'Happy birthday', Robertito
Puede que a Bob Dylan nunca le distingan con el Premio Nobel de Literatura, porque los sabiondos suecos se lo tienen que conceder antes, por ejemplo, a Elfriede Jelinek, pero el bardo de Minnesota figurará ya por siempre entre esos rarísimos ejemplares del género humano que, de tan sustantivos, derivan en adjetivos. Miles de hombres y mujeres ejercen hoy por todo el planeta de dylanitas, memorizan las toneladas de versos desparramadas por sus cuarenta y tantos discos, escudriñan sus palabras y (más importante aún) silencios, coleccionan versiones a centenares de Like a rolling stone, asumen la deconstrucción sistemática del repertorio en los conciertos, levitan con los discos más estratosféricos (¿qué barrilete cósmico podría hoy escribir Blonde on blonde o Blood on the tracks?) y hasta asumen los disparates, como aquel reciente disco de villancicos, con la fe inexpugnable de quien considera que a Dios, o a Yahvé, jamás se le escapó un renglón torcido.
Rosenvinge, Nacho Vegas y Amaral testimoniaron su pasión por Dylan
Rodrigo Fresán y Benjamín Prado son dylanitas y, al igual que su ídolo, tampoco han sido agraciados por ahora con el Nobel, pero ayer se reivindicaron como los dos novelistas más rockeros en lengua hispana y ejercieron de teloneros amenísimos en el homenaje a Dylan que dirimía el Círculo de Bellas Artes en su esplendorosa azotea. Ellos trazaron el mejor glosario de milagros (apócrifos o suficientemente acreditados) que se le atribuyen a nuestro hombre de Duluth. "Sus canciones las entiendes aunque no sepas una palabra de inglés", anotó Fresán. "Penélope Cruz le dice El Pulpo", terció Prado: "Bob es antipático en los bares hasta que se le acerca alguna chica guapa".
El mundo celebraba ayer el septuagésimo cumpleaños de Robert Zimmerman; una edad muy seria, por mucho que nos pasáramos el día canturreando su clásico Forever young (Por siempre joven). Pero sobre veteranías bien llevadas podría darnos grandes lecciones Hugues Aufray, el álter ego por excelencia de su amigo Bob entre nuestros vecinos franceses. Aufray cumplirá 81 años en verano, pero mantiene fornida la garganta y solo precisa que le apunten las letras en una pantalla de ordenador. Sus versiones son cálidas y casi vaqueras, de tanta presencia que otorga a la mandolina y el dobro, esa guitarra que se toca en horizontal (y con sombrero).
Antes habían testimoniado su pasión por Dylan, con desigual fortuna, tres nombres relevantes de nuestra escena: Christina Rosenvinge, Nacho Vegas y Amaral, estos en su primera comparecencia del año. La primera responsabilizó a "Roberto" de que ella haya terminado escribiendo temas como Canción del eco, pero nos abstendremos ahora que está de moda ejercer la sorna al respecto.
Vegas empezó por su otro factótum particular, Leonard Cohen (Canción del extranjero), antes de estrenar su primera adaptación dylanita, A simple twist of fate, con derivación asturiana incluida: "Ella nació en Gijón, pero yo nací perdido / Culparé a un simple giro del destino".
Los Amaral adelantaron una de sus nuevas piezas, Hacia lo salvaje, antes de retomar su ya conocida lectura de A hard rain's a-gonna fall. Y en cuanto al tema escogido para interpretar todos juntos, lo incluiremos en el capítulo de las excentricidades: nadie mencionaría Death is not the end (1988) entre las 100 mejores canciones de Dylan, por mucho que comparta título con el homenaje castrense a los caídos. Felicidades por muchos años, Robertito.
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