Noche de cante con sabor antiguo
José Menese y Laura Vital llenan los jardines de Sabatini con su música
"Esto no es un decorado, me he caído bañándome y se me ha roto un huesecito", anuncia el cantaor José Menese nada más salir al escenario de los jardines de Sabatini, mientras se señala el brazo que lleva en cabestrillo sujeto por un pañuelo. El cantaor de La Puebla de Cazalla (Sevilla) lleva media hora calentando la voz a base quejíos entre bambalinas. Todo para poder arrancar con fuerza con la Nana de Manuel de Falla, esa que ha cantado una y otra vez, la última sobre las tablas del Teatro Real.
Le cede el turno a Laura Vital, que anoche acompañaba a Menese en el escenario, y que da la nota de color "con un traje grana", tal y como reza uno de sus tangos. La de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) se encuentra cómoda con el cantaor, porque no es la primera vez que colabora con él. Su clásica concepción de los palos gaditanos ya había estado en el anterior montaje de Menese, un éxito en su presentación en Sevilla hace unos años.
Su mayor logro es el estudio que ha hecho de la historia del flamenco Los guitarristas son tan dueños de la noche como los cantores
La guitarra de Antonio Carrión suena a antiguo, porque así lo ha querido Menese. Este, de la escuela de Antonio Mairena, uno de los más grandes del cante de España, ha consagrado su carrera a un flamenco ortodoxo y claro. "Lo de arreglar no me gusta a mi mucho", confiesa en un momento del recital el artista de 68 años.
El frío de la noche cae mientras Eduardo Rebollar, el guitarrista fiel de Laura Vital, le hace una introducción a la cantaora sanluqueña. Recargados rasgueos que dan paso a un cante profundo con regusto a fandango de Huelva que en esta noche húmeda transporta al auditorio a las marismas del Guadalquivir de las que viene Vital.
Los guitarristas son tan dueños de la noche como los cantaores, tienen su espacio propio para lucirse, y el público aprovecha los escasos segundos en los que toman aliento antes de continuar para aplaudir. Entre las butacas, comentarios de admiración. "Qué bárbaro", comenta un aficionado a la mujer que está a su lado. Sobre el escenario, un Menese con los ojos cerrados, escucha atento a esta treintañera que aprendió de Naranjito de Triana buena parte de lo que sabe.
Menese anuncia cada cante antes de iniciarlo. Lo hace con la petenera, un palo casi olvidado que el cantaor ha recuperado y ha llevado a las universidades. Su labor de estudio de la historia del flamenco y su afán por que se convierta en materia de estudio es su mayor logro. Mientras la bailaora Inmaculada Ortega seduce a un mantón negro con su baile, Laura Vital se prepara para las bulerías de Perla de Cádiz, una revalidación más de una pieza clásica. A muchos les sorprende que entre sus versos estén los del canto infantil del barquero y las "niñas bonitas" que no pagan dinero.
Vital, tras recibir el consentimiento de una mirada de Menese, se levanta en plena bulería y abandona el foco que le da luz para cantar sin micrófono y lanzar un beso a Madrid. El mismo Madrid que le forjó una carrera en el cante a Menese, al que llegó con 18 años y que, según el cantaor, se lo ha dado todo.
Después de las alegrías que honran a "la solera de Cádiz" y bailadas con bata de cola, la noche termina como una zambra del Sacromonte granadino. Una batalla de cante, toque y baile frenético iniciada con un solemne cante de Menese por siguiriyas, tal y como eran cantadas hace un siglo, en la voz de los padres del flamenco.
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