¿Quién teme a Floyd Landis?
Las confesiones sobre dopaje del corredor que acusó a Armstrong inquietan a la UCI
El hombre más temido por la Unión Ciclista Internacional (UCI) no sabe pelar una gamba. Hay que guiarle como a un niño pequeño. La cabeza, sí, eso, chúpala, luego la pata, pélala poco a poco, sin prisas, así. El hombre más temido por la UCI no parece sino un aguantapalizas más. Así está Floyd Landis, de 36 años, sentado en un restaurante de carne en Geelong, pequeña ciudad provinciana del sur de Australia, ante un chuletón y un vaso de tinto. A su lado, tres o cuatro jóvenes arrobados esperando oír su historia, otra vez, otros jóvenes. Y así desde que llegó, el domingo pasado, al perdido rincón del mundo en el que esta semana se celebran los Mundiales de ciclismo.
El presidente de la UCI, Pat McQuaid, le ha puesto en la cruz porque habla sin parar de dopaje. Habla de ello porque le preguntan. Habla del suyo propio, durante años, de las prácticas a las que se someten, o se han sometido, gran número de deportistas. Habla de ello porque lo ha vivido y no quiere que el pelotón lo siga sufriendo. Habla de ello porque ha hecho de ello, el trabajo para un futuro sin dopaje, el objetivo de su vida. Eso a McQuaid le fastidia, y le fastidia tanto que al saber que llegaba a Geelong invitado por una conferencia antidopaje, inmediatamente retiró la acreditación para el Mundial al organizador del evento. "Floyd Landis representa un descrédito para el ciclismo", dijo McQuaid, quizás ignorante de que para muchos de los actores del ciclismo mundial actual, quizás más descrédito arroja sobre su deporte su propio hijo, Andrew, cuyas prácticas como mánager de corredores, y el apoyo que recibe de su padre, han levantado las protestas de varios directores.
El ganador despojado del Tour 2006 le molesta a la UCI porque en mayo pasado, al mismo tiempo que reconoció por primera vez que se había dopado sistemáticamente a lo largo de su carrera, acusó a su compañero durante temporadas Lance Armstrong de haber hecho lo mismo. Y también habló de cierta connivencia, intercambios financieros y trato de favor con el tejano ganador de siete Tours por parte de Hein Verbruggen, ex presidente de la UCI y padrino político de McQuaid. Y a McQuaid también le molesta sobremanera que el foro en el que participó McQuaid denunciara, entre otras cosas, la falta de transparencia del pasaporte biológico, el arma del que se ha dotado el ciclismo para, sumando una serie de controles de sangre de todos los corredores, y aplicando una serie de fórmulas estadísticas, detectar el indetectable recurso a las transfusiones de sangre y otros tipos de dopaje sanguíneo. "El dominio de esa información le sirve a la UCI para transformar la lucha antidopaje en un elemento de poder para atemorizar a equipos y corredores", denunció en el foro, anónimamente, un ciclista participante en el Mundial. "He dado el paso de confesar porque no quiero sufrirlo interiormente y convertirme en otro Pantani", dijo Landis. "Lo hice, eso, por egoísmo, por mi propio bienestar. No quiero ser un ejemplo para nadie, solo quiero que la gente sepa lo que he sido, solo quiero volver a disfrutar sobre una bici. No hablé antes porque quizás, equivocadamente, pensé que nadie me creería".
"Creo que la gente tiene una percepción equivocada de mí", apuntó Landis, quien no sabrá pelar una gamba, pero de técnicas de dopaje sabe la tira. "Me quitaron el Tour por dar positivo por testosterona, justamente lo único que no había en mi cuerpo. Podría haber dado positivo por EPO, por hormona de crecimiento, por lo que fuera, pero no por testosterona". Por las noches, en la casa en la que ha estado viviendo estos días en Geelong, compartida, entre otros, con Michael Ashenden, un científico australiano que es uno de los padres del pasaporte biológico, o con el sociólogo danés Verner Moeller, que denunció la inclusión de su compatriota Michael Rasmussen, en la lista negra de la UCI, Landis seguía hablando sin parar de sus experiencias, de la facilidad con la que pueden hacerse las transfusiones durante una carrera, de cómo las combinaban con inyecciones de EPO intravenosa para subir los reticulocitos y despistar a los sabios del pasaporte. "En dos días de conversaciones con él he aprendido cómo combatir el dopaje más que en dos años de estudios", reconoció Ashenden.
Las denuncias de Landis hacia Armstrong han puesto en marcha en Estados Unidos una investigación federal hacia el tejano, que se defiende diciendo que Landis solo actúa con ánimos de venganza, que hace daño por hacerlo, que es un mentiroso compulsivo. Quizás por eso pueda entenderse su visita a Geelong como una maniobra para rehacer su virginidad, para convertirse en un testigo creíble. Puede ser, pero, dado que el infierno está plagado de buenas intenciones, nadie puede asegurar que las malas, si dan como resultado acciones buenas, no conduzcan al cielo.
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