GÓTICO PARA TODOS LOS PÚBLICOS
CUANDO las cámaras de Súper-8 entraron en los hogares americanos de clase media nació un fenómeno arbitrario, azaroso y casual que sólo ha sido analizado en esos términos muchos años después: las monster kid home movies, también llamadas películas de monstruos de patio trasero (backyard monster movies). Los más pequeños de la casa, bajo el influjo de las películas de terror que programaban las televisiones locales, se apropiaban del prodigioso instrumento y, con recursos domésticos, creaban en el jardín familiar sus propias versiones de los clásicos de la Universal o de las pesadillas paranoicas de serie B. Hubo quien alcanzó la fama en esa especialidad: Don Glut llegó a rodar 41 películas amateur entre 1953 y 1969, y la legendaria revista Famous Monsters of Filmland le dedicó tanta atención en sus páginas que a un lector llamado John Carpenter se le despertó la vocación de cineasta al leer sobre tan ejemplar y productivo muchacho.
Hoy podría decirse que las monster kid home movies —y su reciclaje del horror como juego de niños— fueron el claro precedente de una tendencia de mercado que crece como la pólvora: la reconversión de los códigos de la cultura gótica —que nació y creció en los circuitos musicales alternativos— como producto de consumo para toda la familia, incluso apto para la iniciación preescolar en la imaginería siniestra.
Cabe sospechar, no obstante, que la génesis de la actual moda es menos romántica: simplemente, la voracidad del mercado ya no se conforma con restringir determinadas estéticas y sensibilidades a su público natural y se propicia el limado de sus aristas para llegar a otros sectores de consumo potencial. El proceso se ve claro, por ejemplo, en el contexto de la historieta de superhéroes: un personaje como Spiderman puede crisparse hasta el extremo para saciar las necesidades del lector adulto, al mismo tiempo que se lanza al mercado la marca Spiderman & Friends —especializada en juguetes preescolares— para que incluso un niño de tres años se familiarice con el imaginario Marvel.
Del mismo modo que el fenómeno teen ha tenido a su rentable Mini-Yo en esa cultura tween presidida por Miley Cyrus, la cultura gótica parece haber alumbrado (o, por lo menos, sugerido) su propio formato microgótico, que quizá tendría su gran discurso fundacional en una película como Pesadilla antes de Navidad (que hoy se reestrena en España en formato 3D). El proceso tiene su lógica mercantil: el actual estado de salud de la cultura gótica entre los adolescentes permite aventurar que no será escaso el porcentaje de consumidores infantiles que llegará a la adolescencia como tales: conviene, pues, ir educándoles en esa sensibilidad con productos a medida. No se equivocan mucho los puristas de lo gótico cuando contemplan el proceso con ciertas reservas —cuando no con evidente alarma—: lo que está en juego no es una cuestión cultural, sino una cuestión de consumo. Por supuesto, los matices y el carácter desestabilizador que podía tener la cultura gótica en su origen se pierden por el camino.
El inminente estreno de Crepúsculo, la película de la ex promesa indie Catherine Hardwicke que adapta la primera novela de la saga creada por Stephenie Meyer, actuará como gran instrumento de difusión de una estética que, hasta hace relativamente poco, se consideraba más o menos insular, alternativa y minoritaria. Aunque sus novelas se dirigen a la lectora adolescente, Meyer ha encontrado la fórmula mágica del triunfo arrasador al potenciar el componente romántico de la sensibilidad gótica y domarlo según los códigos de la novela rosa. No ha descubierto la pólvora: la idea del vampiro como fantasía romántica siempre estuvo ahí, pero Meyer ha sabido limpiarlo de turbulencias transgresoras para obtener un producto que no se dirige únicamente a la niña rarita de la clase, sino que permite incluso a la jefa de animadores descubrir a la niña rarita que hay en su interior.
La cultura microgótica debería levantarle un monumento a Tim Burton, que, de alguna manera, intuyó que el futuro estaría dominado por melancólicos chicos ostra o su equivalente en la vida cotidiana: el niño seducido por lo monstruoso que se afirmará como gótico en la adolescencia. Series de animación como Las aventuras de Billy y Mandy, de Cartoon Network —en la que unos niños convierten a la Muerte en su mejor amiga—, preparan el terreno en un contexto donde los colores planos van cediendo su lugar a los juegos de luces y sombras filoexpresionistas. Cuando la efigie de Emily the Strange decora camisetas y bolsos, videojuegos como Monster Lab permiten que un niño de siete años cree su propio monstruo a la carta y las noches de Halloween extienden su influencia global en el imaginario colectivo, ser gótico (o pregótico) es algo que puede compaginarse perfectamente con una rutina hecha de clases de primaria, actividades extraescolares y visitas al chiquiparque. No es muy arriesgado afirmar que Miércoles Addams lo tendría hoy bastante complicado para seguir ejerciendo de rara de la clase.
