Elías hace historia

Su madre, Mein, una sufridora nata, se daba un paseo por el paddock, repleto de árboles, tocando madera, mientras Toni, el hijo, se jugaba la vida y el título en el asfalto. Si hubiera aguardado en el box Mein hubiera sido testigo de cómo Toni Elías, el hijo, vivía el día más feliz de su vida subido en un circuito, subido a una moto. Hubiera visto cómo Elías, un manojo de nervios los días previos a la carrera más importante de su vida, peleaba hasta la última vuelta por subirse al podio y desde ahí festejar la más grande sus victorias: la consecución del campeonato del mundo de Moto2.

A las siete vueltas de la carrera, el piloto de Manresa era ya el campeón virtual de la categoría intermedia. Julián Simón, el único que podía aguarle la fiesta, tuvo un susto a las seis vueltas; al giro siguiente, al de Villacañas se le fue la moto, perdió el control de la rueda trasera, y terminó cayendo a la trigésima posición.

Quizá por ello, tras tratar de perseguir a Simón y que no se le escapara, tras ver cómo este desaparecía de su espalda una vez ya le había adelantado, con un interior a la entrada de una curva, y tras conocer, gracias al mensaje de sus mecánicos a través del muro, que Simón ya no era rival, se escudó tras Iannone, Rolfo y De Angelis. Que ellos trabajen, que yo ya lo he hecho todo, debió pensar. Siete victorias. Y un cuarto puesto para coronar un año magnífico. Incluso peleó por subirse al podio codo con codo con Andrea Iannone. Pero el objetivo no era ése. Era lucir el uno en su moto, en su casco, en su mono... Y lo había conseguido. La carrera la ganó Rolfo, con De Angelis, segundo, y Iannone, tercero. Un podio con sabor italiano, por vez primera este año. Pero eso, ¿a quién le importa hoy?