Cena o masaje
Federer salió con su novia mientras Nadal descansaba antes de la final
Antes de la final, los campeones y su liturgia sagrada. Rafa Nadal y Roger Federer compartían hotel y aspiraciones en Melbourne, pero se aproximaron a su primera final del año por caminos diferentes. Para uno hubo carne y el bullicio de la media tarde. Para otro, la soledad del equipo. Federer se enfrentó a las horas previas con la más mínima compañía y un estilo informal, casi peligrosamente relajado. Nadal, rodeado por los suyos, levantándose tarde, combatiendo los efectos de su semifinal con la actitud de un guerrero.
A las 13.50, Federer se abre paso entre los mostradores de ostras y carne de Wagyu del Rock Pool, un céntrico restaurante. Está con su novia, Mirka Wawrinek. El suizo elige una mesa apartada y se sienta con la leve protección de una celosía. Bebe agua mineral y come ligero mientras a su alrededor se distribuyen en las otras mesas platos con filetes como bueyes, acompañados de pesadas salsas y regados con buen vino australiano. Es un local de lujo. Aquél en el que uno se imaginaría a Federer. En el momento de la despedida, cuatro horas antes de la final, la camarera se arriesga a darle la mano. El campeón, vestido con vaqueros y una ligera sudadera, asiente, sortea la cocina, con sus hornos de metacrilato abiertos a los ojos del público, y se despide mientras pasa por delante de las pudrideras de carne curada.
Casi a la misma hora que Federer entra en el restaurante, Nadal se pone en las manos de Rafael Maymo, su fisioterapeuta. El número uno, aún dolorido por el partido ante Fernando Verdasco, que ha dejado huella en su cuerpo y su memoria, recibe un masaje con hielos. Es el último paso de su plan de recuperación. El mallorquín se levantó tarde, pidió dos coches para dirigirse al club de tenis y se montó en uno de ellos como copiloto. Hasta la pista Rod Laver llegó cargando con su bolsa y sus raquetas, que media hora después estaban en manos de los encordadores del torneo, buscando la tensión perfecta. Montado en el coche 40, Nadal dio un rodeo para llegar al recinto, evitando las celebraciones del Año Nuevo chino, que habían llenado de decoraciones su hotel y parte del camino.
Cuando llegó el campeón de Wimbledon, dos cámaras le esperaban en la exclusiva zona del aparcamiento de jugadores. Pasó, siempre cubierto con una gorra, el control de seguridad de entrada al estadio. Y, zancada a zancada, con paso de legionario, se dirigió con Toni Nadal, su tío y entrenador, y Carlos Costa, su agente, hacia el vestuario. Quedaban dos horas y media para que jugara su primera final grande fuera de la arcilla y la hierba. Nadal se paseaba con cara de concentración extrema. Desde entonces hasta que empezó el partido se encerró en el vestuario.
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