José Tomás tiene el mayor fracaso de su vida
José Tomás provocó un escándalo sin precedentes en la plaza de Las Ventas. Acabó provocándolo después de haber hecho una estrepitosa manifestación de incompetencia torera y rematarla con lo que quizá vaya a ser el fracaso de su vida.
Joselito no se crea que le anduvo a la zaga. Joselito, en sus dos turnos, lo mismo al intervenir de capa que de muleta, dejó patente la realidad de su valor profesional y artístico; y él mismo, solo y sin ayuda de nadie, desveló la milonga que se había montado sobre el dominio, la maestría y la torería.
La tarde estaba desmitificadora a tope, sin dejar a nadie en el olvido, pues el ganadero Adolfo Martín, que se había creado un cartel de riguroso y purista, criador de toros serios y encastados, envió para las dos fingidas figuras una escalera de borregos sin trapío e inválidos, que tanto uno a uno como por junto constituyeron la vergüenza nacional. El fracaso del ganadero fue similar al de los mencionados coletudos: de los que hacen época.
Martín / Joselito, Tomás, Abellán
Toros de Adolfo Martín, la mayoría impresentables por su falta de trapío y por sus cornamentas sospechosas, flojos cuando no inválidos, descastados y borregos. Joselito: siempre tirando la muleta, pinchazo y estocada delantera (silencio); medio metisaca atravesado bajo y bajonazo descarado (algunos pitos). José Tomás: estocada caída (algunos pitos); cuatro pinchazos, otro hondo -primer aviso-, capoteo mareante de peones, cuatro descabellos -segundo aviso-, otro descabello, rueda de peones y se inhibe el matador -tercer aviso-; el toro es devuelto al corral pero se apresura a matarlo el puntillero (gran bronca y lanzamiento de almohadillas). Miguel Abellán: bajonazo perdiendo la muleta (oreja con protestas); estocada tendida caída, rueda de peones y descabello (ovación y salida al tercio); asistido en la enfermería de cornada subcutánea de 12 centímetros tras matar al tercer toro, salió para lidiar al sexto. José Tomás despedido con fenomenal bronca. Asistió el Rey acompañado por la Infanta Elena. Plaza de Las Ventas, 1 de junio. 23ª corrida de abono. Lleno.
Tercero en discordia -hombre de relleno, innominado, desapercibido- iba Miguel Abellán, y sin embargo estuvo a punto de pegarles un baño a los dos titanes de cartón. De hecho se lo dio. Porque mientras aquellos sólo merecían reprobaciones y vituperios, él cortaba una oreja, sufría una cornada que no le arredró para volver a salir y les dio una rotunda lección de torería.
Torería, principalmente, había sido lo que les faltó a los dos sucedáneos de fenómeno. Torería le faltó sobre todo a José Tomás. Iba de majestuoso y extraterrestre, y sí, lo será; pero la torería debe de ser su asignatura pendiente, su gran desconocida.
Joselito capoteó mal y a sus dos borregos desfallecidos les aplicó sendas faenas pretenciosas en lo accesorio, sin una mínima técnica que posibilitara el toreo en lo que debería considerarse fundamental, reiterativas, interminables y plúmbeas. Y los mató en la modalidad del sartenazo.
José Tomás, que se puso tieso como un palo de mesana para las chicuelinas, los delantales y las gaoneras (tres tipo de quites que forman parte de su programación galáctica), los instrumentó irrelevantes porque los toros se le desplomaban. En las faenas de muleta, sin embargo, se habría de ver. Y lo que se vio fue un ridículo engolamiento, una grotesca pomposidad, un caminar como si estuviese levitando... Y todo para hacer un toreo fuera cacho, a base de medios pases y sin ninguna ligazón.
Así la premiosa faena de José Tomás al segundo torito, un borrego inválido tipo muñeco que apenas se podía mover. Y así la que le aplicó al cuarto; o aún peor, porque éste desarrolló cierta manejabilidad y no le ligaba los pases, o si se los ligaba, no los templaba y solía resolverlos a enganchones.
Cuando se marchó a la barrera para tomar la espada de verdad, José Tomás ya iba marcado por el estigma del fracaso. Volvió, y se puso a pinchar, sonaron los avisos, no acertaba el descabello y en estas que se abalanzaron al toro los peones intentando tirarlo con la rueda de capotes mientras el matador se inhibía y contemplaba el desafuero desde la distancia. Sonó el tercer aviso, se metió en el callejón y ahí se las dieran todas, en tanto cundía la indignación en los tendidos por esa escandalosa e injustificada falta de respeto al público.
La lección de vergüenza torera la dio, efectivamente, Miguel Abellán, que le hizo a su primer toro una faena de menos a más, en cuyo transcurso sufrió una voltereta. Poco ligados y superficiales sus primeras series dee naturales, honda y emotiva la última, que remató mediante un torero molinete. Lamentablemente, cobró después un bajonazo, por lo que sobraba la oreja que le dieron, y pasó a la enfermería. Salió para lidiar al sexto y esta vez la faena transcurrió con altibajos, pero tampoco se le podía tener en cuenta pues, al fin y al cabo, estaba herido. Y, sobre todo, el pundonor, la generosa entrega, el respeto al público eran muy de agradecer.
Con un broncazo sostenido y lanzamiento de almohadillas despidieron a José Tomás. Un caso digno de estudio. Le han dicho que es de otra galaxia y al parecer se lo ha creído.
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