Duelo de caballeros
Para ganar a Rafa Nadal hay una regla básica: No desaprovechar ni una sola de las oportunidades que tengas, ya que siempre te va a pasar una bola más. Roger Federer lo sabe. Lo ha sufrido como nadie. Y ayer volvió a sentirlo una vez más hasta acabar deshecho en lágrimas al lado del campeón.
Y eso que ayer los dos mejores tenistas del mundo empezaron la final del Abierto de Australia un poco tensos. Para mí, la gran duda era Rafa. Después de una semifinal tan dura como la que disputó con Fernando Verdasco el viernes, más de cinco horas de desgaste mientras el suizo descansaba, era una incógnita. Le he visto un tanto irregular e inconsistente al principio del partido. No llegaba tan bien a las bolas como nos tiene acostumbrados... Pero Roger no ha sabido aprovechar las oportunidades que le brindaba Rafa y ha perdido el saque y después el set. Primer aviso.
El segundo set ha sido una historia diferente. Con 3-2 de ventaja y el saque a favor, Rafa se ha parado un poco de piernas. Su juego se ha vuelto más pasivo, demasiado corto, precisamente lo que mejor le viene a Roger, que no soporta las bolas altas. Así que el número dos ha podido coger aire, se ha llenado de esperanza y ha vuelto al partido justamente en el momento en el que su bestia negra tenía que haber cerrado ese segundo set.
El tercer asalto resume a la perfección lo que es Nadal. La fatiga casi puede con él y el fisio ha tenido que entrar varias veces a intentar reanimar su muslo dolorido. Pero, de pronto, se ha recuperado, ha sacado fuerzas de donde no las había y ha peleado cada bola como si fuera la última del partido. En los momentos más ajustados, cuando parecía estar al borde del abismo, ha sacado la cabeza para imponerse. Luego, se ha dejado llevar y Federer ha empezado a atacar como él sabe hacerlo, a volear... Habían pasado casi cuatro horas de partido y todo volvía a empezar.
No sé de dónde saca Rafa las fuerzas en el momento en el que la gran mayoría de los tenistas desfallecen. Y más ante un tenista como Roger, que lo tiene todo: físico, técnica, golpes... Pero Rafa es más joven, está más fresco y, sobre todo, tiene una ventaja enorme que explica en buena medida por qué es el número uno. Le ha ganado muchas veces, le ha robado el sitio. Eso tiene que pesar mentalmente. Federer es consciente de que tiene que jugar un partido perfecto y que Nadal no esté del todo bien para ganarle porque, si no, Rafa le desespera, le lleva al límite.
Por eso de esta victoria, la primera de un español en el Abierto de Australia, me quedo con la fortaleza física y mental de Nadal, que en ningún momento mostró flaqueza ante Federer. Si en algún momento se sintió desfallecer, si le pesó el cansancio o no le salían las cosas como quería, supo ocultárselo a su rival. Me quedo con eso y con el respeto que se profesan los dos mejores del mundo. Hay que quitarse el sombrero ante los dos. Y esperar a que Federer, que tiene un espíritu de superación enorme y que quiere callar a todos los que dijeron el año pasado que estaba acabado, vuelva otra vez. De hecho, ha vuelto. El tenis se lo merecía.
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