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Agüero ridiculiza a Rijkaard

El politiqueo de su técnico hunde al Barça ante un Atlético en el que el 'Kun' tuvo una actuación estelar

Al Barça le pudo la política; al Atlético le encumbró su realidad. El Barça fue víctima de su técnico, que manipuló al equipo para evitar un debate con sus pesos pesados. El Atlético se encomendó a Agüero, su profeta, lo que no hizo Rijkaard con Messi, al que desterró para evitar un desplante de estrellas al borde de la prejubilación como Henry y Ronaldinho. Un pésimo mensaje para su equipo, agraviado por tal decisión. Una bendición para el equipo de Aguirre, que se vio ficticiamente zarandeado hasta que Agüero, un futbolista con mayúsculas, acudió al rescate y selló una partitura inolvidable.

Al fútbol coral del Barça durante la primera media hora respondió el Atlético, un mero figurante hasta entonces, con dos picaduras de Agüero, su única y distinguida veta. Los azulgrana habían abanicado la pelota con tal complacencia rival que sus defensas perdieron el hilo al encuentro de forma repentina. En especial, Milito, una sombra en el primer gol local. Primero consintió recibir a su antojo al Kun, que le anudó la cintura con la mirada y su remate fue desviado por Pujol, lo que dejó a la intemperie a Valdés. Al instante, Milito perdió de vista a Maxi, que le pilló la matrícula y superó al meta azulgrana tras un arabesco pase de Agüero. El Kun es una joya, un futbolista muchos cuerpos por delante de todos sus compañeros. Un jugador capaz de espabilar él solo a un equipo que iba a la deriva, sometido por un Barça que llegó a tener más del 70% de la posesión pero se refugió en el descanso con un marcador adverso. Su lírico despliegue no le había servido de nada. Y no sólo por la flojera de Milito, o la entrega de Valdés en el segundo tanto rojiblanco. Rijkaard contribuyó lo suyo.

Atormentado por la aglomeración de estrellas que habitan en la caseta culé, al holandés le dio un ataque de entrenador. Un diagnóstico fatal para cualquier equipo. Al habitualmente ecuánime Rijkaard le dio por templar gaitas y, superado por el ecosistema del vestuario, prescindió de Messi en beneficio de Ronaldinho y Henry, y en perjuicio de Eto'o. Un politiqueo antifutbolístico. En el Barça o en cualquier equipo del universo, Messi no admite discusión con nadie, por mucho que su técnico y algún político de la directiva se resista a trastocar la pirámide jerárquica. Frente al Levante, el entrenador holandés quiso simular un descanso de Henry, lo mismo que hizo con Ronaldinho ante el Valencia en Copa. Uno y otro nada han hecho para cerrar el paso a Messi, que hace meses, muchos meses, que tomó la delantera a todos. Tampoco Eto'o ha merecido el anatema de su técnico, que en el Manzanares le hizo jugar de extremo postizo. El colmo: el mejor goleador —su gol llegó de frente a Abbiati—, el jugador que más busca y encuentra los espacios, condenado a ser un señuelo en una zona sin horizontes. Una penitencia a favor de Ronaldinho, que maquilló su anclaje como ariete con un golazo de chilena y nada más, y de Henry, un demagogo desde que emigró de Londres. Por mucho que su gol se cuelgue con oropeles en la red, con Ronaldinho a cuestas el equipo barcelonista es hoy muy previsible, paquidérmico en sus movimientos. Todo un desastre para el conjunto catalán, a expensas de un míster que tirita ante la púrpura de unos jugadores pretéritos.

Penalizado el Barça por su entrenador, el Atlético encontró en el Kun un filón. El equipo de Aguirre arrancó con la cuchara en la mano, como si se sintiera Pulgarcito. El grupo llevaba un tiempo a dieta, con una sangría de derrotas que, un año más, parecía enterrarle en la segunda vuelta. Nada hacía presagiar que resurgiera ante un adversario que llegaba en alza. Pero Agüero es mucho Agüero, tanto como Messi. Tiene clase, es un lazarillo, tiene picante, es hábil, desequilibrante y tiene gol. Un violinista de primera en un grupo mal confeccionado, con unos defensas de plastilina, sin centrocampistas, y con aire deprimente por su pérdida de pujanza en las últimas temporadas. Frente al Barça, el Kun le devolvió la fe. Lo hizo cuando el Atlético zozobraba y, de nuevo, cuando empinó la goleada en el segundo acto. Puyol tuvo que placarle en el penalti que transformó Forlán, y Valdés sólo pudo aplaudirle tras el golazo que cerró la cuenta rojiblanca. Quiera o no, Aguirre, el Atlético, la institución en pleno, dependen de él. Quiera o no, Rijkaard, el Barça, la institución en pleno, necesitan a Messi. Y, lo que es peor, no hay club que no padezca la arbitrariedad de su jefe. Rijkaard perdió ayer buena parte de su crédito. El Kun, él solo, ridiculizó su cobardía.

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