MITOLOGÍA PORTÁTIL DEL MICROGÓTICO
Pesadilla antes de Navidad'
Hubo un tiempo en que era prácticamente imposible encontrar en las distintas Disney Stores repartidas por el mundo algún objeto de merchandising de este musical recién resucitado en 3D. La corporación no confiaba en ese hijo que le había salido demasiado raro y algo monstruoso, porque temía que su público potencial lo encontrase excesivamente siniestro y escalofriante. Se equivocaban: Henry Selick y Tim Burton sabían perfectamente que todo niño lleva dentro un monstruo y que, cuando éste emerge —es decir, en la adolescencia—, su excéntrica película ya iba a ser todo un referente generacional capaz de crear nuevos adeptos a cada minuto. De hecho, a cada minuto parecen venderse y multiplicarse los bolsos de Jack Skellington.
Miércoles Addams
El gran icono, ya sea como modelo de conducta o como novia imposible. Christina Ricci reinventó el personaje creado por Charles Addams y lo convirtió en palpable demostración de que el vitriolo viaja en envases pequeños. Dispuesta a autodefinirse como maniaca homicida, Miércoles radicaliza la perversidad intrínseca de los juegos infantiles con aportaciones tan memorables como ese "¿Existe Dios?" que dejaba para el arrastre a la voracidad capitalista del Monopoly. Similar poder icónico tiene, aunque en versión más moderada, la adolescente Lydia que encarnó Winona Ryder en Bitelchús (1988), figura en la que Tim Burton pareció intuir que el porvenir de la edad del pavo iba a ser definitivamente oscuro y gótico, pero con un corazón de oro.
Edward Gorey
Una de las fuentes estéticas y conceptuales de Pesadilla antes de Navidad, el cortometraje Vincent y La melancólica muerte de Chico Ostra, los tres fundamentos del microgótico esbozado por Tim Burton. Buena parte de su obra ha sido vertida al castellano por Valdemar, pero las ediciones originales de sus cuentos perversos son auténticas piezas de orfebrería ilustrada, que el sibarita puede encontrar en librerías especializadas en arte, cómic e ilustración. Amante de los juegos de palabras, el surrealismo y los gatos, este hombre de otra época, que nació en 1925 y se largó del mundo en el año 2000 —quizá porque un cambio de milenio era excesivo para su sensibilidad retro—, creó un universo lúdico-macabro de inagotables matices
Redes sociales
Si hemos de fiarnos del tópico, el gótico —o su derivación sentimentalizada: el emo— es alguien que vive su diferencia en soledad mientras paladea su misantropía y su odio al mundo. El arquetipo ya no es aplicable desde que han surgido las redes sociales y sus versiones específicas para cada forma de cultura alternativa. Ahora, el siniestro —y por extensión, el emo— es alguien que forma parte de una intricada red de afines y homólogos que se comunica mediante ese grado cero de lo chorra —emoticonos, descargas...— que el resto de mortales emplea en Facebook o herramientas afines. En nuestro país, www.comunidadgoticos.net llegó a ser concurrido punto de encuentro, pero quizá las criaturas de la noche hayan migrado a otros parajes.
Emily, Lenore y Ruby
Una de las señas de identidad de lo microgótico es la proliferación de personajes que actúan como espejo de la preadolescente gótica y, en algunos casos, funcionan como imagen de marca de líneas de ropa especializadas. Es el caso de Emily the Strange, que nació para promocionar la marca Cosmic Debris antes de protagonizar su propio comic-book e inspirar creaciones de Gaultier o Marc Jacobs. Ruby Gloom, por su parte, nació como puro merchandising —mochilas, material de escritorio—, antes de diversificarse en el ramo textil y desembocar en una serie de televisión. Lenore, la Adorable Niña Muerta (sic), puede presumir de un origen más noble: nació en las viñetas y sus únicas escapadas fueron de la mano de la animación en flash..
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