La identidad de los diferentes
¿Hablamos de enfrentamientos entre fieles de diversas creencias religiosas? ¿Nos preocupamos por el separatismo disgregador de los nacionalistas? ¿Tememos el choque o buscamos la alianza entre las civilizaciones? ¿Lamentamos la difuminación mimética de cada individuo en la sociedad de masas? ¿Defendemos el derecho de las minorías sexuales a expresar y practicar sus opciones alternativas? ¿Creemos que el multiculturalismo es el único remedio frente a la globalización homogeneizadora? ¿Pensamos que hay que mantener la diversidad de las lenguas por razones semejantes a las que llevan a proteger la biodiversidad? ¿Reclamamos la universalidad de lo humano frente al narcisismo de las pequeñas diferencias folclóricas? En todos estos casos y en otros muchos semejantes, nos debatimos en la red de problemas que hoy suscita la cuestión de la identidad. A diferencia de otros conceptos (o nociones, no exageremos) ideológicos, la identidad y sus controversias apasionan incluso a nuestros contemporáneos menos propensos al morbo filosófico y encrespan furiosamente hasta a los que serían más capaces de morir por ella que de definirla de modo inteligible.
LA ÉTICA DE LA IDENTIDAD
Kwame Anthony Appiah
Traducción de Lilia Mosconi
Editores Katz
Buenos Aires, 2007
401 Páginas. 23,50 euros
Para quienes prefieran congestionarse un poco menos y comprender algo mejor la identidad (o las identidades: cómo nacen, cómo se combinan, cómo se excluyen y luchan entre sí, cómo se superponen o se substituyen, cómo se armonizan, cómo se abandonan, cómo mueren) considero muy recomendable y hasta imprescindible la lectura de este libro. Su autor, el profesor Appiah, no sólo tiene una notable y perspicazmente ordenada erudición académica sobre este tema, sino también la experiencia personal de lo que las identidades "incómodas" pueden aportar o sustraer a la vida de cada cual: nació en Londres, hijo de un nativo de Ghana que fue patriota africano pero también defensor cosmopolita de los derechos humanos y de una inglesa, y ha sido profesor en diversas instituciones de África, Estados Unidos y Europa. Además, pertenece a una opción sexual minoritaria. Todo lo cual le ha dado una visión especialmente rica, matizada y -lo que resulta muy gratificante- irónica de este proceso cambiante y polémico de etiquetas que asumimos o que los demás nos obligan a asumir, en las que consiste el juego identitario.
En la vida humana se entre-
cruzan muchos valores, no siempre fácilmente jerarquizables ni siquiera propensos a la armonía. En consecuencia, las opciones morales razonables son múltiples y a menudo contradictorias. "La identidad", dice Appiah, "proporciona, entre otras cosas, una fuente más de valor, una que nos ayuda a encontrar un camino entre esas opciones. Adoptar una identidad, hacerla mía, es verla como el factor que estructura mi camino en la vida". La identidad es un diseño posible, una guía imaginaria o GPS moral, que nos orienta a través del laberinto ético, desde luego, pero también consolida nuestra autonomía social y nuestra autopercepción psicológica. Aunque se apoya en datos objetivos -pero subjetivamente interpretados, que es lo relevante- nunca puede decirse que esté directa y obligatoriamente determinada por ningún condicionante natural o social. Al contrario, en muchas ocasiones es la arbitrariedad la que obtiene premio, sobre todo cuando halaga la necesidad de magnificar las diferencias mínimas o establecer como irreductibles las variaciones sobre el mismo tema que condenan al hereje y dejan imperturbado al ateo. Lo único que está claro es que para cada una de las identidades es mucho más importante establecer aquello que no son que lo que son, aquello que rechazan y condenan que lo que ensalzan y recomiendan: lo relevante de la identidad es lo que excluye y no lo que incluye. Noticia que tiene interés para aquellos que se empeñan en predicar la absoluta e irrestricta compatibilidad entre todas las identidades, sólo a fuerza de buena voluntad.
En el libro de Appiah hay tantas derivaciones sugestivas del tema principal que resulta imposible glosarlas en pocas líneas. Entre ellas destaca, desde luego, su recurrente ensalzamiento del principio de la universalidad ética humanista frente a la diversidad como valor absoluto en sí misma. Si la diversidad potencia la autonomía y la libertad humana, merece respeto: si en la diversidad se incluyen las formas comunitarias que las niegan, debe ser rechazada sin escrúpulo políticamente correcto. También son muy lúcidas las reflexiones que dedica al conflicto dentro de un Estado democrático entre las lenguas minoritarias y lo que él llama la lengua "política", es decir, aquella que permite a todos los ciudadanos entenderse unos con otros para la gestión de los asuntos comunes. Y desde luego cuenta con mi simpatía su decisión liberal (aunque nada acrítica) de elegir como genio tutelar de sus reflexiones a John Stuart Mill, quizá junto a Spinoza el más humana e intelectualmente simpático de los pensadores contemporáneos.
No olvidaré un último elogio: su capacidad para acuñar irónicamente fórmulas que merecen el mármol. Brevísimo florilegio: "Aunque seamos los seculares más empedernidos, nada nos impide hacer distinciones entre las hostias y las galletas"; "un valor es como un aparato de fax: no sirve de mucho si lo tiene una sola persona". Y por supuesto mi preferida, que resume la obra de Appiah y la de muchos otros menos inteligentes que él: "En el jardín de las identidades culturales, las flores de papel echan raíces con gran celeridad".
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