¿Por qué abolir solo la propiedad intelectual?
Cuando la crisis del capitalismo es más dramática y ruge la tormenta en los mercados financieros, un movimiento cívico de apariencia potente reivindica la abolición de la propiedad privada en las redes. Si el capitalismo nos oprime y la propiedad es la base del capitalismo, ¡Abajo con la propiedad! ¿Por qué pagar por lo que queremos? ¡Defendamos los derechos de los que no pueden pagar! ¡Lo tuyo es mío y es de todos! ¡Viva la libertad de compartir y viva el gratis total! ¡Guerra a la Ley Sinde!
Resulta enternecedor. Nos rejuvenece, incluso.
Ahora bien, cuando se analiza el fenómeno con un poco de detenimiento llegan las paradojas. Para empezar se entiende con dificultad que los partidarios de la abolición de la propiedad centren sus reivindicaciones tan solo sobre la propiedad intelectual. ¿No resultaría más interesante, para los que no pueden pagar, la abolición de la propiedad de la comida, de la ropa, o de la vivienda? ¿Por qué negarse a pagar el precio de un libro o de una canción y, sin embargo, pagar sin rechistar el precio del pan, del vestido o de la hipoteca?
Tras el asalto cotidiano a la propiedad de la industria del cine, por ejemplo, no se acaba de comprender por qué que nadie plantea el asalto al Mercadona o a Zara. ¿Por qué reclamar la propiedad colectiva de una película y no reclamar la propiedad colectiva de los inmensos chalets de La Moraleja? Si se opta por no respetar los derechos de quien compró la licencia para explotar una película, ¿por qué respetar los derechos de quien compró la licencia para disfrutar en exclusiva de un chalet de lujo?
La paradoja se recrudece al comprobar que los abolicionistas de la propiedad intelectual se muestran sorprendentemente celosos en la defensa de la propiedad de los bienes propios. Yo he intentado, por ejemplo, que un abolicionista de la propiedad de todos los músicos del mundo comparta su Maserati conmigo y con un grupo de amigos. "El Maserati es mío", manifiesta ofendido. Y uno debe llegar a la conclusión lógica de que este abolicionista de la propiedad es en realidad tan solo un abolicionista de la propiedad de los demás.
La propiedad privada constituye un pilar básico para el funcionamiento de la economía capitalista imperante, y resulta un obstáculo evidente para el ejercicio de algunas libertades. Tienen toda la razón quienes denuncian que pagar por una novela, por una canción o por una película limita su libertad de acceso a estos bienes muy necesarios. Exactamente igual que pagar por la calefacción de nuestras casas o por la gasolina de nuestros coches. ¿O es menos "propiedad" la propiedad intelectual?
Se acusa con todo fundamento a los defensores de la Ley Sinde y del respeto a la propiedad intelectual de estar protegiendo a una "industria", en concreto a la industria cultural. Y quienes acusan están reivindicando en realidad el sacrificio de esa industria, la cultural, para favorecer el beneficio de otra industria, la tecnológica.
Porque, aparte de los usuarios de la red ¿quiénes resultan favorecidos especialmente por la transmisión y el disfrute gratuito de los contenidos culturales en Internet? Las operadoras tecnológicas, como es evidente. ¿Y por qué los partidarios del gratis total para los contenidos culturales pagan sin queja sus facturas a las empresas telefónicas por un servicio de acceso a la red a menudo caro y deficiente? ¿Quién ha decidido que han de ser las industrias culturales las que paguen con su ruina el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación?
Y tras tanta pregunta llego a la conclusión de que mi enternecimiento puede ser en realidad pura ingenuidad. Quizás los supuestos abolicionistas de la propiedad privada tan solo pretenden abolir la propiedad de unos para favorecer la propiedad de otros. Quizás los campeones de la resistencia contra las "multinacionales de Hollywood" trabajen en realidad para la cuenta de resultados de las multinacionales telefónicas. Y quizás quienes abominan de los políticos porque defendemos las propiedades de los de "la ceja", en realidad buscan amedrentar a los de "la ceja" para que dejen de apoyar a determinados políticos.
Aún me siento joven para dejarme arrebatar por los vientos de libertad y por lo cantos contra la opresión capitalista. Pero ya estoy mayor para que me tomen el pelo...
Rafael Simancas es portavoz del PSOE en la Comisión de Fomento del Congreso de los Diputados y ex portavoz en la Comisión de Cultura.
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