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Reportaje:

Romanos en altitud esquiable

Una cabaña hallada en Queralbs a 2.150 metros es el lugar más alto que se conoce al que llegó Roma

Jacinto Antón

Las águilas de Roma volaban alto, pero sus ciudadanos, pese a las siete colinas, no tanto. A los romanos, hombres de ciudad y de campo cultivable, de llanura, no les gustaban demasiado las montañas y mucho menos las altas, lugares habitados por seres divinos o legendarios generalmente quisquillosos. Las legiones, por su lado, preferían siempre luchar en terreno plano, donde les era fácil desplegar su puño de hierro, y pese a algunas referencias sobre unidades especiales que habrían precedido en 2.000 años a los famosos cazadores alpinos del ejército italiano, está muy poco documentada la existencia de tropas adiestradas específicamente para combatir en zonas montañosas. Las construcciones romanas en puntos muy elevados no son abundantes y en lo más alto prácticamente inexistentes. Por eso el reciente hallazgo de una ocupación en el Pirineo catalán a 2.150 metros de altura resulta algo extraordinario.

El yacimiento se relaciona con una actividad ganadera, quizá una quesería

Se trata de un pequeño edificio de piedra, una cabaña, un asentamiento estacional -de verano-, pero estable, que ha sido excavado en el curso de una investigación dirigida por Josep Maria Palet, del Instituto Catalán de Arqueología Clásica (ICAC). En el recinto, ubicado en el valle de la Coma de Vaca, en el término municipal de Queralbs (Ripollès), ha aparecido una gran cantidad de material cerámico, alguno de desconcertante calidad, que permite datar el yacimiento en una cronología que va de finales del siglo I al II de nuestra era.

Esta insólita presencia romana a tan gran altura se relaciona con una actividad ganadera especializada, seguramente una quesería. "Los romanos estaban allá donde había posibilidad de explotar recursos, pero parecía que se habían detenido ante la alta montaña", señala la arqueóloga Isabel Rodà, directora del ICAC mientras le sirve una coca-cola a Palet en su piso barcelonés, que ha sufrido una inundación y parece Pompeya pasada por agua. "Y entonces ¡aparece sigillata africana a más de 2.000 metros!". La sigillata es la característica cerámica roja de las vajillas de calidad romanas. "Vajilla fina romana, y también vidrio". Rodà subraya: "Evidentemente, un romano se llevó allá arriba un trozo de su civilización". ¿Cómo se explica? "No lo sabemos, quizá alguien que tenía una residencia abajo pasaba jornadas aquí, acaso un encargado, puede que uno de esos diligentes libertos, pero es curioso que se subiera este material tan fino y delicado tan arriba".

Palet, que ha realizado varias excavaciones en alta montaña -en el valle de Núria, en el del Fresser, en el alto Segre (parque natural del Cadí) y en Andorra (valle del Madriu)-, puntualiza que la arqueología de alta montaña es considerablemente más pobre que la de otras zonas. "Son restos humildes, aunque constituyen una parte muy interesante y desconocida del mundo antiguo y medieval". Las investigaciones en los valles de Núria y Coma de Vaca se enmarcan en el proyecto InterAmbAr, que realizan el ICAC y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) entre 2010 y 2012, un proyecto que se plantea analizar desde la perspectiva de la arqueología del paisaje la ocupación y explotación del territorio y las relaciones con el medio a través del tiempo. Es una investigación pluridisciplinar en la que intervienen la arqueología, la historia y la paleoecología. "La mayoría de lo que encontramos son estructuras en piedra seca relacionadas con la ganadería, la minería y el carboneo. Uno de nuestros objetivos es averiguar si existió la trashumancia en época romana".

La arqueología de alta montaña está abriendo campos inusitados, aparte de apuntar áreas de conflictos nuevos (con las estaciones de esquí, por ejemplo), aunque difícilmente aparecerán foros, villas o campamentos legionarios en esas cotas. La cabaña, cerca del refugio de Coma de Vaca, no es más que un recinto de unos 25 metros cuadrados de suelo de tierra apisonada y techo vegetal, posiblemente (no hay restos de tejas). Pero es, destacan entusiasmados Rodà y Palet, el sitio de ocupación romano más alto que se conoce en todo el mundo. "En los Alpes se instalaron en el fondo de los valles, más arriba de 1.400- 1.600 metros no se ha encontrado nada. En Andorra aparecen cercados ganaderos muy altos, pero no ocupación, hábitat". Los romanos explotaban en la alta montaña, entre otras cosas, la resina de pino negro, que servía para impermeabilizar el cuero y la madera, o de revestimiento hidráulico, y que generó una gran industria. Controlaron los pasos de montaña de los Pirineos y los Alpes -aunque se les coló algún elefante-. Pero en general la montaña no era su terreno.

La relación de los romanos, tan supersticiosos, con las montañas, resume Rodà, era de fascinación y miedo, un territorio inhóspito demasiado cerca de los dioses, donde se formaba intensas tormentas que eran la expresión de estos y circulaban seres con los que era mejor no cruzarse, como el dios Pan. "Los lugares altos se sacralizan y son lugares de culto o prohibidos". No existe aún el sentimiento que llevará tantos siglos después a los románticos a anhelar y visitar las cumbres, aunque eso no quiere decir que no hubiera una ocasional aproximación estética (distante), como la de Horacio ("¿Ves como el Soracte se alza blanco de espesa nieve?"). Y en cuanto a escaladas deportivas, nada, que sepamos.

Raquetas de nieve para las legiones

Militarmente, aunque la X Fretensis se las apañó bien para tomar Masada, con acantilados de 400 metros, y otras unidades se patearon ocasionalmente los montes Sarmatici (Cárpatos) o llegaron hasta los Taurus, no parece que las legiones dispusieran de tal cosa como tropas de montaña. Vegecio, por ejemplo, no las menciona. Encontrar cualquier referencia a lucha en montañas en la historia de Roma es difícil. Algunos de sus peores enemigos dominaban las alturas, como prueban Aníbal, Espartaco o los astures y cántabros. El tribuno Decius Mus fue decisivo en una batalla con los samnitas al tomar una montaña que permitió un movimiento envolvente. César derrotó a los helvecios en Bibracte (Monte Beuvray), a casi 900 metros. El águila perdida por Cornelius Fuscus al ser aniquilada toda la legión V Alaudae por los dacios en Tapae fue recuperada de una montaña. Y de Suetonius Paulinus sabemos que fue el primer general romano que cruzó los montes Atlas en Mauritania, experiencia por la que fue llamado para combatir a las tribus de montañeros en el actual Gales.

Huelga decir que los romanos no practicaban el esquí, aunque es posible que ocasionalmente emplearan algo parecido a las raquetas de nieve (véase Two planks and a passion, the dramatic history of skiing, de Roland Huntford, Continuum, 2008). Un tipo de calzado similar -cuyo uso entre los griegos está documentado en la Anábasis, de Jenofonte- fue empleado, según Arriano, por la legión VI Ferrata bajo el mando del cónsul Caius Bruttius en tiempos de Trajano, durante las guerras párticas, para atravesar los montes Taurus en Armenia a fin de alcanzar Tigranakert. Consistía en unas pieles que envolvían el pie dándole apariencia de patas de oso y permitían no hundirse en la nieve.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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