Legado de miradas
W. G. Sebald era amigo de lo ecléctico. Le gustaba tomar en sus novelas elementos prestados de las crónicas de viajes, de las memorias, del reportaje o el ensayo. Y con Jan Peter Tripp concibió un libro, Sin contar, en el que los 33 poemas de uno y las 33 imágenes del otro establecieran un diálogo sin por ello perder su propia resonancia.
Desde Inglaterra, donde vivía desde los 21 años, el autor de Austerlitz enviaba a su amigo de infancia, residente en Alsacia, sus poemas. Hasta que su muerte en accidente de coche en 2001, cuando se encontraba en plena madurez creativa, truncó sus planes. Ha sido Tripp el encargado de la composición definitiva de Sin contar, una sucesión de versos a los que acompañan grabados hiperrealistas de los ojos de sus destinatarios.
SIN CONTAR
W. G. Sebald y Jan Peter Tripp.
Traducción de María Teresa Ruiz y Katja Wirth.
Nórdica Libros. Madrid, 2007.
88 páginas. 26 euros.
Los sentimientos // amigo mío / escribió Schumann / son estrellas que sólo/ nos guían con la / luz del día
La casa // por la noche / a través de las ventanas / el resplandor de las / llamas
"Orden y rítmica se rinden al capricho estético que en última instancia proviene del material mismo", dice de la estructura Andrea Köhler en el epílogo de la obra, que arranca con un poema de Hans Magnus Enzensberger en el que se despide de su amigo Sebald. "Quien nos llegara al corazón, // parecía haber venido desde muy lejos / a esta inquietante patria. / Aquí poco le retuvo", se lamenta Enzensberger.
El autor de Los emigrados, Los anillos de Saturno y Vértigo se escribe a sí mismo: "Al final // sólo quedarán los / que quepan sentados / alrededor de / un tambor". Y no se olvida de su colega en este proyecto: "Cuando los rayos // caían se / veían las montañas / con sus profundos pliegues / la lluvia murmuraba / incesante hacia el valle".
Los ojos de pintores como Rembrandt o Francis Bacon y de escritores como Truman Capote, Marcel Proust o Juan Carlos Onetti asoman en estas páginas, probablemente porque aseguraba que los muertos siempre le interesaban más que los vivos. Y junto a ellos, los ojos de su hija Anna, herida en el accidente -"Sin contar // queda la historia / de las caras / vueltas hacia otro lado"- o un lastimero perro al que dedica un verso disparatado: "Por favor envíame // el abrigo marrón / de Rheingau / con el que antaño yo / daba mis caminatas nocturnas".
Se sentía incapaz de hablar el alemán coloquial tras décadas en Inglaterra, pero nunca dejó de escribir en su lengua materna. Detestaba los ordenadores y rechazó la nominación para el Premio Reino de Redonda que otorga el español Javier Marías. "Querido Javier: yo no leo a autores contemporáneos", le contestó, y quizá por agradecimiento le dedicó uno de los 33 poemas que dice así: "Las manchas // rojas / en el / planeta / Júpiter / son huracanes / de tres / cientos / años".
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