Israel deja atrás la recesión
El Gobierno logra que todos los sectores arrimen el hombro
El pánico se adueñaba hace un año de los poderosos funcionarios del Ministerio de Hacienda israelí después de presumir durante un lustro de datos económicos excelentes. La crisis financiera mundial y la quiebra del imperio de Bernard Madoff acarrearon daños devastadores a instituciones religiosas, educativas y hospitales que se benefician de jugosas donaciones de las comunidades judías de todo el mundo. Desde finales de 2008 hasta el mes de julio, 20.000 ciudadanos al mes perdían su empleo y alguna turba se entregó al saqueo de supermercados, imágenes que traían a la memoria escenas del pasado en América Latina.
Algunos analistas recordaban la terrible crisis de comienzos de la década de los ochenta o la menos dañina de 2002. Eso no quita para que el aeropuerto de Ben Gurion (Tel Aviv) esté a rebosar por las fiestas religiosas judías que se celebran estos días. Cuesta encontrar plaza en los hoteles, que para nada son baratos. Israel fue de los últimos en sufrir los efectos de la catástrofe financiera. Y de los primeros en dejarla atrás.
Para empezar, no hubo crisis financiera ni planes de rescate bancarios
Como en los países occidentales, a partir de septiembre de 2008, se calcularon cuantiosas ayudas financieras a bancos y entidades de crédito. Se hablaba de que el desplome económico llegaría más tarde, pero llegaría. Y, en efecto, han surgido dificultades, en un país muy vinculado a Europa y EE UU. Pero el Gobierno israelí se las ha ingeniado para sortear la crisis sin traumas. Tras años de un crecimiento superior al 5%, en 2009 habrá estancamiento (en los países de la OCDE el PIB caerá un promedio del 4,1%). Pero depresión, ni por asomo.
El desempleo, entre el 4% y el 5% antes de la debacle, ha repuntado hasta el 7,9%, pero ya se ha frenado el ritmo de destrucción de empleo y crece el número de empresas que buscan trabajadores. Y, señal inequívoca de que la recuperación es un hecho, el banco central se ha animado a subir los tipos de interés (ahora al 0,75%) por primera vez en 12 meses. Las bancarrotas y la pérdida de empleo se limitaron al primer trimestre de 2009.
"Usted sabe cómo conducimos en Israel. No somos muy educados, incluso a veces rudos. Somos capaces de adelantar a muchos coches por el carril derecho. No seguimos las reglas, pero a veces eso es bueno. Sabemos hacer las cosas rápidamente, y eso hace más fácil salir de la crisis", explica Omer Moav, profesor de economía de la Universidad Hebrea y de la Universidad de Londres.
La facilidad de los israelíes para adaptarse a situaciones volátiles también ayuda. Igual que el relevante poder de los funcionarios de Hacienda, una auténtica casta en Israel capaz de imponer sus criterios al margen de coyunturas políticas en un país en el que la izquierda económica es ya casi un residuo.
Para empezar, no hubo crisis financiera en Israel. Las entidades de crédito mantuvieron la estabilidad y no recurrieron a los fondos que ofreció el Gobierno. No hubo necesidad de rescatar ningún banco. De este modo, el Ejecutivo dispuso de fondos para ejecutar otros planes. Cierto es que, como apunta Moav, ello se debe a una peculiaridad del sistema financiero israelí. "Hay poca competencia en el sistema bancario y ello propicia que asuman menos riesgos". En Israel, cuya economía muestra evidentes signos proteccionistas, brillan por su ausencia las sucursales de bancos extranjeros y todavía hoy parte del capital de algunas instituciones (como el Banco Leumi, el más importante del país) pertenece al Estado. La arraigada política conservadora respecto a las reservas bancarias hizo el resto. Otra importante diferencia explica la calma financiera: "No ha habido incentivos potentes para contratar hipotecas como en Europa o EE UU", dice el profesor. La burbuja inmobiliaria que ha devastado medio mundo no se ha inflado en Israel, por altos que sean -a menudo estratosféricos en Tel Aviv- los precios de la vivienda.
Todos han puesto de su parte para mitigar daños y repartir cargas. El mercado laboral es muy flexible. Los empresarios redujeron los salarios de sus plantillas entre el 5% y el 10% y los horarios de los trabajadores, pero sortearon la quiebra. En muchas compañías se trabaja cuatro días a la semana. "Ya conoce nuestras aficiones. Ahora tenemos más tiempo para la bicicleta", sonríe Moav.
