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Relevo en los servicios secretos

El 'motín' de los espías acabó con Saiz

El general Cassinello avisó al Gobierno de las supuestas corruptelas y pidió el cese del director - La bicefalia fue el caldo de cultivo de la crisis

Miguel González

En vísperas de las pasadas Navidades, Andrés Cassinello, teniente general retirado y jefe de Información de la Guardia Civil durante el 23-F, puso todo su empeño en lograr entrevistarse con el entonces secretario general del Grupo Socialista, Ramón Jáuregui, y con el jefe de Gabinete de Zapatero, José Enrique Serrano, a quien incluso esperó a la puerta de su casa. El general estaba indignado porque el máximo responsable del servicio secreto, Alberto Saiz, había destituido a su hijo Agustín como director de Inteligencia y, sobre todo, porque a su juicio no había dado la cara por él cuando Abc atribuyó el cese a su incapacidad para evitar el atentado que, el 9 de noviembre, costó la vida a dos militares españoles en Afganistán. Algo rotundamente falso.

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Ya entonces, Cassinello denunció ante sus interlocutores algunas de las presuntas irregularidades de Saiz que serían aireadas públicamente meses después e intentó convencerles de que el director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) no era trigo limpio y no debía ser confirmado cuando, el 20 de abril siguiente, cumpliera los cinco años de mandato que fija la ley reguladora del año 2002.

Las gestiones del general fueron el primer aviso de que la renovación del jefe del servicio secreto no sería una decisión pacífica. Cassinello no era el único que estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su mano para provocar el cese del director. Durante los cinco años, dos meses y 13 días que Saiz ha dirigido el espionaje español 37 de sus directivos han sido relevados. Y no todos lo han aceptado de buen grado.

Cuando desembarcó en el servicio secreto, en abril de 2004, éste se encontraba todavía bajo estado de shock. No sólo porque no había sabido anticiparse al 11-M, sino porque el Gobierno de Aznar le dejó en evidencia al desclasificar uno de sus informes para justificar su propio empeño en atribuir la autoría a ETA. También estaba todavía reciente la muerte de siete de sus agentes en Irak, fruto en parte de un cúmulo de imprudencias que nunca se llegaron a depurar.

Saiz, ingeniero agrónomo sin experiencia alguna en el mundo del espionaje, se encontró al llegar con la rivalidad sorda que mantenían los dos principales directivos del centro: M. S., el director de Inteligencia, y María Dolores Vilanova, la secretaria general. En teoría, era esta última, con rango de subsecretaria, la número dos del servicio. En realidad, la secretaria general sólo controla el personal y el presupuesto; mientras que la tarea de inteligencia, razón de ser del CNI, dependía de M. S.

A los seis meses, Saiz destituyó a Maria Dolores Vilanova y a su inmediato subordinado, el director de recursos, por lo que M. S. aparecía como el vencedor y auténtico hombre fuerte del CNI. Sin embargo, en diciembre de 2006, también éste fue relevado.

Uno de los reproches más frecuentes que se hacía al director en La Casa (como llamaban tradicionalmente a La Empresa sus miembros) es que apenas se relacionaba con el personal, más allá de su círculo de confianza. Y ese círculo era muy estrecho: sólo se trajo consigo a M. P., su jefa de Gabinete.

Entre los agentes con los que despachaba directamente estaba F. M., coronel y entonces responsable de la Oficina Nacional de Seguridad, que gestiona la documentación de la OTAN.

En mayo de 2006, Saiz tomó una decisión que serviría de caldo de cultivo de la crisis: modificó la estructura del servicio secreto para constituir una nueva dirección general responsable de las operaciones -es decir, "de los que saltan las tapias", en palabras de un agente- y la puso al mismo nivel que la de inteligencia. Se creaba, en la práctica, un mando bicéfalo en el CNI.

El propósito, según explicaron entonces fuentes próximas a Saiz, era "trasladar a España el modelo de los servicios de inteligencia más avanzados, donde quien propone la operación (el jefe de inteligencia) y quien la ejecuta (el de operaciones) están separados y tienen igual nivel". Se trataba de evitar que la misma persona tuviera en sus manos "decidir, planificar, dirigir y evaluar" las operaciones. En caso de discrepancia, la junta donde se sienta la cúpula del centro -y en último extremo el propio Saiz- resolvería.

