Mikel y Jens
Desde mi silla de ruedas, las cosas se viven de un modo muy diferente. Con menor intensidad las victorias y las derrotas; con mayor las caídas.
Es como cuando el día de mi boda decidí repartir cámaras de fotos de usar y tirar por las mesas de los invitados para después recogerlas y sorprenderme con las imágenes resultantes. Entonces, por consejo de una profesional del tema, dejé varias cámaras en la mesa en la que estaban sentados los niños. "Desde ahí abajo los críos ven la cosas de un modo muy diferente; a veces resulta que hasta son capaces de ver cosas que nosotros no vemos", fue lo que me dijeron. Y resultó ser un sabio consejo, a raíz del resultado y de lo que nos divertimos viendo aquellas fotos.
Yo es que cada vez ando más tiempo con las muletas, veo la tele desde el sofá de mi casa, y aunque aún no puedo prescindir de la silla de ruedas, sí que es cierto que cada vez la utilizo en momentos más puntuales. Pero desde que recurrí a ella, no puedo evitar que, cuando veo un ciclista caído, me veo a mí mismo rodando por el suelo. Siento su dolor, su rabia y hasta su frustración. Es inevitable.
Me gustaría ahora olvidarme y hablar de la victoria de Astarloza, merecidísima, porque decir merecida sería poco. Mikel es un sufridor nato. Todos los corredores revientan cuando van al límite, pero hay algunos que saben deleitarse -es un decir- bailando siempre cerca de esa línea. Sufren, agonizan, se contornean anticipando su explosión, pero cuando llega, es una explosión de fogueo. Mikel nunca revienta del todo, siempre le queda algo. La capacidad de sufrimiento se entrena y se mejora con los años, y él de eso ya tiene hecho un master. Y lo que más mérito tiene es que ganase mostrando raza de ganador. Le cuesta ganar y cuando lo ha hace es en solitario, como ayer. Así que jugó sus bazas con maestría y supo desembarazarse de sus rivales en el momento clave. Enhorabuena Mikel, zorionak.
Pero lo que no puedo quitarme de la cabeza es la imagen de Voigt cayendo bruscamente al asfalto. Ni siquiera la alegría de Mikel consigue hacer que me olvide. Perdió el control de la bici a gran velocidad, y cayo de un modo seco sobre su costado derecho. El frenazo de su cuerpo fue tan violento que hace presagiar la ruptura de varios huesos de la articulación superior.
Ahora sólo veo a Voigt en la cama de un hospital, sufriendo el escozor de las primeras curas, la rabia de estar en el momento equivocado en el sitio equivocado y sin sospechar aún del insomnio que provoca el dolor. Y le veo dentro de unos días, llegando a casa y evitando por precaución los abrazos de su familia, que llevaban semanas sin verle.
En fin, que Mikel ha ganado, pero yo ahora a quien mando ánimos es a Voigt.
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