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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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Nostalgias de Estado católico

SE HA DEBATIDO tanto y durante tanto tiempo si el Estado franquista fue o no un caso de Estado fascista, que se ha tendido a infravalorar lo que ese Estado tuvo de católico. De hecho, el artículo 1 de una de sus primeras leyes fundamentales, la de Sucesión a la Jefatura del Estado, establecía que "España, como unidad política, es un Estado católico, social y representativo que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino". Y aunque no siempre se haya prestado a esta definición la atención que merecía, quienes nacimos y crecimos en aquel Estado sabemos bien de qué iba el invento.

Que el Estado fuera católico no implicaba únicamente que la Iglesia católica disfrutaba de todo tipo de privilegios o que sus jerarquías gozaban de una posición de poder político en las instituciones del régimen y de poder social en el conjunto de la clase dominante. Implicaba, ante todo, que la estructura misma del Estado se derivaba de una teoría católica del poder, procedente de la teología del llamado Siglo de Oro y codificada, tras el triunfo de los aliados, como "democracia orgánica"; y, en segundo lugar, que, en consonancia con esa teoría, las leyes y la moral pública estaban sometidas al veredicto de la jerarquía eclesiástica, que era la que juzgaba de su adecuación a la ley natural interpretada por ella misma a la luz de una revelación divina de la que se decía depositaria.

Todo esto puede parecer puro anacronismo, ganas de fastidiar con recuerdos de un tiempo felizmente superado por el Concilio Vaticano II. Y cierto es que el Vaticano II impulsó un cambio radical en la relación de la Iglesia católica española con el Estado: la aceptación de cierta libertad religiosa, el abandono de la teología política del barroco y la incipiente separación de la Iglesia de aquel Estado. Y sí, aunque la jerarquía católica tuvo buen cuidado de amarrar notables privilegios de orden financiero y educativo, muchos católicos desempeñaron un papel relevante en la transición de España desde aquel Estado católico-orgánico al Estado democrático.

Pero hete aquí que vuelve a sonar, con el desgarro apocalíptico que suele acompañar los anuncios de grandes catástrofes, la misma canción que llenos de euforia entonaban los constructores del Estado católico. Ante todo, anuncio del apocalipsis: asistimos a una persecución declarada de la religión y de la Iglesia católica, el cardenal arzobispo de Madrid pasa por un auténtico calvario, vivimos en medio del caos, desnortados -clama el de Toledo-, se excarcela a criminales, se perpetran atentados contra la vida con el beneplácito de autoridades y comisiones sanitarias, se cometen miles de asesinatos de seres humanos antes de nacer, sufrimos una gran quiebra moral, hay que estar preparados -¡en Tarazona!- para el martirio. Son algunas citas textuales de alocuciones episcopales en las que todo vale, como vale todo en la cadena de radio propiedad de los obispos con tal de que no sufra la cuenta de resultados.

¿Para qué? El propósito es de una meridiana claridad. Algunos obispos españoles de hoy no dudan en rozar la blasfemia -comparándose a mártires y al Crucificado- con tal de lanzar una operación política destinada a recuperar posiciones de poder sobre la legislación y la moral pública. Ya han invitado a la rebelión contra una asignatura de educación para la ciudadanía con el singular argumento de que intenta propagar la ideología de género. Pero esto es pura anécdota comparado con lo que se echa encima: denunciar el laicismo, el relativismo y el positivismo extendidos por la sociedad española como tardío resultado de la Ilustración, y expiar el horrendo pecado de haber separado la razón de la fe, la ciencia de las creencias, la moral de la ley natural, el Estado de la Iglesia. Hay que pedir perdón, hacer penitencia e iniciar el retorno a los tiempos preilustrados, cuando la catolicidad, raíz de España, aseguraba la unidad trascendental del hombre, la sociedad se basaba en la ley natural y la Iglesia disponía de la Santa Inquisición para invitar a los extraviados a regresar arrepentidos a la buena senda.

Si estos obispos volvieran a ganar, ya sabemos lo que nos esperaría: otra vez la esencia católica de España y vuelta a un Estado que legisla sometido a la ley natural rectamente interpretada por la jerarquía católica a la luz de la divina revelación. Ya lo hemos vivido. Fueron los años más sombríos de nuestra moderna historia, los años de Estado católico, social y representativo, el mismo Estado que una facción de la Conferencia Episcopal tanto añora y por el que tan decidida se muestra a librar batalla.

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