Teoría de los bolsos de Hillary Clinton
La secretaria de Estado confiesa en una entrevista que quiere ser abuela
Es inevitable. Si una mujer alcanza un puesto de relevancia en el estamento político, en algún momento de esa carrera de obstáculos alguien escribirá sobre sus preferencias a la hora de elegir un modisto, sobre si su escote es demasiado sugerente para este o aquel acto o si le queda mejor el pelo largo que corto. Hillary Clinton no es una excepción. O incluso es el modelo de esta verdad probada. El último ejemplo está en el número de marzo de la revista Harper?s Bazaar.
La inteligencia y capacidad de la actual secretaria de Estado estadounidense ha corrido paralela con las informaciones sobre su transformación física, del patito feo que era allá por la década de los setenta, cuando se graduó como abogada en Yale y se casó con el futuro presidente Bill Clinton, a su divorcio de las gafas y su imagen remozada para cumplir con los cánones no escritos de la buena imagen.
En al menos dos ocasiones ha sido considerada una de los 100 abogados más influyentes de EE UU. Como primera dama tuvo una presencia destacada en la agenda política de la Casa Blanca y acarició el sueño consumado años más tarde por Barack Obama de una reforma del precario sistema sanitario estadounidense. A punto estuvo de alzarse con la nominación demócrata a las presidenciales de 2008, pero se quedó en el Departamento de Estado -quién sabe qué pasará en 2016-. Pero los editores intuyen que el público quiere saber qué bolsos prefiere la jefa de la diplomacia estadounidense más que cómo atajó la crisis provocada por Wikileaks.
"Nada hace tan feliz a la secretaria de Estado como un buen bolso", asegura en Bazaar un miembro de su equipo de trabajo. "Tengo toda una filosofía sobre los bolsos", explica la propia Clinton sobre el hecho de que cada mujer elija el que más le guste y le convenga, obviando si es de temporada o tiene el color más apropiado. "Tengo un Ferragamo rosa chicle que adoro y que igual lo llevo en primavera que en enero".
La inteligencia de Clinton, 63 años, se ha rendido ante el hecho de que ser mujer y además esposa humillada por las infidelidades de su narcisista marido siempre va a ser un tema recurrente en su carrera política. "Es algo que ya incluso acepto", dice en la revista. "Acabas por darte cuenta de que mucho de lo que pasa en tu vida está fuera de tu control. Solo controlas cómo reaccionas". Bazaar reitera la preferencia de Clinton sobre el traje pantalón en lugar de las faldas o vestidos y recuerda el dramático episodio en el que la secretaria de Estado celebró un mitin en Naciones Unidas en Nueva York con una pinza recogiéndole el pelo. Ah, y por si alguien tenía la idea de que ser una mujer comprometida y trabajadora inhabilita para funciones emocionales, es falso. Clinton desearía que su hija Chelsea la hiciera abuela.
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