El final futbolístico de la República
Hace 72 años, 12 jugadores españoles disputaron contra Suiza el último partido antes del estallido de la Guerra Civil y de partir hacia un exilio del que muchos nunca regresaron
Berna, 3 de mayo de 1936. Estadio de Neufeld: 12 jugadores españoles, junto al seleccionador y un directivo, posan para una foto antes de enfrentarse a la selección suiza. Sobre el pecho, el escudo de la Federación Española de Fútbol. Un cronómetro suizo se alza desafiante a sus espaldas. La publicidad reza Zenith, die genaueste Uhr, que, traducido al castellano, viene a decir algo así como Zenith, el reloj más exacto.
Aquel formidable equipo de España había llegado a su cénit aquella mañana suiza. Un grupo de futbolistas que jamás volvería a reunirse tras esa foto. Dos meses después, la Guerra Civil dio un zarpazo brutal a la furia que nació en Amberes. Sólo uno de ellos, Gorostiza, volvería a enfundarse la camiseta nacional.
"Mi padre era un aldeano que no entendía de política", dice el hijo de Aedo
Gorostiza volvió a jugar con la selección tras la guerra y murió en un asilo
La historia de la Eurocopa |
Tras la guerra, Blasco, Luis Regueiro, Lángara, Aedo y Ventolrá siguieron sus exitosas carreras profesionales en México. Zubieta, el jugador más joven en debutar con la selección absoluta y que esa tarde alcanzaba su segunda y última internacionalidad con 17 años, llegó a ser todo un ídolo en Argentina. Fue capitán del San Lorenzo de Almagro y ha sido el jugador que más veces se ha enfundado la camiseta del club argentino. Muguerza y Guillermo Eizaguirre se retiraron del fútbol. Zabalo triunfó en Francia. Roberto Echevarría, Lecue y Gorostiza siguieron jugando en nuestra Liga. Pero ya nada fue lo mismo. Un océano de penosas circunstancias había separado a aquellos 12 futbolistas para siempre.
"Cuando mi padre se fue de gira con la selección vasca durante la guerra, lo hizo porque era un deportista. Era un futbolista. Si sus compañeros iban, él tenía que ir", relata emocionado el hijo de Aedo desde México. "No podía estar parado. Mi padre era un aldeano de Barakaldo que no entendía de política. Inconscientemente, tomó una decisión deportiva que tuvo consecuencias políticas. Pero era un hombre de principios. Cuando a los jugadores vascos exiliados se les ofreció regresar, la mayoría de aquella selección vasca optó por no hacerlo", añade; "habían tomado una decisión y la siguieron hasta el final. Mi padre no volvió a ver a su madre. Mi padre no regresó para firmar con el Barcelona, con quien lo tenía hecho para la temporada 1936-1937 por un dineral. El valor de una palabra dada, aunque vaya en contra de tus intereses, era sagrado para él". La ropa de invierno de su padre estuvo muchos años esperándole en una maleta en la sevillana pensión de las hermanas Conde, lugar donde vivía antes de la guerra Serafín Aedo, entonces jugador del Betis.
Simón Lecue, el jugador que marcó el último gol de aquella España republicana aquel día en Berna, pasaba el verano de 1936 en su Arrigorriaga natal. Al estallar la guerra, un directivo de la federación le recogió en su coche y, vía Barcelona, le trasladó a Madrid. El niño de oro debía estar a buen recaudo, lejos de riesgos para la entidad que había invertido muchísimo dinero en su contratación. Una vez terminada la guerra y según reza su ficha federativa, fue sancionado con seis años de suspensión seguramente "por jugar donde no debía". La pena le fue conmutada por la de seis meses de suspensión.
Gorostiza, que se enroló en la selección vasca durante el periodo bélico, decidió regresar a España. Volvió a vestir la camiseta roja en la entonces España franquista. Acabó sus días en un asilo, olvidado de todos, como recoge el maravilloso documental de Manuel Summers Juguetes rotos. Para unos fue un traidor. Para otros, un héroe. Él sólo fue un futbolista. Cuando no les fue útil, le abandonaron los unos y los otros. Paradojas del destino: su último partido con la selección española fue ante Suiza, como sus compañeros de foto de 1936, pero el día de los inocentes de 1941.
El 22 de julio de 2006, y sobre el mismo césped de Berna, un miembro de esa misma Federación Española de Fútbol mira su reloj. Piensa en un segundo que ha llegado al cénit de su carrera arbitral. Va a dirigir la final del Campeonato de Europa sub 19 femenino entre Alemania y Francia. Se llama Paloma Quintero Siles. Ella no sabe lo que pasó en el Neufeld Stadion hace 70 años. Le llama la atención el viejo graderío con bancos de madera. Parece como si... Pero sí, ha pasado el tiempo. Mucho tiempo. Y ha pasado para bien. Ella es una excelente muestra de ello.
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