No todos son de la misma opinión. "El oficial de caso", explica un agente veterano y crítico con Saiz, "es el que pide apoyo a la dirección de operaciones, que no en vano se llama oficialmente de Apoyo a la Inteligencia. Ése es el funcionamiento normal. Lo anómalo es que, como ha sucedido, el director de operaciones retenga la información que obtiene, en vez de dársela al oficial de caso, o la explote por su cuenta, tal vez", agrega con malevolencia, "para obtener rentabilidad política". Si la información es poder, en un servicio secreto es el único que importa.

Desde que se creó la bicefalia, la dirección de inteligencia ha tenido cuatro jefes -M. S., F. C., A. C. y R. G.-, por sólo uno de operaciones. Saiz siempre ha respaldado a F. M. y eso ha abonado la idea de que es él quien manda. Para quienes más reprueban al director, F. M. es la verdadera bestia negra.

El enfrentamiento más duro se produjo con Cassinello. Saiz lo hizo venir desde Londres para destituirlo cuatro meses después, en vísperas de la detención en Francia de Txeroki, el jefe militar de ETA. "Ese fue su mayor error", afirman fuentes gubernamentales, "si se equivocó al nombrarlo, tenía que aguantarse y mantenerlo".

La profundidad de la crisis afloró meses después. Tras confirmarse la continuidad de Saiz, dimitieron dos subordinados de Cassinello: los jefes de la división de contraterrorismo y del departamento de terrorismo nacional. El responsable del área de ETA ha pedido cambio de destino, aunque sigue de momento.

"Lo paradójico es que nunca el CNI ha sido tan eficaz", alegan fuentes gubernamentales. "Su información ha sido decisiva en tres de las últimas grandes operaciones contra ETA". Los críticos de Saiz sostienen que "eso se debe a la profesionalidad y sacrificio de la gente. No ha sido gracias a él, sino a pesar de él".

Dar salida a los relevados tampoco ha sido tarea fácil. Cassinello sigue en Madrid, M. S. fue destinado a Londres, F. C. a Washington y Esperanza Casteleiro, la segunda de las tres secretarias generales que ha tenido Saiz, a La Habana. Su llegada a Cuba complicó la crisis abierta por la detención del empresario Conrado Hernández, detonante de la caída en desgracia de Lage y Pérez Roque. Los servicios secretos cubanos no entendían que el CNI les enviara a su ex número dos sin una intención oculta y no la dejaron prácticamente salir del hotel. En realidad, Saiz sólo había querido acceder a su petición.

La espuma de este mar de fondo es la cascada de denuncias sobre abuso del cargo y financiación de actividades privadas con fondos públicos que el 14 de abril, a 72 horas de que el Gobierno tuviera que decidir sobre su continuidad en el cargo, empezó a publicar El Mundo.

El intento de forzar la mano del Gobierno era tan evidente que tuvo un efecto bumerán. La ministra de Defensa, Carme Chacón, planeaba relevarlo, pero no contaba aún con un candidato de consenso. Como la ley no dice expresamente que el cese sea automático al cumplirse los cinco años en el cargo, su idea era mantenerlo hasta que se nombrase a su sustituto.

Sin embargo, en la noche del 16 de abril la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega -que se había convertido en su principal valedora en el Gobierno tras la salida de Bono- convenció a Zapatero de que, ante los ataques de la prensa, no podía dejar al director del CNI en una situación de indefinición legal y, por tanto, debilidad. La decisión se tomó tan in extremis que el decreto por el que se le nombraba para un nuevo mandato de cinco años no estuvo listo hasta el 24 de abril, cuatro días después de acabar el plazo.

El 25 de mayo, a la semana siguiente de comparecer ante la Comisión de Defensa del Congreso para defenderse de las acusaciones periodísticas de que había pagado con fondos del servicio secreto sus actividades deportivas (caza y pesca en países como México o Senegal) y las obras de su vivienda particular, Saiz mantuvo un largo almuerzo a solas con el director de dicho diario en un conocido restaurante de Madrid.

"Negó los hechos, me dijo que tenía facturas y no me pidió nada", escribió Pedro J. Ramírez. Tampoco consta que este último le pidiera nada al responsable el CNI, pero al domingo siguiente, en Santander, donde se celebraba el Día de las Fuerzas Armadas, Saiz parecía relajado. "No va a por mí. El objetivo no soy yo. [Pedro J. Ramírez] busca algo más importante", confesaba Saiz. También los agentes del centro creyeron que había un pacto.

