Ciudadano Cortés
La templanza y el carisma del padre de Mari Luz, la niña asesinada en Huelva, conmocionaron a la sociedad. Luz Sánchez-Mellado, periodista de EL PAÍS, convivió con él y su familia y entrevistó a personajes de su entorno para aportar un retrato íntimo de Juan José Cortés
José Luis Rodríguez Zapatero no es un hombre particularmente expansivo con los desconocidos. A diferencia de sus homólogos Nicolas Sarkozy o Silvio Berlusconi, el presidente del Gobierno español no gusta de remarcar el contacto físico con su interlocutor. No hay más que contemplar su sonrisa congelada para los fotógrafos durante el protocolario apretón de manos a sus visitantes, o su elocuente cruce de piernas hacia el lado contrario de su invitado. Por esa y otras razones, los responsables de protocolo no suelen colocar a nadie a su lado en el enorme sofá blanco que preside la sala Tàpies del palacio de la Moncloa. El 26 de mayo de 2008, sin embargo, los diplomáticos de Presidencia tenían otras instrucciones. El invitado Juan José Cortés se sentaría a la izquierda del jefe en el sofá principal. Zapatero tenía especial interés en significar la cercanía personal que le otorgaba a su visita.
Cortés es admirable, "pero no se puede sustituir al Parlamento por el pueblo", advierte Enrique Múgica
Las imágenes de Juan José detrás del féretro de su hija son las únicas que delataron la agonía de un padre destrozado
"Creo que el elemento diferencial del caso de mi hija fue la evidencia del desastre, de la injusticia que se había cometido"
Cortés asegura no tener nada personal contra el juez Tirado, salvo el deseo de que cada cual pague su cuota de responsabilidad
La imagen fue portada de muchos periódicos. En las fotos, Zapatero trataba de mantener su espacio encajonado al lado de un Cortés sólidamente instalado en medio del tresillo y de una estupefacta Irene Suárez mirando de hito en hito al presidente del Gobierno en carne y hueso. El sofá de La Moncloa no ha vuelto a verse tan concurrido desde entonces.
El mismo día en que se enteró de que su hija podría estar viva si su presunto asesino hubiera estado en la cárcel como debía, Juan José empezó a entonar su particular yo acuso a los poderosos. Supo de la negligencia del juez Tirado por los medios de comunicación. La alarma social -y mediática- atronaba. Pero su móvil, que antes echaba humo con llamadas de gente importante, se había callado de repente. Sólo le llamaban los periodistas, como siempre. Cortés cogió el guante y lanzó el mensaje a los micrófonos y las cámaras. Quería saber. Tenía derecho. El órdago funcionó. El Gobierno acusó recibo. La noche del sábado 29 de marzo de 2008, tres días después de la detención del presunto asesino, sonó su móvil a la hora convenida. Número privado. Juan José respondió al tercer tono. Era el presidente Zapatero al aparato. "Fue una llamada muy cálida -recuerda el receptor-. Me transmitió que estaba muy afectado y su compromiso personal de que se llegaría hasta el final en la investigación de la cadena de errores y en la depuración de las correspondientes responsabilidades". Al colgar, Zapatero no dijo adiós sino hasta pronto. La próxima conversación la tendrían cara a cara y con papeles sobre la mesa (...).
El de Moncloa fue el primero de una serie de encuentros con las más altas instituciones del Estado. Los últimos días de mayo y los primeros de junio de 2008, el ciudadano Cortés se entrevistó con los tres poderes en persona. Fue recibido por el presidente del Ejecutivo, cumplimentado por el Legislativo e invitado a su despacho por el presidente del Consejo General del Poder Judicial, además de verse con el líder de la oposición, Mariano Rajoy. Todos estaban desolados por los fallos del sistema. Todos le agradecían su mesura y le transmitían su solidaridad y su propósito de enmienda. Todos se hacían la correspondiente foto con él. El convocado se dejaba querer sin casarse con nadie. Era perfectamente consciente de la excepcionalidad de la situación y la aprovechó en conciencia. Ya había iniciado su misión. "Jamás me propuse llegar a todos esos sitios. Claro que ha habido víctimas antes sin esa oportunidad. Creo que el elemento diferencial del caso de mi hija fue la evidencia del desastre, de la injusticia que se había cometido. Y que el país se sintió aludido. No sé si esas personas me llamaron por cargo de conciencia, pero sí por responsabilidad, porque vieron que la tragedia se podía haber evitado, que esto le podía haber pasado a cualquiera. Mi empeño es que no ocurra más".
