Canícula, rutina y plátanos
Las jornadas tontas del Tour de toda la vida, 'sprint' y calor, reviven el día más corto
El regreso a la rutina, al calor aplatanante , después de unos días en los que todo lo que pasaba, todos los aires tormentosos, cobraba inmediatamente caracteres histórico/histéricos, significa en el Tour sentarse a hablar tranquilo en la salida, casi aburridos los corredores sin nada que hacer hasta las dos de la tarde, salvo dormir, recuperar el sueño perdido, y desayunar sin prisas, a repasar el pasado, el miedo una sensación olvidada, a pensar el futuro, la esperanza de hacer reventar los Alpes el fin de semana; significa también retornar a un sprint tranquilo en una larga recta a la sombra de los plátanos, a una victoria de Petacchi, de nuevo. Nada nuevo.
Erik Zabel cumplió años, lo que también se ha convertido en una rutina repetida para él todos los 7 de julio, pues ya se llega por los 40, y ni siquiera le sacó del sopor un número de su pupilo amado, Cavendish, quien para añadir fuerza a la sensación de monotonía que invadió ayer las calles de Reims, sonido de tapones de champagne, Deutz explotando con alegría, tras cada esquina, y pese al punto de color de sus zapatos, más horteras imposible, volvió a desinflarse en la última recta. Al menos no se cayó, lo que, unido a los brazos de Petacchi para arriba, habría sido más que rutina un dèja vu ridículo.
Del pasado se sabía, porque es de lo primero que aprenden los corredores, que en sitios como los caminos de adoquines no se cae ni pincha el que tiene peor suerte, sino el más torpe, el más débil. Después, por tanto, se supo que si Armstrong pinchó en el pavés fue por cansancio mental, por intentar hacerse camino por las cunetas arenosas harto de los botes de las piedras. También se supo que el tejano clavó los frenos (error, gritan los sabios) ante Frank Schleck caído, lo que contribuyó a generar el caos a sus espaldas. Además, las gentes ayer hablaban, la mirada asustada pero decidida, de Contador; del miedo sin remedio de Basso, incapaz de seguir la rueda de Quinziato, su piloto para el día, de la habilidad de biker de Evans.
Del futuro, al que llegan los favoritos como jinetes en carrera con hándicap, con una penalización previa a sus espaldas -recuerden, tras prólogo y pavés-, la general virtual de los favoritos: 1. Evans. 2 Andy, a 30s. 3. Contador, a 1m 1s. 4. Menchov y Wiggins, a 1m 10s. 6. Kreuziger, a 1m 45s. 7. Armstrong, a 1m 51s. 8. Sastre, a 2m 40s. 9. Basso, a 2m 41s?, se intuye, visto lo visto, que el Tour se convertirá, como el año pasado, en un duelo entre Contador y Andy, pero más nítido aún, sin los estorbos escénicos de Frank y Armstrong enredando por medio; también que el bullicioso Evans dará guerra mientras pueda, que Basso y Sastre resistirán lo que el cuerpo les diga; que Menchov puede estar, otra rutina, cuántas veces se ha dicho, en su Tour por fin; que Kreuziger puede ser la sorpresa del año. Que Armstrong quizás, como el calor seguirá apretando -los meteorólogos sólo hablan de canícula, del Tour más ardiente desde 2003-, empezará a pensar de verdad que este es el Tour de más, que ni él estará libre del error de todos los campeones.
Quizás todos deberían haber intentado trabajarse el pavés con el mismo espíritu que el gigante ruso Vladimir Karpets, que aspira a quedar entre los 10 primeros y que siguió el único consejo que le dieron, ponerse un desarrollo con el que se llevara bien y pedalear. Claro, que al chico de San Petersburgo tan bruto, el desarrollo que le iba bien era un terrorífico 53/11. "Iba bien, pero tenía que frenar para no adelantar a la gente, pues tampoco quería ir muy delante", dice Karpets, que corrió con triple cinta protectora en el manillar y una mano pelada por una caída, sin un centímetro de piel. "Luego, todo consistía en quedarte en el grupo que te tocara después de las caídas y seguir". Habrían sufrido todos menos, claro, pero es la rebeldía y no el conformismo lo que hace a los campeones.
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