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Columna
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La táctica del león

La actualidad provocada por la crisis y por el debate de las posibles soluciones ha impuesto un ritmo de cacería. No es lo mismo salir de la catástrofe reforzando las medidas de control público ante los peligros especulativos (verdaderos causantes de la crisis), que abandonándose a la ley del más fuerte que imponen los mercados financieros. Esto lo saben mejor que nadie los mercados financieros, y por eso provocan un ritmo de cacería.

Los mercados financieros dudan de la capacidad del Gobierno español para salir de la crisis. Esto sólo significa una cosa muy concreta: los mercados financieros dudan de que el Gobierno español, que actualmente ocupa la presidencia europea, trabaje a su servicio con el entusiasmo debido. El Gobierno tiene a mano razones para argumentar que a él le corresponde defender a los ciudadanos y trabajar por una Europa sólida, capaz de construir un Estado social que la salve de las especulaciones más carnívoras. Pero se limita ofrecer un lamentable aspecto de desorientación y debilidad.

El presidente Rodríguez Zapatero está pagando una factura alta por algunos errores de calado. Su famoso optimismo no es más que la consecuencia de una concepción egocéntrica de la política. Como se apuntó él solo todos los éxitos de los años buenos, ahora le llueven a él solo todos los palos. Un gobierno sin protagonismo, organizado para cumplir el papel de corte, no sirve de paraguas. No es de recibo que el presidente cambie el giro de su política social con unas declaraciones repentinas e improvisadas, desmintiendo en un segundo las afirmaciones que durante meses han repetido sus ministros.

Al presidente le gustan demasiado las declaraciones llamativas. Ese es otro de los problemas que han marcado su política, apoyada en medidas estrella, útiles para ocupar titulares en los informativos, pero poco efectivas en la realidad. Esta política se vuelve suicida cuando el 90% de los medios sienten pocas simpatías por los principios sociales que uno procura defender.

Más que cambiar, girar, dudar y desmentirse, tal vez nos hubiese venido mejor a todos que el gobierno al completo defendiese con seguridad su política. Argumentos no le faltan. Podría explicar que los intereses de los mercados financieros no son lo mismo que los intereses de España y Europa. Podría explicar que algunas cabeceras informativas y algunas instituciones económicas no son referencias científicas, sino portavoces de principios ideológicos muy concretos. Podría explicar que el sistema de pensiones en España es muy sólido, más que en Alemania y en Francia, y que los pensionistas españoles cobran menos que los ingleses, franceses, alemanes y portugueses. Podría explicar que los mercados financieros están muy interesados en crear alarmas falsas, porque eso invita a buscar fondos privados de jubilación, un alimento clave para la economía especulativa, porque los gestionan entidades financieras que con frecuencia, ¡ay paradoja!, buscan la seguridad de la deuda pública para sus inversiones. Y podría explicar que el paro insoportable que sufre España no es una consecuencia de Rodríguez Zapatero, sino de un envenenado sistema productivo que se consolidó en los gobiernos de González y Aznar, muy aficionados a las reformas laborales.

Cuando los leones atacan a los búfalos, intentan separar a una víctima del resto de la manada. Eso están haciendo los mercados financieros con Grecia. Y ese es el espectáculo que se le ha preparado a España. Aunque la economía española no es comparable a la griega, se impone el castigo para que no caiga en tentaciones sociales durante la presidencia europea. Y el Gobierno, en vez de pedir más Europa, más soluciones colectivas, más Estado, intenta correr, para que nadie lo confunda con el búfalo perdido.

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