Dinero por soberanía
Si hace justo un año un euro se cambiaba por 1,48 dólares, el jueves de esta semana lo hacía por 1,42 (seis céntimos de diferencia que representan una apreciación del dólar de un 4% en 12 meses).
A la vista de sólo esos datos, cualquiera concluiría que la cotización dólar/euro estuvo muy estable todo el año cuando, en realidad, pegó dos bandazos sucesivos del 20% en direcciones opuestas, convirtiéndose así en la imagen misma de la inestabilidad reinante; de lo complejo de la situación, y de la lucha titánica que se está librando entre las diferentes áreas económicas para restaurar la rentabilidad perdida en la crisis. Una lucha en la que Europa se juega no solo su porvenir económico, sino también su eventual irrelevancia política: no hay que olvidar que esos bandazos del euro frente al dólar se han producido de manera equivalente entre el euro y el yuan chino y, también, entre el euro las demás monedas asiáticas que tienen ligada su cotización a la evolución del dólar.
El dólar ha dado varios bandazos y es la imagen de la inestabilidad reinante
Y en esto los bancos centrales de Europa y EE UU han hecho una vez más su aparición en escena tomando medidas bien diferentes: la Reserva Federal (Fed) aprobando un programa de compra de deuda pública por valor de 600.000 millones de dólares y el BCE presionando para retirar los apoyos extraordinarios de liquidez que había venido proporcionando a los bancos de la eurozona. El banco central de EE UU intentando reforzar una recuperación económica que probablemente no esté necesitada de esos estímulos (la economía norteamericana ya ha crecido durante 15 meses a un ritmo mínimo del 1,6% anualizado cada trimestre) y el banco central de la eurozona mostrándose mucho más reservado con la economía del área euro que, previsiblemente, crecerá en 2010 a un ritmo del 1,7% gracias a que el crecimiento en Alemania será al 3,4%.
Aunque las medidas que ha tomado la Reserva Federal puede que sean superfluas desde el punto de vista de forzar un crecimiento del crédito al que los bancos, y buena parte de la clientela, se resisten, cumplirán su objetivo si, con las compras de deuda publica con vencimiento a cinco y 10 años, consiguen que la rentabilidad de los títulos de esta última bajen del 2,6% en que se encontraba a comienzos de semana. Si la Fed lo consigue, habrá dado un gran paso para rebajar el coste de los créditos hipotecarios en los Estados Unidos y así intentar dinamizar su mercado inmobiliario. Quizá, si dejamos de lado ese eventual efecto virtuoso, todo lo demás serán efectos secundarios negativos: para la relación con los países emergentes (que temen un flujo adicional de capitales que presione sus divisas al alza y les reste competitividad) y para la casi imposible estabilidad de la relación euro/dólar. Y aunque la Reserva Federal lo persiga, entre esos efectos secundarios no es probable que esté el generar inflación a menos de dos años vista dado que en la economía norteamericana, a juzgar por los datos del tercer trimestre, bajan los costes laborales y crece la productividad, por lo que es un terreno poco apropiado para que la inflación germine a corto plazo.
Pero hay otro efecto negativo de esa decisión de la Fed que ya ha traspasado el Atlántico: ¿Para que arriesgarse a comprar deuda pública de países europeos cuando va a existir durante los próximos meses un motor alcista en los precios de la deuda norteamericana en forma de programa de compras por parte de la Reserva Federal? ¿Para que incurrir en los riesgos de unos ajustes fiscales pendientes si hay un comprador de última instancia al otro lado del Atlántico?
Sin que haya manera de comprobar que esto se está produciendo así, basta esa argumentación para justificar la agudización del nuevo brote de desconfianza hacia la deuda pública irlandesa, griega, española y portuguesa. Y eso explica, también, la agresividad de las preguntas en rueda de prensa al Presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, además de la presión que sufre desde diversas instancias para que se incorpore a la guerra de guerrillas de las divisas (no hay que olvidar que la apreciación del euro equivale a una subida de los tipos de interés) o para que ayude a la cohesión de la zona euro comprando más deuda pública de los países que la tienen a tipos más altos, ayudándoles así a estabilizarse y a salir de la recesión. Las disensiones en el seno del consejo del BCE deben ser en este momento tan agudas que ya han empezado a salir a la luz. Algo a lo que los norteamericanos están acostumbrados, pero no los europeos: al fin y al cabo Europa está en construcción.
Pero así son las dificultades: no esperan a que nadie se encuentre en el momento en que mejor pueda afrontarlas. Y es que lo que ahora parece un duelo entre el BCE y la Fed es solo una escaramuza que distrae de la trama principal: la pelea que se libra en la Unión Europea sobre el sempiterno quid pro-quo entre dinero y soberanía. Que nadie se atreve a explicitar, aunque ya está casi sobre la mesa y cobra un perfil cada vez más definido.
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