Cortés acudió a todos esos sitios, como él dice, vestido como se viste para ir a comprar el pan en El Torrejón. Con un pantalón oscuro, una camisa clara y, todo lo más, una chaqueta de punto de las que vendía él mismo en el Rastro de Huelva por si refresca. Todo el mundo tiene un traje y una corbata para ir a una boda. Él también. Pero no se trataba de ninguna ceremonia. No para él. De modo que se vistió ni más ni menos que de quien es, Juan José Cortés Fernández, y se presentó al mundo (...).
Así, de frente, acompañado por su esposa y seguido por una nube de cámaras, llamó el 29 de enero de 2009 a la puerta de una familia de la barriada sevillana de Tartessos. Una adolescente de 17 años faltaba de su casa desde el día 24. Sevilla entera estaba empapelada con la foto de la chica. Juan José había visto al padre de la muchacha, un balbuceante Antonio del Castillo, reclamar a su hija en la televisión. Fue como volver a atisbar en los ojos de otro su propio infierno. Por eso, cuando su hermano Diego -los teléfonos de los Cortés son de dominio público- recibió su llamada de auxilio, él no se sorprendió en absoluto. Los padres de la joven querían verle. Se lo pensó, habló con Irene. Acababan de pasar los días del primer aniversario de la muerte de su niña y estaban en carne viva. Pero no había nada que debatir. El pastor Cortés y su esposa nunca le han negado un favor a nadie que se lo pidiera (...).
La entrevista entre ambas familias fue a puerta cerrada. Pero las imágenes de Cortés entrando en casa de Del Castillo fueron difundidas hasta la extenuación en los programas de actualidad-espectáculo. Ni una ni otras sirvieron para encontrar a la ausente ni viva ni muerta. Son muchos quienes piensan, sin embargo, que el precedente Cortés tiene todo que ver en el hecho de que el presidente del Gobierno recibiera enseguida al padre de la joven en el palacio de la Moncloa (...).
Cortés abrió la veda. El criterio de las víctimas ha entrado en la agenda política. El Gobierno y la oposición, discrepantes en casi todo lo demás, se muestran de acuerdo en legislar a golpe de tragedia. Algunos juristas y personalidades independientes deploran el hecho en privado. Enrique Múgica no tiene inconveniente en opinar en su solemne despacho de Defensor del Pueblo: "Cortés es un hombre admirable, lleno de dignidad y coraje. Ha sufrido un asesinato que a todos nos repugna y tiene todo mi respeto. Pero no podemos rendirnos a todo lo que proponga. No se puede sustituir al Parlamento por el pueblo". El cargo de Múgica, hermano de una víctima de ETA, no depende de las elecciones. Los de los políticos, sí. Pocos, por no decir ninguno, le han llevado hasta ahora la contraria en público a Cortés. Quizá sea porque nadie sabe el peaje que les puede llegar a costar primero en las encuestas y después en las urnas.
En el tiempo transcurrido desde el 13 de enero de 2008, Juan José Cortés ha recorrido más kilómetros que en todos sus anteriores 38 años de vida. Ha pisado salones y chabolas. Hundido sus zapatos de batalla en alfombras de tres dedos de grosor y en charcos de fango hasta los tobillos. Estrechado la mano de mendigos y embajadores. Tomado más AVES y aviones de los que es capaz de recordar. Hasta cruzó el Mediterráneo en helicóptero para poder asistir a las charlas de un periódico por la tarde y al programa de Ana Rosa Quintana en Madrid a la mañana siguiente. Lo cuenta en su casa de El Torrejón, delante de su hijo Dani, que escucha embobado lo que para él seguro que suenan como las increíbles aventuras de su padre por el mundo. Acaba de cumplir 11 años.
