El nuevo pop catalán rompe fronteras
A no ser que usted viva aislado o se alimente sólo de medios aquejados de catalanofobia, es posible que estos días haya oído hablar de Manel. El cuarteto barcelonés acaba de lograr una pequeña hazaña con su segundo álbum, 10 milles per veure una bona armadura: convertirlo en el primer disco cantado por un grupo de pop en catalán que alcanza el primer puesto en la lista de los más vendidos en España.
Manel no surge de la nada: este irresistible cruce de cuarteto folk, grupo indie y banda de pueblo forma parte de una relativamente nueva hornada de artistas que ha cambiado para siempre la forma en que muchos veíamos la música cantada en aquel idioma. Antes de ellos, y de otros grupos como Mishima o Antònia Font, dicha música se asociaba a un rock de alto contenido reivindicativo y, según los más críticos, bajo nivel de calidad. Armados con una sólida cultura sonora y unas canciones universales, los dos grupos barceloneses y el mallorquín demostraron lo obvio: que el catalán es tan válido como cualquier otro idioma para hacer buen pop.
"El nuevo pop catalán fusiona el pop anglosajón con las raíces tradicionales o mediterráneas de la canción o el folk", dice Lluís Gendrau
Tras ellos han surgido un tropel de artistas que no hacen bandera de su lengua, sino que se limitan a usarla. Bandas como El Petit de Cal Eril, Els Amics de les Arts, Mazoni, Sedaiós o Anímic están facturando algunas de las mejores canciones que se hacen en España. Y atrayendo a un público ingente: Manel ha agotado las entradas de casi todos los conciertos anunciados para presentar su segundo álbum, cinco de ellos en la capital catalana.
"Antes, poca gente en Barcelona respetaba a los grupos que cantaban en catalán", recuerda el cantante de Mishima, David Carabén. "Ahora, sí. Hay una gran variedad para escoger, no como antes, lo que es una prueba de buena salud. El catalán es una lengua viable y se nos está quitando el síndrome de cultura acomplejada".
Nadie discute la actual abundancia de propuestas, pero no está tan claro que existan rasgos comunes entre ellas. Para Carabén, a los grupos del llamado "nuevo pop en catalán" les une "la sensibilidad indie, la visión de la música como compromiso personal, más allá del éxito, el háztelo tú mismo y el hecho de que el artista mande, no la discográfica ni el público". Según Lluís Gendrau, director editorial de Enderrock -revista puntera de la música catalana-, "la nueva escena tiene su columna vertebral en el pop-folk nacido sobre todo en la ciudad de Barcelona, aunque tiene posteriormente un fuerte arraigo en comarcas". La impulsan pequeñas compañías independientes y "evita apuntarse a la idea de público mainstream (mayoritario)".
Guillem Gisbert, del barcelonés Manel, se muestra alérgico a hablar de una escena. "Maticemos la existencia de un nuevo pop catalán", objeta. "Actualmente, nosotros sólo vemos gente que escribe canciones, de la misma manera que se hacía hace tres, siete y veinte años. No creemos que exista una estética ni un sentimiento generacional". En el mismo sentido se expresa Joan Miquel Oliver, alma del mallorquín Antònia Font: "No sé si aporta mucho pensar en un movimiento conjunto. Me gustan mucho Manel, Anímic, Cabo San Roque, Don Simon i Telefunquen, Oliva Trencada
... y me gustan más porque no tienen nada que ver unos con otros. No me siento especialmente afín a ellos: cantamos en catalán porque es nuestra lengua nativa".
Movimiento o pura coincidencia, la actual ebullición debe mucho a Antònia Font. A principios de esta década, su pop optimista de letras cósmicas y nulo contenido político fue el primero en romper con los lugares comunes del agonizante rock catalán de los noventa, representado por figuras como Sopa de Cabra, Els Pets, Sau o Gossos. Después llegó Mishima, un grupo que empezó cantando en inglés y que, dos álbumes después, se pasó al catalán.
"En aquel momento, para la mini-industria local no importaba tanto lo que se decía como la lengua en la que se decía", recuerda Gerardo Sanz, responsable de la productora Fila 7 Música. "La eclosión de Antònia Font y de Mishima es fundamental: liberan al pop del contexto sociopolítico a partir de una utilización absolutamente natural de su lengua materna en canciones de alcance universal".
"Antes de Antònia Font, la música en catalán se veía como algo hortera", afirma Joan Pons, también conocido como El Petit de Cal Eril. Como otros jóvenes valores, este leridano cuyo folk salpicado de psicodelia fue recibido por algunos medios como la gran revelación de 2009, no siente especial cariño por el rock local de la pasada década. "A mí no me ha influido mucho. Lo escuchaba porque me obligaban mis hermanas".
