¿Es posible amar a Tamara Ecclestone?
La hija del capo de la fórmula 1, Bernie Ecclestone, tiene la mayor fortuna de Reino Unido a su disposición, una hermana que ha elegido trabajar y el deseo de ser amada por el público. Así es la heredera más polarizante del momento
Las hermanas Ecclestone tienen bastantes papeletas para resultar repulsivas. Qué menos que pagar ese precio por haber nacido entre los diez ceros de la cuenta corriente de su padre, por haberse criado mientras la jet set de Mónaco las adoraba más que al príncipe Alberto, por codearse con las princesas de York, por no renunciar a sus maneras antirrecesionistas en un mundo en el que las fortunas son tabú. Y por guapas. En el caso de la mayor, Tamara, de 27 años, por su escandalosa figura y su pelo, color azabache, impertinentemente perfecto se rice o se planche a diario. En el caso de Petra, de 24, por ser una escultura mayestática de melena color Rubio Rica Heredera cuyas piernas terminan donde otras ya irían por el omóplato. Por todo esto deberían contentarse con ser una odiosa versión europea de Paris Hilton.
Ambas hermanas son titulares de una cuenta con unos 3.600 millones de euros
"Mi padre no quiere que me preocupe por el dinero. Quiere que lo disfrute", ha declarado
Pero no. Si se junta la titánica suma de titulares que han generado en el último año y medio, lo que emerge es algo fascinante. Primero, por la magnitud del asunto: son hijas de Bernie Ecclestone, que empezó vendiendo piezas de motocicletas de segunda mano y ahora amasa la fortuna más grande de Reino Unido gracias a su imperio en la fórmula 1. Gracias a ello, ahora ellas son titulares de una cuenta de ahorros con 3.600 millones de euros. Y segundo, porque ambas se mueven entre el epíteto de "las chicas cuyo único trabajo es gastarse los millones de papi" que les colgó el rotativo británico Daily Mail este verano y la lucha constante por ser algo más. Y en ese proceso se crea tanto contraste entre una y otra, entre la trabajadora y la frívola diletante, entre la rubia y la morena, que al final terminan siendo el ejemplo más cristalino de cómo se comporta alguien cuando el factor dinero desaparece de su vida.
La trabajadora es Petra. A los 12 años se dio cuenta de que no todo el mundo era rico ("sé que era tarde, pero en el colegio nunca te planteas que la gente pueda ser diferente a ti", le explicó a The Guardian en 2009) y cambió el contrato de su móvil por una tarjeta prepago y empezó a lucir Adidas. Tras sacarse la selectividad con una media de sobresaliente, decidió dedicarse a la moda. Su padre la enchufó en el taller de Edward Sexton, el sastre que entrenó a Stella McCartney. Ella montó una línea de ropa masculina. El proyecto, llamado Form, se lanzó en las pasarelas de Mónaco en 2008, con estrellas de la fórmula 1 como Lewis Hamilton o Jenson Button haciendo de maniquíes con confesa desgana. La recesión lo tumbó (pantalones a 500 euros y abrigos de 2.100 en adelante; su padre tiene dos, comprados en Harrod's sin descuento familiar). Ella lo resucitó a golpe de chequera hace unos meses en Los Ángeles.
Esto no la exime de realizar los extravagantes desembolsos que se esperan de una heredera millonaria. El verano pasado se casó con su novio de hace seis años, James Stunt, en una boda que costó unos cuatro millones, y se mudó a una mansión de 66. Pero se puede escudar en que, como explica el dueño de la agencia inmobiliaria Westside East Agency, Kurt Rappaport, "no sale por las noches porque no bebe y se queda trabajando, no tiene otra forma de darse a conocer en la ciudad. El dispendio es su estrategia de negocio".
Tamara no tiene un trabajo que le haga de fin que justifica los gastos. Ahí radica el contraste con su hermana: ella vive la vida de rica heredera. No tiene tapujos en explicarle a The Independent que "mi padre no quiere que me preocupe por el dinero. Quiere que lo disfrute. Me dice: 'He trabajado muy duro para que tengas una vida muy distinta a la mía". Pero por cada tópico que cumple afirma que hay un deseo de validarse públicamente. Cuando intentó buscarse trabajo, acabó de imagen de varias marcas de belleza. Cuando intentó mostrar al público su instinto empresarial, el pasado noviembre, protagonizó un reality llamado The billion dollar girl, que la mostró gastando 20 millones de euros en renovar la casa de su padre, balneario para mascotas y una cinta transportadora para su colección de zapatos incluidos. Y así, una sucesión de lo que, se supone, son buenas intenciones mezcladas con tópicos. Por cada golpe de tarjeta de crédito hay una entrevista en la que repite ad nauseam que "soy una chica normal. No se me entiende".
¿Eso la convierte en fascinante? "Parte de la clave es ese patetismo, esa necesidad de que la sociedad la acepte", opina Laura Grindstaff, que imparte clases de Mujeres en la cultura popular en la Universidad de California. "Es algo que no se ve en otras, como Paris Hilton. Es casi trágico, en realidad, cómo busca la redención y se tropieza con su propia inmadurez. Pero lo hace. No vive desde la pasividad que le permite su riqueza, sino que se muestra vulnerable. Creo que eso es lo que se recordará. Y por eso dudo que la odie tanta gente como pintan los tabloides".
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