Poco ha importado que en plena crisis se produjera, además, un cambio de Gobierno. Ehud Olmert cedió el sillón a Benjamín Netanyahu -Mister Economy, le llaman-, pero el relevo apenas se percibió. "Ambos Ejecutivos fueron responsables. El acuerdo entre sindicatos, empresarios y Administración ha proporcionado estabilidad. Y la elaboración de un presupuesto bianual para 2009 y 2010 es muy importante. Es cierto que tiene tintes políticos, y que eso no es conveniente. Pero también se destina dinero a la inversión en industria, investigación y desarrollo, y se ofrecen garantías a las exportaciones. Esto es muy importante en momentos de pánico. No debe sustituirse al sector privado, pero en esa coyuntura el Gobierno debe intervenir", explica Moav. Algo de intervencionismo no ha venido mal.
Así las cosas, el Gobierno de Netanyahu buscó el consenso. El pacto entre la confederación sindical Histadrut y la patronal fue crucial. Acordaron que no habría huelgas; alzas salariales menores a las pactadas previamente con funcionarios y empleados de las empresas estatales que gestionan el agua, electricidad, ferrocarriles, puertos y aeropuertos; los empresarios aceptaron abonar más impuestos y el Gobierno prometió aprobar leyes para promover la sindicalización en el sector privado, inexistente hasta la fecha.
Nadie cuestiona que una figura indiscutible en el buen desempeño de la economía es Stanley Fischer. Convertido en ciudadano israelí en 2005, asumió el cargo de gobernador del Banco Central para imponer la ortodoxia. Látigo contra la inflación, el ex economista jefe del Banco Mundial no perdió un segundo y empezó a abaratar el dinero al mínimo síntoma de crisis. En septiembre de 2008 alcanzaban el 4,34%. En febrero ya se había reducido al 1% y poco después lo redujo a medio punto. Este mes, por primera vez en seis meses, ha vuelto a subir los tipos, señal inequívoca de que el miedo a la depresión se ha difuminado. Como es síntoma de que lo peor ha pasado que la inflación (2,3% hasta el mes de julio) empiece a repuntar. También ha ordenado -aun rechazando la presión de los exportadores para que el cambio del shekel con el dólar fuera estable- la compra de 100.000 millones de dólares para sostener al crucial sector exportador.
Se impone todavía la prudencia. Nadie lanza las campanas al vuelo. Pero pocos dudan de que las turbulencias y el desasosiego se recordarán como una crisis menor, pasajera.
El nuevo Netanyahu
Partidario de un sector público escuálido, de déficit nimios, de reducciones de impuestos, de privatizaciones -ha logrado que el Parlamento apruebe la ley que permite transferir a empresas privadas el 4% del suelo de Israel, un asunto tabú desde la fundación del Estado en 1948-, el actual Benjamín Netanyahu nada tiene que ver con el ministro de Hacienda que en 2003 impulsó profundas reformas liberales.
La ambición política se impuso a la ideología. En las elecciones de febrero pasado, Netanyahu cosechó 27 escaños, uno menos que su oponente de Kadima, Tzipi Livni. Para formar gobierno -su ansiado objetivo desde que hace una década su hoy ministro de Defensa, Ehud Barak, le desalojara del poder- ha transigido con sus principios. Tendrá la coartada de la crisis económica, pero muchos expertos observan una flagrante renuncia a su catecismo económico. En 1996 formó un Ejecutivo con 18 ministerios. En abril constituyó otro con 30. Las alianzas con ultraortodoxos, laboristas, el partido de la minoría rusa, otro que representa a los colonos y las ambiciones de sus correligionarios de partido exigen semejante dispendio. A los ultraortodoxos les ofreció las subvenciones familiares y educativas que tanto desean para que este amplio sector de la población -alrededor del 15%- se dedique al estudio de la Torá. A la confederación sindical Histadrut y a los laboristas les concedió un aumento del gasto público y la renuncia a congelar los salarios de los funcionarios. El coste de ambos acuerdos: 600 millones de euros. Pero hay más.
Admitir un déficit presupuestario del 6% para este año y 2010 no cuadra con sus parámetros de antaño. Y menos aún las alzas de impuestos. Elevó el IVA y los impuestos especiales sobre el tabaco, alcohol, gasolina y el agua. Muchos israelíes que se machacan en los gimnasios y acostumbraban a ducharse en casa lo hacen ahora en el club. Incluso propuso subir el IVA a las verduras y frutas. Reculó sólo porque sus socios ultraortodoxos pusieron el grito en el cielo. Empeñado en sobrevivir al frente del Gobierno, mejor olvidar, aunque sea por un tiempo, su credo liberal.
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