Sin fe, sin fútbol, sin nada
El Atlético vuelve a inventarse un ejercicio de impotencia y cae derrotado con justicia ante el Oporto
Ante un rival que no es un dechado de virtudes, pero cuyo fútbol resulta estomagante, el Atlético escribió ayer el segundo capítulo de su testamento en la Liga de Campeones. Lo hizo como es su costumbre, despreciando el buen juego. Tuvo oportunidades, contadas; a ratos dominó, pocos ratos, pero se fue diluyendo presa de un Oporto que juega mal (aunque lo hace de memoria) y de su propia impotencia. Excusas hay, por supuesto, que las bajas golpearon duro al Atlético hasta el punto de que su entrenador tuvo que improvisar una defensa con cuatro centrales. Pero no sirven. Porque este equipo, estos jugadores, no han podido perderlo todo, el toque, las ideas, la calidad, la autoestima, todo menos la vergüenza.
Oporto 2 - Atlético de Madrid 0
Oporto: Helton; Fucile, Rolando, Bruno Alves, Álvaro Pereira; Belluschi, Tomás Costa (Guarín, m. 66), Raúl Meireles; Hulk, Falcao (Farías, m. 88) y Mariano González (Valeri, m. 90).
Atlético de Madrid: Roberto (David de Gea, m. 26); Ujfalusi, Pablo, Juanito, Perea; Jurado (Reyes, m. 79), Paulo Assuncao, Cléber Santana, Simao (Maxi Rodríguez, m. 70); Forlán y ''Kun'' Agüero.
Goles: 1-0, m. 77: Falcao remate un pase de Hulk. 2-0, m. 82: Rolando, tras un rechace en el poste.
Árbitro: Nicola Rizzoli (Italia). Amonesto a los visitantes Paulo Assuncao (m. 36) y Perea (m. 47). Incidencias: partido correspondiente a la segunda jornada del grupo D de la Liga de Campeones, disputado en el estadio Do Dragao.
ante unos 40.000 espectadores.
Arrancó el Atlético con esa abulia y esa falta de ideas que le caracterizan. Y asustado, además. La culpa la tuvo Hulk, que se midió a Perea una vez, y le arrasó; se midió otra, y le trituró; se midió una tercera, y le destrozó. Bolt contra un alevín era aquello.
Sangraba el Atlético por su costado izquierdo, donde Simão, que estaba porque así lo dicen los papeles, optó por no echar un cable, mientras gobernaba el partido el Oporto, aunque sin llegar con lucidez a la portería rival, sin que nadie pusiera rúbrica a los envíos del imparable Hulk.
Y ante la duda, Forlán. Y como el Atlético tenía, y tiene, dudas para aburrir, pues no es de extrañar que su mejor arma atacante, el mejor goleador que fue la pasada temporada del planeta, se convirtiera en el ideólogo del equipo, en su cerebro, apostado en el centro del campo, en la derecha, tan lejos de su territorio natural. Sólo Forlán, tan participativo como espeso, lograba que el Atlético entrara en contacto con el balón. A la tarea se encomendó también Jurado y ello sirvió para que el Oporto frenara su ímpetu inicial. Se encontró el Atlético con la primera ocasión, un regalo de Tomás Costa, que despejó tan mal que le dio el balón a Agüero, por entonces, y siempre, un náufrago en el ataque. El Kun chutó desde lejos y Helton rechazó con apuros.
No jugaba a nada el Atlético, pero tampoco el Oporto, que dejó de encontrar a Hulk. En éstas, que Roberto golpeó de mala manera una cesión de un compañero. Se tocó el muslo, fue asistido en la banda y en la portería siguió. Medio minuto tardó un compañero en volverle a ceder la pelota. Ya que estaba tocado, pues qué mejor idea que lesionarle del todo. Eso ocurrió, una rotura fibrilar. Y como Abel se retiró hace tiempo, bajo los palos tuvo que colocarse De Gea, de 18 años, el reserva del reserva, en cuyo currículum no figuraba ni un minuto con el primer equipo en partido oficial. Ni él pudo evitar la derrota.
Fue plana la primera parte, aguantando el Atlético en defensa, gracias a un enorme Pablo y sin pasar de la orilla un Oporto sin más argumentos que los arrebatos de Hulk. Estaba el partido para el Atlético a la vuelta del descanso, con Ujfalusi lanzando abajo para que Helton rechazara, con Juanito cabeceando un centímetro alto aquel córner. Estaba el partido para el Atlético cuando, de golpe, le invadió la oscuridad.
Perdió el balón, el norte, el criterio (el poco que tenía). Una falta lejana lanzada por Bruno Alves, que De Gea rechazó con habilidad, despertó al Oporto. Y tanto le despertó que le convirtió en la marabunta. El joven portero sacó abajo el chutazo de Valeri, puso los puños en el zapatazo de Belluschi, incluso rechazó con el pie el mandoble de Hulk. Hasta ahí llegó. En esa jugada, el balón llegó al propio Hulk, que cedió atrás para que Falcao se inventara un taconazo de museo. Fue gol. Hundido estaba el Atlético cuando llegó el cabezazo picado de Falcao, el poste que lo escupe, el balón que se pasea y Rolando que mete el pie. Y se acabó. Era la puntilla para un Atlético que ha perdido la fe, el guión, la pegada y la gracia. Y como el fútbol lo perdió el siglo pasado, pues derrotado está. Bien derrotado, además.
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