Europa reconquista la mágica Ryder
Los golfistas europeos baten por un punto a Estados Unidos en una última jornada apasionante - Jiménez, genial, gana su tercera copa y el público homenajea a Ballesteros
Pasión, nervios, tensión, sufrimiento, emoción... y la gloria. Toda la magia de la Copa Ryder de golf con mayúsculas. Todo concentrado en ese momento en que el norirlandés Graeme McDowell consiguió bajo el sol de Gales el punto decisivo para Europa en un precioso final contra Estados Unidos. Fue un triunfo casi al sprint (14,5 frente a 13,5) después de cuatro días de lluvia, interrupciones, partidos por parejas, duelos en foursomes y fourballs, partidos individuales y el broche por primera vez en un lunes. Ganó el equipo de casa, que recupera la copa perdida hace dos años en Kentucky, se apunta su cuarto ko seguido en suelo europeo y deshace el empate entre los dos gigantes. Desde que en 1979 este Mundial del golf se juega entre el viejo continente y Estados Unidos, Europa ha vencido en ocho ocasiones por siete los norteamericanos.
El Pisha paladeaba cada instante, cada hoyo, como si fueran los últimos
¡Qué importante es medio puntito en la Ryder! La jornada de ayer no dio respiro a nadie, 12 batallas cuerpo a cuerpo, una vez que se abrió el cielo para iluminar la mejor partitura del golf. Europa llegó una cabeza por delante tras los choques por parejas (6-4), pero Estados Unidos cargó con toda la tropa. Pavin, el capitán, alineó a Stricker y Cink, dos pesos pesados, en los dos primeros individuales. La guerra desde el principio, pensó. Y vaya sí hubo guerra. Stricker desmanteló a Westwood, que parecía una bala segura para Europa. En juego había entonces más que un punto. Era una victoria psicológica. Si ganaba Europa, ponía tierra de por medio. Estados Unidos necesitaba vencer para seguir vivos. Así fue, y el punto enchufó al resto de los estadounidenses. Montgomerie lanzó un órdago con McIlroy, el segundo cabeza de serie europeo. Al niño no le tembló el pulso jugando con los mayores y rascó medio punto que supo a gloria con un putt en el hoyo 18. No se vino abajo el jovencito pese a que arrastró un marcador en contra, sino que sacó ese desparpajo propio de un pequeño genio de 21 años que promete muchas tardes de gloria. McIlroy levantó el puño al viento y la grada entró en ebullición: "Europe, Europe!". El grito se repetía en cada rincón como si se jugara en un estadio de fútbol.
Donald y Poulter, los otros dos gallos europeos, conservaron la ventaja local ante Furyk y Kuchar. Dustin Johnson y Overton devolvieron el golpe frente a Kaymer y Fisher. Hasta que Miguel Ángel Jiménez se plantó ante Bubba Watson. El Pisha merece un aparte. Se mascaba la tensión en cada golpe, pero el feliz malagueño parecía paladear cada instante, cada hoyo, como si fueran los últimos. Bien puede ser esta su última Ryder, a los 46 años, pero su juego, sus ganas y su carácter hablan de un golfista único, incombustible. Jiménez se merendó a Watson por cuatro hoyos de ventaja con solo tres por jugarse, alegró la cara a Europa y despejó los nubarrones. Él fue la sonrisa europea. También fue su primera victoria individual en cuatro ediciones.
El toma y daca continuó con el mejor Woods en mucho tiempo. El Tigre recuperó su colección de birdies... muy tarde. Definitivamente, no es un jugador Ryder, lo contrario que Jiménez. A Woods, tan individualista él, tan acostumbrado a vivir en su burbuja, parece darle alergia jugar en equipo. Tampoco es un capitán que anime a sus colegas. Demasiado poco para ser el número uno.
Con los puntos de Woods, Mickelson y Zach Johnson, Europa ya no podía fallar. Edoardo Molinari se dejó medio partido ante otra promesa, Ricky Fowler, y la bola quedó en el tejado de McDowell, ganador este año del Open de Gales en este campo. El norirlandés debía ganar o ganar ante Mahan en la última cita para que Europa reconquistara la Ryder. Salvó un gran putt en el 15, otro en el 16, y en el 17 Mahan tiró la toalla. La copa volvía a Europa aunque Estados Unidos mandó en los individuales (6-4).
Fue un final apasionante para una competición única. Los europeos ondearon sus banderas. Jiménez se abrazó como un niño a la copa, su tercera Ryder. Y el público se acordó emocionado de Ballesteros: "¡Seve solo hay uno!", gritaban. Montgomerie confesó que una foto gigante del cántabro y de Olazábal, también homenajeado ayer, había inspirado la victoria europea. Seve siempre estuvo presente. Su voz por teléfono emocionó a los chicos. Su imagen en el vestuario con Olazábal fue la mejor motivación.
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