El precio y el valor
Sudáfrica se ha gastado 350 millones de euros en la cita futbolística, pero espera dar una imagen nueva que rompa con la idea de que es un hervidero de conflicto racial
A la gente le encanta estar indignada. No solo en España. La sensación de superioridad moral del indignado es tan deliciosamente irresistible que uno se halla en estado de máxima alerta ante la oportunidad de poder saborearla.
Una muy buena oportunidad la ha dado el enorme dispendio que ha significado para Sudáfrica el Mundial. ¿Cómo es posible que se gaste tanto dinero en nuevos estadios cuando hay millones de sudafricanos que necesitan casas, agua corriente, luz? "¡Qué barbaridad!", exclaman; "¡qué vergüenza!". Y, como me decía un sudafricano que me encontré anteayer en un bar, es como en tiempos del imperio romano: pan y circo para entretener a la gente y hacerle olvidar sus penurias y la corrupta incompetencia de sus gobernantes. Me puse a discutir con este señor y, al final, creo que, curiosamente, le empecé a convencer. Llegó a admitir que quizá haya pecado de "un exceso de cinismo".
Invertir el doble en infraestructura no habría sido una mala idea
El turismo se incrementará en un 50% en los próximos cinco años
Para los sudafricanos, el torneo es causa de alegría y enorme orgullo
Un argumento inicial es que los 3.000 millones de rands (unos 350 millones de euros) de dinero estatal que se ha destinado al campeonato seguramente no se habrían gastado en otra cosa y mucho menos en casas para los pobres. Pero, incluso suponiendo que sí, gastar otros 350 millones en la infraestructura necesaria para celebrar un Mundial no habría sido una mala idea. Al contrario.
Ante todo, porque tener a tu país un mes bajo el foco de la atención global, especialmente si eres un país con ánimo de convertirte en una economía emergente vibrante, no tiene precio en lo relativo a publicidad.
Con el Mundial, Sudáfrica tiene la posibilidad de proyectar una imagen nueva e incluso necesaria de sí misma. Demasiado tiempo ha subsistido la idea de que es un hervidero de conflicto racial, un lugar al borde de una espantosa guerra civil.
Eso se ha notado en las histéricas reacciones de la prensa internacional a eventos como el reciente asesinato de un ex (y olvidado) líder de la extrema derecha por dos de sus empleados en una remota granja de la meseta sudafricana.
El Mundial, si se organiza bien, sin mayores problemas, dará la oportunidad a Sudáfrica de proyectarse como un país lo suficientemente moderno y eficiente para celebrar un evento de esta gran magnitud y también para enseñar al mundo que la gran mayoría de los blancos y los negros se llevan perfectamente bien, muchas gracias.
Lo cual, a su vez, tendrá un impacto casi seguro en futuras inversiones económicas, tanto de dentro del país como del extranjero. Y, aunque no lo tuviera, lo que es absolutamente seguro es que daría un impulso importante a la creciente, pero todavía no del todo explotada, industria del turismo.
Se estima que, como consecuencia directa del Mundial (si todo va bien), el número de turistas se incrementará en un 50%, hasta 15 millones anuales, en los próximos cinco años. Por cada seis turistas que vienen al país, se calcula que se crea un nuevo puesto de trabajo. Es decir, aunque las estimaciones se hayan exagerado, con que vengan solo un millón más de turistas, se crearían alrededor de 160.000 empleos.
Pero existe otro argumento que, para mí al menos, es definitivo. No toda la vida humana es medible en estadística: no todo tiene precio.
Para la enorme mayoría de los sudafricanos, y para los pobres incluso quizá más, el Mundial de fútbol es causa de enorme orgullo y alegría. El fútbol, no lo olvidemos, es la gran religión mundial y los estadios son sus catedrales. No solo de pan vive el hombre. Y, como le recordé a mi amigo indignado (ahora, ya no lo está tanto, por lo que tendrá que buscarse otro motivo por estarlo), la mejor definición de un cínico la dio Oscar Wilde: un hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada.
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