La inestabilidad del euro
Durante las últimas semanas se han oído voces argumentando sobre la inestabilidad del euro, las dificultades que ocasiona como moneda común europea para la salida de la crisis y su posible desaparición. Como siempre, aunque los comentarios contengan parte de verdad, las conclusiones encierran actitudes antieuropeas y, en mi opinión, erróneas.
Analicemos los diferentes argumentos. Es cierto que en la salida de crisis anteriores, provocadas por causas muy diferentes y donde cada país europeo tenía su propia moneda, la solución pasaba por una devaluación de la moneda. Era una forma sencilla y casi indolora para la población de reducir costes y precios finales frente al mundo, con lo que se recuperaba la competitividad y se podía restablecer el equilibrio exterior con crecimientos importantes de las exportaciones. A cambio de ello, el país se empobrecía siempre en términos de las monedas extranjeras, pero los ciudadanos y las empresas no lo notaban porque mantenían sus niveles en moneda nacional. Ahora, al pertenecer al euro, esto no es posible, y la necesaria reducción de costes y precios hay que hacerla con medidas más dolorosas para la población.
Ahora el ajuste de costes y precios hay que hacerlo con medidas dolorosas para la población
Es fundamental que los países no intenten vivir por encima de sus posibilidades
Pero veamos cuál ha sido el comportamiento del euro. En su nacimiento, el tipo de cambio que se acordó fue de 0,8 euros por dólar. En aquel momento, los analistas consideraron que no era muy acertado ese tipo de cambio y que el punto de equilibrio estaría cercano a 1,2 euros por dólar. En el tipo de cambio que fijan los mercados, y que es difícil de predecir, intervienen tanto los factores referentes a la economía americana como a la de los países integrados en la Unión Económica y Monetaria (UEM). Durante la etapa expansiva, el euro se estuvo apreciando y, con algunas fluctuaciones, llegó a un máximo de 1,6 unidades por dólar, justo al intensificarse la crisis financiera en Estados Unidos. Al extenderse la crisis a toda Europa, el euro comenzó a depreciarse y llegó a cotizar a un mínimo de 1,25 euros por divisa estadounidense en enero de 2009, para después recuperarse de nuevo hasta 1,5 dólares por euro en octubre pasado.
Pero la etapa que tanto ruido está produciendo es la depreciación de los últimos meses y se debe más a las causas que a la propia depreciación en sí (actualmente, la moneda única cotiza en torno a los 1,35 dólares). No olvidemos que a los países más exportadores de la UEM, esta depreciación les beneficia para sus inicios de recuperación económica. A España no le favorece, ya que sus mayores exportaciones se dirigen hacia la propia Unión Europea y lo hacen, por tanto, en euros, mientras que las importaciones de crudo son en su mayoría en dólares.
En cuanto a las causas, la incipiente recuperación de la economía americana, con el conocimiento de los mercados de indicadores que así lo avalan, inciden en una apreciación del dólar. Pero, desde el lado de los países de la UEM, son las incertidumbres y divergencias entre los diferentes países miembros las que más pesan en la depreciación del euro. Como ejemplo de moneda fuera de la unión monetaria tenemos a la libra esterlina, que, a pesar de su depreciación, no consigue impulsar la economía del Reino Unido.
Los países integrantes de la UEM funcionan con una moneda única, una política monetaria común que marca los tipos de interés y una movilidad de mercancías, capitales y personas total dentro del territorio de la Unión. La globalización mundial se encarga del resto. Pero esta situación convive con estructuras económicas, sistemas financieros, políticas económicas y fiscales muy divergentes, por lo que es difícil en momentos de crisis, como el actual, tomar medidas comunes. Los mercados perciben con claridad estas diferencias e incertidumbres y, aunque se centran en los países con mayores dificultades para solventar sus niveles de deuda -pública y privada- y reducir sus déficits públicos, castigan al conjunto de la UEM en su valoración del euro como moneda común.
Por lo tanto, el problema está no tanto en el funcionamiento del euro, que en mi opinión ha sido uno de los logros más importantes en la consolidación de Europa como zona económica, sino en continuar avanzando en la coordinación e integración para conseguir limar las divergencias. Es fundamental retomar la disciplina fiscal, y además cada país debe adecuar sus niveles de vida y de gasto a sus capacidades productivas y no intentar vivir por encima de sus posibilidades a base de aumentar la deuda.
Carmen Alcaide es analista y ex presidenta del Instituto Nacional de Estadística (INE).
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