Desde Rusia con lujuria
"Creo que la poesía me libró de convertirme en un criminal", confiesa Slava Mogutin (1974, Kemerovo, Siberia). En poco más de una década, este antiguo poeta tránsfugo de Rusia se ha convertido en un cotizado enfant terrible del arte contemporáneo, por cuyas fotografías se están pagando hasta 12.000 dólares. De su generación, sólo él y Ryan McGinley están cobrando esas cantidades.
Activista gay precoz, con 16 años ya ejercía de periodista y escritor en Moscú, donde, acusado de "inflamar la división social, nacional y religiosa", fue objeto de tres denuncias criminales que podrían haberle acarreado hasta siete años de prisión. Gracias a la ayuda de Amnistía Internacional y el PEN American Center, organismo que lucha por la libertad de expresión, encontró asilo político en Estados Unidos. Con 21 años, Mogutin aterrizaba como un meteorito en el epicentro de la escena artística del downtown neoyorquino.
"Ahora se mercadea con los adolescentes, los han convertido en 'merchandising"
"Yo esperaba encontrarme ese ambiente bohemio que me fascinaba de los setenta y ochenta, pero no fue así", recuerda. "Visto en perspectiva, la escena artística rusa era mucho más radical y libre. Nueva York resultó muy conservador". Con todo, allí descubrió el vídeo y la fotografía. Y tuvo la oportunidad de conocer a uno de sus ídolos: el poeta beatnik Allen Ginsberg. "Estaba preparando un libro de entrevistas a todos los héroes de mi adolescencia y contacté con él. Al principio fue muy huraño y esquivo, pero cuando se enteró de que era un exiliado, empezó a devolver mis llamadas. Entonces aproveché para proponerle traducir su poesía al ruso. Y él aceptó al instante". A partir de ahí, consiguió entrevistarse con otros de sus referentes, como el escritor y artista Dennis Cooper o los cineastas Gus Van Sant, Larry Clark y Bruce LaBruce.
La mirada de Mogutin es cruda, confrontacional, siempre al límite. Algo que proyecta sobre la sexualidad, la adolescencia o la marginalidad. Su próximo proyecto, anticipa, se centrará en la sexualidad de los paisajes, "algo que sorprenderá a mis seguidores". Mezclando la estética snapshot y el diario personal, herencia de la fotografía de Nan Goldin, e imbuido del malditismo del escritor Jean Genet, el ruso se ha dejado abrazar por el sector arty de la comunidad homosexual, que lo adora —la revista Butt, por ejemplo, le ha dedicado varias apariciones—, mientras con su obra, irónicamente, se sacude el estereotipo de "artista para gays". "Mi público es mucho más amplio", defiende. "Yo retrato lo que se aleja del mainstream, de la corriente principal. De hecho, lo que ahora se entiende por cultura gay me aburre".
Lost boys, la muestra que expone hasta el 20 de marzo en La Fresh Gallery (Madrid), da fe de ello. Una colección de imágenes de adolescentes rusos lidiando con los restos de una sociedad poscomunista. Un atisbo inesperado de serenidad en el agitado universo del fotógrafo que bordea la tan temida madurez. "Son algo muy personal. Tomé esas fotos entre 2000 y 2004, cuando me dejaron volver a mi país. Quería retratar a esos chavales a los que Lenin les parece algo totalmente ajeno. Es increíble cómo Rusia ha sufrido cambios tan bruscos en tan poco tiempo. Piensa que cuando yo dejé el país, ¡el gran avance tecnológico era el fax!".
La muestra se complementa con una serie más gamberra, Stock boyz. Chicos capturados en webs pornográficas y pegados sobre las páginas de la sección de economía de The New York Times. "Ahora se mercadea con los adolescentes, los han convertido en merchandising", denuncia.
Lost boys. Hasta el 20 de marzo de 2010, en La Fresh Gallery (Conde de Aranda 5, Madrid).
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