Lo malo de fumarse un puro
Lo malo de fumarse un puro esperando ver pasar el cadáver del enemigo es que a poco que éste haga algún movimiento para intentar salvarse se te pone cara de tonto. Es lo que le ha ocurrido a Rajoy tras dos jugadas de manual de Zapatero: un pacto parlamentario con PNV y Coalición Canaria que le garantiza terminar la legislatura y un cambio de Gobierno. El estupor y hasta temor expresados el miércoles por Rajoy y los suyos confirma que sesteaban en una oposición siempre negativa, nunca positiva, una oposición que jamás desvela sus alternativas. Confiaban plenamente en que la acumulación de la crisis con los errores de Zapatero les llevara en volandas a La Moncloa.
Zapatero terminará su segunda legislatura y el PSOE venderá cara su piel, no sabemos con qué candidato, en 2012. Pero es sólo la mediocridad de la dirección conservadora lo que ha convertido en maravillosa virtud lo que era una necesidad a gritos, lo que muchos reclamaban desde hacía meses: un Ejecutivo más compacto y combativo, con mayor peso político y capacidad de comunicación. Incluso la nueva alineación estaba en lo esencial prácticamente cantada.
Forjado en mil batallas, multiusos, de gran inteligencia y capacidad dialéctica, buen conocedor de los medios de comunicación, Rubalcaba era lo seguro, el evidente valor refugio para un partido y un Gobierno deshilachados y desnortados. Ahora ocupa una posición clave en lo que de momento es un final menos espasmódico de la segunda legislatura de Zapatero.
¿Sobrevive Zapatero a costa del zapaterismo? ¿Estamos ante un poszapaterismo con Zapatero? Cabe preguntárselo. El líder socialista aplica desde mayo las recetas de los mercados y organismos financieros, dañando y decepcionando a sus votantes de izquierda. También aceptó resignadamente los recortes del Estatut, enajenándose la simpatía de muchos catalanes. Ahora se ha desprendido de Fernández de la Vega y de Moratinos, dos de sus ministros fetiche, ha reconvertido en secretarías de Estado los ministerios de Vivienda e Igualdad y ha encumbrado a Rubalcaba, un veterano del felipismo. ZP y buena parte del zapaterismo ya son historia. Para lo bueno y para lo malo, Zapatero es ahora eso que los norteamericanos llaman "Just Another Politician".
Aunque este Gobierno sea más organizado, combativo y mejor comunicador que sus predecesores, su margen de maniobra en lo esencial hoy para los españoles, lo económico y social, es muy estrecho. La recuperación económica será débil en 2011, creará poco empleo neto, si es que lo crea, y, sobre todo, la percepción ciudadana, siempre por detrás de los datos, continuará siendo negativa. Y tomada la decisión de seguir adelante (ahí sigue Elena Salgado) con las reformas neoliberales, ¿cómo puede recuperar la confianza de tantos de sus electores de izquierdas? Tras los recortes en pensiones, sueldos de funcionarios e inversiones públicas, tras el abaratamiento del despido, ahora viene el retraso en la edad de jubilación.
El problema del PSOE no es el atractivo de Rajoy (siempre escaso) ni el ascenso electoral del PP (que vendrá a obtener en 2012 los diez millones de papeletas de sus incondicionales). Su problema es que, a tenor de las encuestas publicadas antes del cambio de Gobierno, a dos, tres, tal vez cuatro millones de españoles de los 11 millones que les votaron en 2008 no les apetece votar a los socialistas en general y a Zapatero en particular. Les dolió el que Zapatero negara la crisis cuando ellos ya la sufrían en carne propia y, luego, el que en mayo bebiera el cáliz hasta las heces y asumiera lo que ellos consideran que son contrarreformas sociales.
Los éxitos electorales de la derecha en Europa (y los que pueden obtener en las legislativas norteamericanas del mes próximo) se corresponden a su triunfo ideológico. De la reforma del capitalismo del otoño de 2008 se ha pasado vertiginosamente a la urgente aplicación del programa máximo del capitalismo financiero internacional. La impotencia de la socialdemocracia para proteger a los suyos es patética. No es de extrañar que muchos de sus votantes se abstengan y que los otros prefieran el original de la derecha neoliberal a la mala copia del centroizquierda.
Sí, el nuevo Gabinete cuenta con dos guiños a la izquierda: Valeriano Gómez, que se manifestó contra la reforma laboral, y Rosa Aguilar, ex alcaldesa de Córdoba por IU. ¿Logrará el primero que los costes de la crisis no los paguen sólo las clases populares y medias? ¿Conseguirá reformar la reforma laboral para que no sea tan sólo un abaratamiento del despido? ¿Podrá cambiar el rumbo ya adoptado por la reforma de las pensiones? Es difícil imaginarlo cuando la misma Moncloa presentaba el miércoles este Gabinete como el que seguirá aplicando la política adoptada en mayo.
Los socialistas creen que pueden quedarles otros dos cartuchos. Uno es que ETA renuncie de veras al terrorismo. Veremos. Lo seguro es que, con Rubalcaba y Jáuregui en La Moncloa, el Gobierno será muy prudente. Sabe, además, que no podrá contar con el apoyo leal del PP, proclive más bien a presentar cualquier final feliz como una "rendición" de los socialistas. Otro cartucho imaginado es la removilización del electorado progresista en 2012 por miedo al regreso de la derecha a La Moncloa. Pero será difícil que este recurso, ya utilizado en 2008 con el resultado para el PSOE de cientos de miles de votos adicionales de ciudadanos de izquierda, funcione de nuevo.
Zapatero tiene garantizado que agotara la legislatura. Esto desdramatiza el debate sobre quién será el cabeza de cartel socialista en 2012. Nadie ha echado al presidente antes de tiempo y si no se presenta una tercera vez será por decisión propia. El año y medio de estabilidad parlamentaria le permite plantearse el asunto con cierta calma.
Ahora bien, 2012 no debería ser sólo para los socialistas una cuestión de nombre: si Zapatero u otro; si este otro es hombre o mujer, un valor refugio o una apuesta de futuro, alguien de la vieja guardia felipista o alguien surgido del zapaterismo. Debería ser también, y sobre todo, una cuestión de un nuevo programa, de una propuesta que de sentido a la idea de que la socialdemocracia aún es capaz de ofrecer alguna seguridad en la selva de la globalización a los que no son ricos y poderosos.
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