-¿Y cómo se iba ahí arriba, opá? ¿No daba vértigo?
-No sé, hijo. Yo iba a lo mío y no le echaba cuenta a esas cosas.
Debe de ser así porque después de todo ese periplo el viajero Cortés no es capaz de decidir qué es lo que más le ha sorprendido: "No me han impresionado ni las columnas de la plaza de San Pedro. Veía más grande a mi hija. Mi escala de medir las cosas ha cambiado. Me emocionan los niños, sólo por ellos ya merece la pena luchar".
Cortés no olvida el desamparo que vio en la mirada de la niña por la que viajó a Italia al mes y medio de desaparecer su hija. Entre la vorágine de pistas falsas, se coló una que le hizo albergar más esperanzas que ninguna. La web de la Asociación Nuevo Drom recibió un aviso de un transportista: en Nápoles había aparecido una niña abandonada. Tenía cuatro o cinco años, parecía de etnia gitana y no hablaba italiano. Sólo decía mamá. Juan José informó a la policía, que avisó a Interpol. La embajada en Italia recibiría pronto una fotografía de la pequeña, había que esperar. Pero a Juan José se le agotó la paciencia. Al día siguiente, a las siete de la mañana, cogió el móvil y el cargador y enfiló al aeropuerto de Sevilla para plantarse él solo en Nápoles. Durante el transbordo en Barajas, anunciaron que se había encontrado a una niña perdida en la inmensidad de la T-4. El propio Cortés vio cómo un policía se la llevaba en brazos a sus padres. La corazonada no se cumplió. La niña de Nápoles -"una criatura preciosa, maltratada y desnutrida, con la mirada más triste que recuerdo"- no era la de sus ojos.
Su pequeña apareció por fin una semana más tarde. Las imágenes de Juan José abrazado a Irene detrás del féretro blanco de su hija son las únicas que delataron ante los extraños la agonía de un padre destruido. (...) El tiempo de la búsqueda había terminado. Su siguiente comparecencia pública ya no fue para pedir ayuda sino derechos. Justicia. Su talla comenzó a crecer en la calle y en los despachos. Los políticos, que ya se habían quedado con su cara, le abrieron ficha en la agenda y en la memoria del móvil. No es un banquero, ni un empresario, ni un sindicalista, no tiene cargo, pero acredita más influencia que algunos de ellos.
Pedro Rodríguez es el alcalde de Huelva por el Partido Popular. Fue el regidor quien presentó a su vecino a Mariano Rajoy cuando el líder de la oposición recibió en Madrid a Cortés. Rajoy admite que estaba conmovido con la visita. "Las declaraciones de Juan José Cortés tras el asesinato de su hija me impresionaron por su mesura, contención y profundo sentido democrático -dice desde su despacho de la calle de Génova-. Todos entendíamos que pudiera pedir venganza, pero sólo pedía justicia. De la forma más dramática, la sociedad fue consciente de la necesidad de dotar de más medios al sistema judicial para evitar que se repitan casos similares, y de endurecer las penas para este tipo de delitos" (...).
El alcalde Rodríguez ha compartido charlas tranquilas y largos silencios -"él habla poco, tiene una honda tristeza existencial"- con Cortés y ha contemplado de cerca la evolución de un hombre que ha cambiado con naturalidad pasmosa la solanera del Rastro de Huelva por los kilovatios de los focos de la televisión. Tiene su propia opinión al respecto. "No quiero hacer juicios sobre su presencia en ciertos programas. Lo quiero puro, porque lo es. Creo que la gente ve en él a un hombre libre en una sociedad que se autocensura -sostiene-. Alguien capaz de hablar claro en un entorno donde todo el mundo está condicionado y antepone sus intereses, no vaya a ser que le echen del trabajo o del partido. Cortés ha sufrido lo más grande que le puede pasar a una persona y ha sido capaz de tener un comportamiento excepcional. Tiene un cheque en blanco, se le va a permitir todo. Seguro que no defrauda".
