómo eran posibles las rentabilidades que ofrecía. Se mostró encantado de hablar. Alegó que había descubierto una fórmula mágica que le permitía ganar dinero aunque el mercado estuviera bajando. Le habló al reportero de su estrategia, un algoritmo secreto que hacía uso de compra de valores y de opciones. También dijo que ignoraba que Avellino y Bienes no tuvieran licencia como agentes de Bolsa. The Wall Street Journal se lo tragó. Después de devolver el dinero a los inversores, la investigación de la SEC perdió fuelle. El organismo de vigilancia cerró el chiringuito de Avellino y Bienes, pero Madoff continuó su exitosa carrera.
Perdida la capacidad comercial de los dos feeders, Madoff necesitaba nuevos agentes de ventas. Y recurrió a una persona de confianza, Robert Jaffe, el yerno de Carl Shapiro, el inversor que, recordemos, había lanzado su carrera. Jaffe se disparó a captar clientes en el Palm Beach Country Club, un club privado cuya cuota de inscripción se situaba en los trescientos mil dólares y cuyos socios debían probar que sus donaciones a organizaciones caritativas judías estaban por encima del millón de dólares. Ricos riquísimos, en definitiva. Madoff ya no prometía el 20%. Sus promesas se situaban entre el 10% y el 15% anual. Los miembros del club confiaban en Madoff. Creían que solo invertía en compañías reconocidas y se tragaron su historia del algoritmo mágico. Las rentabilidades eran demasiado buenas para ser verdad, pero le creyeron. La red de tentáculos de Madoff se extendió también a la nobleza europea. Para ello recurrió a un aristócrata francés, René Thierry Magon de la Villehuchet. Le había conocido a mediados de los ochenta y la consistencia de sus resultados le cautivó. Su confianza acabó costándole la vida. El aristócrata se suicidó cuando Madoff fue detenido. De la Villehuchet había invertido la mayor parte de su fortuna, y la de sus clientes, familia y amigos, en la estafa de Madoff.
Uno de los interrogantes del caso de Madoff es cómo es posible que nadie se diera cuenta de lo que estaba sucediendo. Ni los inversores, ni los reguladores, ni el auditor de Madoff. En este último caso, la respuesta parece clara. La firma de auditoría que revisaba las cuentas de Madoff se llamaba Friehling and Horowitz. Madoff Investment Securities era una compañía valorada en miles de millones de dólares; entre sus inversores se encontraban algunos de los mayores bancos del mundo, aristócratas, jeques árabes y estrellas de Hollywood. Sin embargo, la firma de auditoría de Madoff era un chiringuito con un solo empleado, David Friehling. Trabajaba desde casa y no tenía ni siquiera una secretaria que le ayudara.
Lobos capitalistas. Historias de éxito y locura, de Alberto Lafuente y Ramón Pueyo. Editorial Espasa. Precio: 19,90 euros.
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