El 16 de junio, sin embargo, el citado diario reinició una serie de denuncias sobre supuestas corruptelas de Saiz que ya no cesarían prácticamente hasta que éste presentó su dimisión, el pasado martes. Previamente, Rodríguez Zapatero, Carme Chacón y hasta la vicepresidenta Fernández de la Vega habían evitado darle su apoyo en público.

El general Cassinello no fue el único que trasladó al Gobierno el malestar de muchos agentes con Saiz. La propia secretaria general del CNI, Elena Sánchez, informó de la situación a la ministra de Defensa.

Con estos antecedentes, Chacón anunció el 24 de junio en el Congreso la apertura de una "información completa, de forma reservada, sobre todas las circunstancias y hechos relativos a las acusaciones" contra Saiz

¿Qué hay de cierto en ellas? Fuentes gubernamentales sostienen que no hay pruebas de que haya cometido ningún hecho delictivo, aunque admiten que ha podido incurrir en "malas prácticas". Por ejemplo, permitir que el centro le adelantara el pago de la declaración de la renta o que contratase a tres sobrinos suyos. "En esa casa hay mucha gente dispuesta a hacerle la vida más fácil al director y, si no tienes mucho cuidado, puedes caer en la trampa", advierten las mismas fuentes.

Saiz no es el primer responsable del CNI que realiza obras en su domicilio particular -con el argumento de instalar sistemas de seguridad- y la contratación de parientes es una práctica tan arraigada que casi la mitad de la plantilla entró con el aval de un familiar. El general Cassinello, por ejemplo, tiene dos nietas en el centro, además de un hijo. Pero los agentes críticos con Saiz sostienen que éste ha llevado al extremo los abusos que pudieran cometer sus antecesores.

Muy pocos agentes han podido comprobar, de primera mano, las irregularidades de las que se acusa a su ya ex director. Pero muchos las creen a pies juntillas. ¿Cuántos? Cuando Saiz presentó una lista con los nombres de 60 agentes sospechosos de deslealtad y pidió carta blanca para depurarlos, Zapatero y Chacón pensaron que eran demasiados. Y que el problema podían no ser ellos, sino él.

El general Félix Sanz Roldán y Alberto Saiz, en mayo de 2006 en la toma de posesión del director de la Guardia Civil
El general Félix Sanz Roldán y Alberto Saiz, en mayo de 2006 en la toma de posesión del director de la Guardia CivilULY MARTÍN

Un delicado traspaso de poderes

El Ministerio de Defensa espera que Alberto Saiz acuda mañana a la toma de posesión de su sucesor, en la sede del departamento. Será un signo de normalidad y, a la vez, un buen presagio para un traspaso de poderes que se prevé complicado. Especialmente, por la delicada situación del CNI, pero también porque la relación entre Saiz y el general Félix Sanz no fue siempre fluida en el pasado. Durante la etapa en que el segundo dirigió el Estado Mayor de la Defensa (2004-2008) le tocó poner en marcha el Centro de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (CIFAS), el servicio secreto militar. Saiz siempre pensó que el CIFAS se extralimitaba en sus competencias. Por eso, no fue posible firmar un protocolo de colaboración entre los dos centros de inteligencia. Al final, Saiz logró que Chacón relevara al jefe del CIFAS nombrado por Sanz, el general Martínez Valero, meses antes de lo previsto.

También tuvieron discrepancias en la crisis del Playa de Bakio, el pesquero secuestrado por piratas en aguas de Somalia en abril de 2008. El Gobierno decidió despachar a la fragata Méndez Núñez, que estaba realizando maniobras en la zona, y Saiz envió un equipo de siete agentes. Quería que la fragata prolongara su escala en Yibuti, para que embarcaran los agentes, pero Sanz alegó que era imposible demorar más su travesía. Como consecuencia, los agentes debieron volar a Kenia y llegar en helicóptero hasta el buque, que estaba en alta mar. Ahora, Sanz se encuentra en el papel contrario y quizá en algún momento tenga que disputar con su sucesor al frente del Estado Mayor de la Defensa.

De momento, parte con una ventaja, el anuncio de su nombramiento ha rebajado la tensión en el CNI. Nunca hemos sido desleales, pero nuestra lealtad es con la institución, aseguran quienes más se han alegrado de la marcha de su antecesor.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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