Amanece en el reino de Burial
Una joven generación de músicos acerca a la cultura pop el 'dubstep', el género electrónico que abanderó hace cinco años un enigmático productor
Cuando los dueños de aquella discográfica de Londres descubrieron que el discreto chaval de los cafés y los recados era en realidad Joy Orbison, la joven promesa de la electrónica inglesa, alucinaron. Al teclear su nombre en Google vieron sus fotos, centenares de miles de entradas y todas las ciudades donde había pinchado. Demasiado tarde. Con 22 años, Pete O'Grady (su nombre real) iba a empezar a vivir de la música que hacía desde el dormitorio de su casa y editaba en su propio sello. Fue hace solo cinco meses. "Bueno, gracias a ese trabajo pude hacer la música que quería sin tener que explotarla", recuerda. Pero el fenómeno es parecido al del resto de la nueva generación de niños precoces que han renovado la cultura de baile británica y que ha empujado a sus predecesores hacia el circuito comercial.
Joy Orbison era el chico de los recados de una discográfica de Londres
'Hyph Mngo' se convirtió en un fenómeno de club en medio segundo
Porque detrás de todas aquellas voces oscuras y potentes líneas de bajos que lucían los últimos himnos del dubstep y el grime había esperanza. Una generación pos-dubstep (qué rápido que llega ya todo lo pos) ha iluminado la oscuridad del género. Si el reino del enigmático Burial (solo hay una imagen del rostro del productor que cambió los límites de la electrónica) era una noche de extraviados viajes por algunos rincones de una gran ciudad, los jovencísimos James Blake, Mount Kimbie o Joy Orbison son el amanecer de ese tránsito noctámbulo y el de una música que empieza a tener, en estos tiempos de crisis total, más de optimismo pop que de grave latido de la tiniebla.
"Adoro la música oscura; es mi mayor influencia. Pero no me gusta escribir los temas así. Creo que es más fácil componer de una forma pesada porque siempre suena todo más profundo. A mí me interesan las emociones a punto de salir de una canción. Diría que mi música es optimista, sí", explica en un bar de Malasaña Joy Orbison, que esa noche actúa en Madrid en una velada de Heineken Music Selector.
Los autores del cambio son insultantemente jóvenes. Joy Orbison tiene solo 23 años, James Blake, 21, y los Mount Kimbie apenas rebasan los 20. Han ido a la universidad, las drogas y los excesos están fuera de la ecuación creativa y componen desde su casa: bedroom producers. Orbison empezó a pinchar a los 13 años, a los 15 ya trasteaba con sencillos programas de música y, como el que no quiere la cosa, el año pasado compuso Hyph Mngo, un tema convertido en solo medio segundo en fenómeno de club y de la Red.
Pero por no tener, Blake y Orbison no poseen ni un álbum completo en la calle. La ruptura se difunde a través de las actuaciones, YouTube o de los EP en vinilo (hablar de CD equivale a una mueca de desprecio). La cultura dubstep, que Joy Orbison define como "una comunidad más allá de un sonido", renueva así su propia tendencia a través de temas independientes, pequeños himnos de dos noches y media. "Me gusta el formato corto en 12 pulgadas. No tengo tiempo de hacer un álbum. Y si lo hago no quiero que sea una especie de greatest hits, tiene que ser un todo. Además, ¿quién compra álbumes hoy en día?", dice con una sonrisa desafiante.
Y como ellos se ocupan ahora del cambio, la cadena corre y sus mayores (ninguno tiene más de 30 años) se lanzan a la conquista de la cultura de masas. Productores más consagrados como Skream, Benga y Artwork dan el salto al circuito comercial con Magnetic man, un proyecto de dimensiones pop con multinacional discográfica, lanzamiento estelar y hueco reservado para esta semana en las listas de éxitos del Reino Unido (ya es número uno en iTunes). "Es un momento muy interesante. La carrera fulgurante hacia el mainstream es evidente. Y no es porque los gestos hayan sido domesticados. Aunque algunos hayan entrado en un sistema que reproduce algunos esquemas del pop o de los DJ de hace 10 años, la música sigue sin ser fácil y tiene una gran dignidad", explica Ricard Robles, codirector del festival Sónar. Y así, hasta el siguiente paso del imparable dubstep.
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