"Nuestras referencias son más inglesas o americanas que catalanas", asegura Xavi Sedós, mitad de otro grupo de pop indie barcelonés con futuro prometedor llamado Fred i Son. "Yo tampoco oía mucho rock catalán", le secunda David Carabén, quien marca distancias con la generación anterior: muchos de aquellos grupos "no estaban muy al día" de lo que pasaba musicalmente en el mundo y "sonaban a los setenta", mientras que buena parte del nuevo pop en catalán "está abierto a influencias internacionales y suena más actual". Para el líder de Mishima, la influencia de Internet ha sido decisiva en este proceso de mejora del "nivel cultural de los músicos".
Sin embargo, hay quien sí reconoce ciertas deudas con los inmediatos predecesores. Desde Bankrobber, sello discográfico de El Petit de Cal Eril o Sanjosex, Marçal Lladó asegura que "Sopa de Cabra, Sau y compañía hicieron un gran trabajo por volver a poner la música en catalán en el mapa". Y además de a Pulp, Manel versiona a Els Pets. "En cuanto a los grupos de los noventa, somos conscientes de los vaivenes de la moda", reflexiona Guillem Gisbert. "Ya veremos qué pasa con nosotros, quizá dentro de 20 años piensen que nuestra música es horrible. Tenemos demasiado sentido del ridículo como para interpretar el cliché de joven impetuoso que se carga a la generación anterior".
Los mitos catalanes de los sesenta y los setenta despiertan, en cualquier caso, más entusiasmo que los de los noventa: escuelas como el Grup de Folk y nombres como Pau Riba, Jaume Sisa o Serrat son citados con devoción. "El nuevo pop catalán ha matado a los padres y reivindica a los abuelos", opina Lluís Gendrau. "Fusiona el pop anglosajón actual con las raíces tradicionales o mediterráneas de la canción o el folk". Con lo que llegamos a la primera gran virtud de esta generación: la capacidad de aunar un sonido universal con un contenido próximo y cotidiano, evitando convertirse en una mera fotocopia de modelos extranjeros.
La segunda hazaña es haber logrado descontaminar de connotaciones añadidas el uso de una determinada lengua. Prueba de ello es la mezcla de artistas cantantes en catalán y castellano en sellos como Bankrobber o Sones, festivales como el PopArb y salas como el Heliogàbal o el Apolo de Barcelona. "Los circuitos son los mismos y los músicos colaboran entre ellos con total naturalidad", afirma Marçal Lladó. "Para nosotros, esta situación es muy deseable: artísticamente, y a la hora de llegar al público, ganamos todos".
Queda por ver si alguna de estas bandas logra alcanzar repercusión fuera de las zonas en las que se habla catalán. Manel es la avanzadilla: ya ha actuado tanto en el Reino Unido y Argentina como en ciudades españolas como Zaragoza o Las Palmas de Gran Canaria, y repetirá en Madrid el 16 de mayo en el teatro Lara. Lolo Rodríguez, de la web musical madrileña Jenesaispop, vio a Manel en un concierto en el barrio de Lavapiés el año pasado y recuerda una buena acogida. "Había muchos fans que bailaban y coreaban las canciones. Se llevaron bastantes aplausos, sobre todo con la versión que hicieron de Common people en catalán. Algunas veces contaban alguna historieta entre canción y canción, y la gente se reía".
Para Rodríguez, Manel tiene dos puntos a favor para convencer fuera de Cataluña: la posibilidad de entender las letras, sobre todo leídas, para los castellanohablantes, y el sonido "más suave y meloso" del catalán frente a la "dureza" del castellano. El cantante del grupo no es tan optimista: "Somos conscientes de que para disfrutar de la música pop, o folk, o sea lo que sea lo que hacemos, es importante que las letras entren sin esfuerzo para el público. Evidentemente, tenemos un hándicap en la pequeña parte del mundo donde no se entiende el catalán; lo mismo nos pasa a nosotros con grupos de pop griego que quizá sean excelentes, pero que jamás nos emocionarán. Dicho esto, hay gente para todo, y la experiencia de tocar fuera ha sido muy sorprendente y positiva".
Ganas de salir no faltan, aunque a veces resulte difícil fuera de zonas tradicionalmente receptivas como el País Vasco o Galicia. "¡Cataluña es muy aburrida y pequeña, siempre es lo mismo!", exclama El Petit de Cal Eril. "Nuestro sueño era tocar en Madrid y todavía no lo hemos cumplido. Es más fácil si cantas en inglés que en catalán, y no creo que sea un problema del público, sino de las salas y los programadores". Y es que en algunas mentes aún flotan los prejuicios. No quedan muy lejos los días en que un gran festival nacional vetaba a los grupos que cantaban en esta lengua por considerarlos demasiado catetos. "No nos engañemos", sentencia David Carabén. "Lo catalán no cae bien en muchos sitios".
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