Dar voz al asesino
Unos periodistas entrevistan en Afganistán al grupo que mató a 10 soldados franceses. Crece la polémica. Y se duda de la versión oficial
Tras la muerte de 10 soldados franceses en una emboscada en el valle de Uzbin, en Afganistán, el 18 de agosto pasado, el Gobierno de París parece empeñado en una operación de relaciones públicas. Nicolas Sarkozy ha visitado a las tropas, y su Gabinete ha organizado un viaje de las familias de los fallecidos al lugar del drama para "ayudarles a hacer el duelo". Todo esto parece destinado a reparar la pésima gestión informativa del incidente y el prestigio de las Fuerzas Armadas, deteriorado conforme se han ido conociendo -y no por vía oficial- los detalles de lo sucedido en aquel aciago día.
Porque lo que en un primer momento se presentó como una operación de envergadura de los insurgentes afganos contra los soldados de la OTAN ha resultado ser una trágica trifulca en la que se unieron la incompetencia y la escasa preparación de los militares occidentales con una serie de circunstancias que crearon la alianza sobre el terreno de distintas fuerzas rebeldes y civiles afganos, ávidos de venganza tras haber sufrido un bombardeo.
Los militares llevaban tan poca munición que se les agotó tras el primer intercambio de disparos
Críticas y acusaciones de "traición" a la revista que publicó fotos y declaraciones de los autores de la matanza
El hecho de que haya sido la prensa la que ha desvelado los detalles de lo sucedido, contradiciendo la versión oficial, añade enjundia a un episodio que pone bajo una nueva luz el conflicto afgano y la intervención de la OTAN. Fue el semanario satírico Le Canard Enchaîné el primero en publicar un informe interno redactado por la Célula Nacional de Inteligencia Francesa, describiendo como "mal preparada" la misión que las tropas de su país debían realizar en la provincia de Lagham, al tiempo que criticaba duramente a la jerarquía militar de su país.
Según esta versión, los soldados ascendían a pie hacia el puerto de montaña donde les esperaban los talibanes, frenados "por el peso de sus chalecos antibalas", directos hacia la trampa que les habían tendido los insurgentes, pero dotados de tan escasa munición que se les acabó tras el primer intercambio de disparos. "¿Es normal que profesionales se comprometan en una misión de reconocimiento en profundidad de varios días y se queden sin munición en el primer enfrentamiento?", se lee en el documento de inteligencia, en forma de pregunta. El semanario añadía también el dato escalofriante de que cuatro de los soldados fueron "capturados por los insurrectos" antes de ser ejecutados.
El Gobierno lo desmintió todo, incluso la existencia del informe. Según el Estado Mayor, todos los militares franceses fallecidos "cayeron como combatientes". Pero dos periodistas de la revista Paris Match, el reportero Eric de Lavaréne y la fotógrafa Veronique de Viguerie, se encontraban ya sobre el terreno y establecieron contacto con un grupo de 28 talibanes que había participado en la emboscada. Después, Paris Match publicó las fotos de algunos de los talibanes vestidos con uniformes de soldados franceses, llevando sus armas e incluso mostrando el reloj de uno de los fallecidos. Además de las fotos, la revista publicó una entrevista con el que dice ser el líder del grupo talibán, que se hace llamar Comandante Faruki.
Éste explicó que había aceptado encontrarse con los periodistas para reivindicar la acción, asegurando que conocían de antemano la llegada del contingente de la ISAF a su zona y que habían decidido que les atacarían si cruzaban una determinada línea. El insurgente exigió la retirada inmediata de las tropas de la OTAN presentes en territorio afgano y amenazó con atacar directamente a "todos los extranjeros presentes en Afganistán", tanto a las bases militares como a las instalaciones de las ONG. Eso sí: Faruki negó que sus hombres hubieran degollado a los prisioneros.
Las fotos y la entrevista desencadenaron un auténtico escándalo. El Gobierno, y, en general, toda la clase política francesa, reaccionó contra Paris Match y sus periodistas. Las familias de los soldados muertos tampoco aceptaron la contemplación de las imágenes de los asesinos de sus hijos luciendo sus ropas. Joël Le Pahun, el padre de un soldado de 20 años muerto en la emboscada, señaló el dolor que le producía contemplar las fotos de los asesinos de su hijo, aunque añadió que la publicación de las imágenes puede servir para que la gente se dé cuenta de lo que está pasando en Afganistán.
Las acusaciones llegaron de todos los lados. Desde el diputado soberanista Philippe de Villiers, que calificó la publicación de las fotos como "acto de alta traición", hasta el eurodiputado verde y sesentayochista Daniel Cohn- Bendit o los socialistas Jean Luc Melenchon y Pierre Moscovici. Para el Gobierno de François Fillon, el reportaje era "un insulto a las familias" y permitía que los talibanes "marcaran puntos en la batalla de la comunicación".
La fotógrafa, Veronique de Viguerie, reconoce que los talibanes habían aceptado recibirla porque "querían pasar un mensaje". Y alega que nadie critica que se publiquen fotos de los insurgentes de Irak blandiendo el armamento de los soldados norteamericanos. El diario Le Monde ha publicado un análisis en el que señala que el reportaje "pone una cara al enemigo que nos negamos a ver".
Más allá de la polémica, poco a poco ha ido surgiendo un relato presumiblemente más fiel de lo sucedido en la emboscada del 18 de agosto. A 60 kilómetros de Kabul, en el eje estratégico que enlaza la capital con Jalalabad, la carretera atraviesa la localidad de Sarubi. Ésa es la ruta que toma el 70% de los convoyes logísticos destinados a las fuerzas de la OTAN. Los franceses se hicieron cargo del mando de esta región a principios de agosto.
El grupo que les atrajo a una trampa forma parte de la organización de Gulbuddin Hekmatyar, un señor de la guerra pastún por cuya cabeza Washington ofrece 25 millones de dólares. En un primer momento sólo un núcleo de insurgentes esperaba a los franceses, pero pronto se les unieron otros talibanes, aunque parece que en total no rebasaban el centenar de hombres. Los insurgentes, que supieron de la misión de la patrulla porque interceptan las conversaciones de radio de las fuerzas de la OTAN, querían conservar este territorio que consideran clave en el cerco a Kabul. Testimonios recogidos en la zona apuntan a que, además de talibanes, habitantes del lugar se sumaron a la emboscada, al darse cuenta de que era una batalla importante. Otra versión apunta a que la operación fue organizada en concertación con los talibanes instalados en las zonas tribales de Pakistán.
El gobernador de la provincia de Laghman, donde se refugiaron los agresores, asegura que el ataque fue decidido por Anwar al Haq Mojahed, el hijo de Maulawi Khalis, una figura de la resistencia antisoviética. Recientemente liberado de la prisión del valle de Swat, en Pakistán, habría vuelto inmediatamente a su tierra para dirigir un grupo bautizado como el Frente Tora Bora, formado por combatientes paquistaníes, árabes y chechenios.
Lo cierto es que 10 militares de las tropas internacionales murieron en la emboscada, además de 21 que resultaron heridos. Y también que a 10 kilómetros de Sarubi, en el llano, cerca de 300 familias que escaparon de los bombardeos malviven en tiendas de campaña y se preparan para sobrevivir al invierno. Su deseo de venganza es patente. -
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