Pepe Fernández era el viceportavoz de la oposición socialista al popular Pedro Rodríguez en el Ayuntamiento de Huelva cuando desapareció la hija de Cortés. Ahora dirige una empresa de comunicación. Fernández, psicólogo de formación, llama a su amigo Juan José una vez a la semana. A ver cómo va. Los micrófonos y las cámaras muestran a un líder seguro y carismático, Fernández sabe bien que debajo hay un padre destrozado. "Su temple al tratar con los medios y los poderosos ha sido espectacular -explica-. Creo que ni él mismo ha calibrado con quién estaba sentado. Está anestesiado por la pena y el fragor de la lucha que se ha impuesto. Ha llevado a cabo una campaña de comunicación sin precedentes y me consta que no hay estrategia. El éxito se ha basado en la actitud de Juan José y en la evidencia de los errores del sistema, que han engrandecido su figura. Lo que me preocupa es qué hará cuando acabe todo esto. Qué pasará el día después" (...).
En los primeros días de septiembre de 2008, los Cortés estaban a punto de terminar de contar una a una las firmas de la caravana del abuelo Juan. "Los abajo firmantes solicitamos la imposición de la cadena perpetua para los pederastas", rezaba el texto que rubricaron 2.300.000 españoles. En cuanto acabaran el cómputo las llevarían al Congreso de los Diputados. El abuelo Juan Cortés ya estaba nervioso sólo de pensarlo. No sabía que habría cambio de planes. El 10 de septiembre, el Consejo General del Poder Judicial saliente resolvió el expediente que abrió en abril contra el juez Rafael Tirado. Los miembros del Consejo impusieron a Tirado una multa de 1.500 euros por "desatención grave" en lugar de la suspensión de funciones que defendía el Gobierno socialista. A pesar de las airadas protestas del Ejecutivo y del Partido Popular, la sanción sería ratificada por el nuevo CGPJ en diciembre. La decisión del órgano de gobierno de los jueces abrió una sima entre el poder Ejecutivo y el Judicial. A Juan José le propinó el golpe más bajo de todos.
Cortés asegura no tener "nada personal" contra Tirado, sino "el deseo y el derecho" de que cada cual pague su "cuota de responsabilidad" en la muerte de su hija. Pero desea añadir algo: "Me resulta difícil de entender la actitud de un hombre que se supone que tiene un papel relevante en la sociedad y que no ha sido capaz de pedir disculpas, reconocer su error o, simplemente, haber levantado el teléfono para hacer una llamada de cortesía a una familia destrozada. Lo considero un desprecio". Veinticuatro horas más tarde, el mismo día 11 de septiembre, Juan José recibía un desagravio al más alto nivel. El presidente Zapatero le hacía saber que recibiría encantado las firmas en el mismísimo palacio de la Moncloa (...).
El abuelo Juan acompañó a su hijo y a su nuera ese día a Madrid. Él sí que se había puesto traje y corbata para la ocasión. Un terno gris perla que le bailaba de puro grande después de que la pena se le llevara más de 15 kilos del cuerpo. El viejo Cortés le traía un regalo al presidente. Un pin del Recre como el que él mismo luce siempre en la solapa. ''Ya sé que él es del Barcelona, pero me lo aceptó -cuenta-. Vi a un padre como mi Juan José, preocupado por lo que ocurre. Así se lo dije: 'Creo en usted porque se parece a mi hijo'. No he tenido en mi vida complejo de inferioridad, y ahora menos". Juan Cortés habla alto y claro. Enseguida entrega su confianza a los desconocidos y, tal como la da, la toma. La idea se le ocurrió sobre la marcha. Los altos funcionarios de Moncloa les habían ofrecido un café. El abuelo no se lo pensó dos veces. "Me llevé una taza, un plato y una cucharilla". El servicio de loza oficial reposa ahora en el lugar de honor del aparador de su casa. Zapatero le había prometido a su hijo Juan José devolverle la visita en El Torrejón. Cuando llegue el día, el abuelo Juan le servirá al presidente un café en su propia vajilla.
Ciudadano Cortés. Luz Sánchez-Mellado. Plaza & Janés. 16,90 euros.
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