El efecto Kaiserslautern
El barcelonismo revive en Stamford Bridge el éxtasis de un triunfo en el descuento como en noviembre de 1991, camino de su primer título
El 6 de mayo de 2009 ya está en la historia del barcelonismo, como otro miércoles, también día 6, pero de un frío mes de noviembre de 1991 en Alemania. El Barcelona de Johan Cruyff estaba aquella noche en Kaiserslautern contra las cuerdas, como el de Pep Guardiola en Stamford Bridge. El Barça había ganado por 2-0 en el partido de ida de aquella eliminatoria de los octavos de final. Pero llegado el minuto 90 en el estado Fritz Walter perdía por 3-0. Una debacle en toda la regla. Fue entonces cuando Koeman plantó el balón en la medular. Sacó en largo para colgar el balón sobre el área del equipo alemán. Y allí, elevándose sobre la defensa del Kaiserslautern, volando, cabeceó de manera inverosímil Bakero. El gol clasificó al Barcelona, que acabó adjudicándose el título en la final de Londres ante el Sampdoria.
El recuerdo fue instantáneo cuando Iniesta marcó en Stamford Bridge. La explosión de júbilo fue la misma. Guardiola, 18 años después, volvía a estar en la banda. Esta vez ejerciendo de entrenador; entonces descansaba tras haber sido relevado por Nadal en el minuto 80. Entonces, enfundado en un anorak, Guardiola saltó como un poseso para abrazar a Bakero, para fundirse en una piña con todos, con Koeman, Zubi, Cristóbal, Nando, Eusebio, Witschge, Txiki, Serna, Laudrup y Stoichkov. Y también con Cruyff y Rexach.
Dieciocho años después, en Stamford Bridge, Guardiola volvió a enloquecer con el gol de Iniesta al final del partido. Tuvo que contenerse durante unos segundos, saludar a Guus Hiddink. Se abrazó a su inseparable ayudante y amigo Tito Vilanova, y a Corbella, el veterano utillero, antes de irrumpir en el césped y abrazar uno por uno a cuantos jugadores se encontraba en el camino.
Todo se dio por bueno. El Barça no hizo ni mucho menos su mejor partido. Pero prevalecieron algunos conceptos que evitaron una derrota más amplia y la posibilidad de mantenerse en el partido hasta el último minuto. Touré jugó de central. Ocupó el puesto que dejaron vacante el lesionado Márquez y el sancionado Puyol. La decisión de Guardiola puso de relieve su confianza en el jugador marfileño, tan polivalente que es capaz de jugar de media punta, en cualquier posición del centro del campo o, como en Stamford Bridge, de central.
La apuesta de Guardiola guardó relación con el tipo de juego que se esperaba del Chelsea, muy físico, de mucha presión, con muchos balones aéreos, intentando aprovechar la altura de Drogba (1,89 metros), Alex (1,89), Ballack (1,88) o Terry (1,87), todos ellos, además, buenos rematadores de cabeza. Como antídoto, una pareja de fornidos centrales, la formada por Piqué (1,92) y Touré (1,91). El técnico del Barça también debió tener en cuenta el excelente marcaje de Touré a Gago en el Bernabéu y el discreto rendimiento de Cáceres, un central que no ha estado a la altura de los titulares cuando ha dispuesto de minutos.
Touré se las tuvo tiesas con Drogba. En una de ellas tuvo que hacerle una falta, en otra estuvo a punto de cometer penalti. Pero, tras un forcejeo, logró desviar el balón con el pie cuando Drogba encaraba ya a Valdés. Ya en las postrimerías del partido, tuvo que resolver otro mano a mano con Anelka. Lo solventó con acierto y eso posibilitó el milagro.
Las cinco finales anteriores
- 1961. Berna. Benfica, 3 (Aguas, Coluna y Ramallets, p.p.); Barcelona, 2 (Kocsis y Czibor).
- 1986. Sevilla. Steaua, 0; Barcelona, 0 (pierde en la tanda de penaltis).
- 1992. Londres . Barcelona, 1 (Koeman); Sampdoria, 0.
- 1994. Atenas. Milan, 4 (Massaro -2-, Savicevic, Desailly); Barcelona, 0.
- 2006. París. Barcelona, 2 (Eto'o, Belletti); Arsenal, 1 (Campbell).
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